Café Montaigne 305: lenguaje mexicano

Opinión
/ 15 agosto 2024

“Escribir equivale a deshacer el español y a recrearlo para que se vuelva mexicano sin dejar de ser español”. Sí, lo dice el sabio mexicano, don Octavio Paz en su mítico y eterno “El Laberinto de la Soledad”. El tema ya no es mío, es suyo. El tema es humano y eterno. Tan humano que nadie se puede sustraer a él: cagar y mear, gran felicidad. ¿Lo estoy diciendo en “lenguaje mexicano”? Sin duda, retomando a Paz. ¿Soy vulgar y hasta trivial al escribirlo como Dios manda? Absolutamente no.

No hay ficha moral en las palabras y en la literatura. Hay poesía y significados. ¿Debo decir “pompis” en lugar de nalgas? ¿Debo escribir o decir “hacer pis” en lugar de hacer y echar un buen chorro de meados? ¿Hay alguna diferencia entre defecar o cagar? Usted va al retrete y evacúa ¿heces o excrementos? ¡Bah! Paparruchas.

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Las grandes palabras que dieron sentido a nuestros pueblos, sociedades y, claro, a nuestra identidad, hoy son letra muerta. A las palabras –como a la vida misma– hoy se les tiene miedo. Las palabras que ayer eran por todo mundo usadas, hoy no significan nada. O se les tiene pavor pronunciarlas, acentuarlas. O tienen un valor esquivo. O equívoco.

Ejemplos al azar: apenas ayer era estar triste, melancólico, pensativo o la ya ausente en el vocabulario, ictericia (se le decía a uno, estás “atiriciado”). ¿Hoy? Hoy se dice “padeces depresión”. Sí, igual que cualquier depresión tropical con hartas lluvias. En fin. Un ejemplo más y liquidamos el asunto: ¿Socialismo y comunismo? Ya nadie sabe su verdadero y real significado. Hoy el socialismo es asunto de caciques, los cuales se reparten todo, como en las antiguas (y modernas) dictaduras latinoamericanas: México, Venezuela, Nicaragua, El Salvador...

¿Cuándo usted va al retrete, estimado lector, usted qué hace: pis y/o popó? Caray, como niños, siempre criaturas sin evolución, sin decisión, sin ser mayores jamás. Siempre infantes, jamás maduros. Jamás dueños de nuestros actos, de nuestro destino, de nuestros cuerpos, de nuestras palabras, voz y lenguaje. Lea usted el siguiente fragmento de nuestro pararrayos celeste, don Carlos Fuentes:

“Yo despierto... me despierta el contacto de ese objeto metálico frío con el miembro. No sabía que a veces se puede orinar involuntariamente. Permanezco con los ojos cerrados. Las voces más cercanas no se escuchan. Si abro los ojos ¿podré escucharlas?... pero los párpados me pesan... Orino sin saberlo... Soy este viejo con las facciones partidas por los cuadros desiguales de vidrio...”. Termina la cita. ¡Ah! Portentoso. Sí, es el inicio, el párrafo primigenio (el cual le transcribí a trompicones e intermitente, como lluvia de temporal en el desierto) de la novela “La Muerte de Artemio Cruz”. Aquí habla él mismo. Artemio Cruz. Es un soliloquio desde su lecho y tálamo de muerte. ¿Lo notó? Tiene un aparato metálico en su pene (“miembro” u “órgano” se decía antes) para mínimamente orinar. ¿Y defecar o cagar? Imposible, eso en las páginas siguientes se sabe rápidamente.

ESQUINA-BAJAN

Lo tengo que repetir en honor a la amistad y talento de alguien mejor a su servidor: el brillante, el abogado que más sabe sobre Derecho Electoral en el norte de México, Gerardo Blanco Guerra, donde tertulia de por medio, me contó de las letras de uno de nuestros más grandes autores, Carlos Fuentes. Ese día me relató de su lectura a la novela “La Muerte de Artemio Cruz”. Hizo la reseña con tanta pasión, huella y galanura que, llegando a mi casa, busqué el libro en mis anaqueles. Ese mismo día acometí su lectura.

Soy franco, no le había puesto el ojo porque no se me antojaba. Lo inicié y lo terminé en varios días. Un deslumbramiento. De Fuentes siempre he procurado dos o tres textos, los cuales releo con paciencia franciscana: “Aura”, “Cumpleaños”, “Constancia y Otras Novelas para Vírgenes” y su libro de ensayos, “Valiente Mundo Nuevo”. Rápida digresión: aquí se cuenta la vida del sátrapa, del dictador, del general Enrique Peñaranda, quien en los años cuarenta del siglo pasado mantuvo con mano férrea a Bolivia.

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Cuenta Carlos Fuentes en su libro memorable de ensayos “Valiente Mundo Nuevo”, que cuando este accedió al poder y cuando un reportero le preguntó a la madre del Presidente qué sentía y qué pensaba de ello, compungida, la mamá dijo sin tapujos: “De haber sabido que mi hijo llegaría a Presidente, le hubiera enseñado a leer y escribir”.

¿Cagar y mear? Ya nadie puede por la dieta infame que llevamos como humanos, los cuales nos decimos “civilizados”. Con esta saga de textos, debido a esta saga de textos, un atento lector, médico él, me dijo lo siguiente a rajatabla: “Maestro Cedillo, a cualquier paciente que llega a mi consulta padeciendo cualquier afección, le pregunto primero ¿cuándo fue la última ocasión que usted fue a orinar y defecar? Se quedan perplejos. Muchos ni lo recuerdan: 95 por ciento de mis pacientes no van al baño. Jamás. O muy poco. Candidatos a la muerte, sin duda. Felicidades por sus ensayos”.

Ahora leamos a Carlos Fuentes: “... ¿Cuándo comí por última vez? Oriné hace mucho. Pero comer. Vomité. Pero comer...”. Puf, espacio me falta. Regresaré a semejante tema. Para finalizar esta vez en esta tertulia, va un palíndromo de mi autoría...

LETRAS MINÚSCULAS

Acá caca.

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