Se lo platiqué en tertulia pretérita, se cumplen 157 años sin el poeta Charles Baudelaire. Y hay un equívoco: siempre está con nosotros, está más vivo que nunca. Charles Baudelaire junto a otros grandes estetas (poetas, filósofos, pintores, músicos), intuyeron inmediatamente que las ciudades nacieron malditas desde su concepción. Y están preñadas de una eterna pestilencia, azotadas por un sol preñado de espanto y con una influencia demoniaca sobre la sucia mirada de sus habitantes.
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Lea usted los versos iniciales del poema titulado “El Sol” del gran Charles Baudelaire:
“Por la vieja barriada, donde, de las casuchas
las persianas ocultan las lujurias secretas
cuando el astro cruel furiosamente hiere
la ciudad y los campos, los techos y sembrados...”.
¿Lo nota? En Baudelaire bulle la pasión humana. Pasión y desdicha humanas. Aquí el clima es noticia e influye en la triste y eterna condición humana: atado a sus despojos y a sus pasiones intrínsecas, su halo de eternidad nos delata y nos enseña la dicha pasajera de la bondad, pero también nos enseña la eternidad de la podredumbre. Lo que más duele, sin duda.
Su poesía es ruda y poderosa. Otro rápido ejemplo. En su texto “El Perro y el Frasco”, Baudelaire compara al público de un teatro (la humanidad) con un perro al cual le dan un frasco con aroma de deleite a su nariz. El perro no lo acepta, se aleja, sólo para regodearse en el olor de la inmundicia y excrementos callejeros. En otro de sus poemas escribe:
“¡Pronto, apaguemos la lámpara,
para hundirnos en lo oscuro!”
No hay duda, estamos hundidos en lo oscuro. Al menos no hay dudas para mí y a estas alturas de la vida. Los poetas, y nadie más, siempre saben leer los signos de los tiempos los cuales se abaten sobre nosotros. ¿Dónde está Dios en este tiempo gris y cenizo? Pues en su trono. Mirando su creación. ¿Cuál fue o cuál es el sentimiento o pasión primigenia del hombre desde su origen divino? Si debemos creer a la Biblia, son dos: el miedo y temor (Adán y Eva), luego la ira (Caín mató a Abel).
Cuando “El trabajo inicia... en el aire estancado la pestilencia azota”. El verso poderoso es de Charles Baudelaire (1821-1867), nuestro amado y deletreado poeta maldito, el cual jamás muere del todo. La pestilencia azota a las ciudades malditas. Dijo y escribió el poeta galo. Y la enfermedad, la peste, la pandemia del virus chino aún no termina. De hecho, hoy hay una factura muy ruda: los vacunados con agua de horchata o radiador de auto, siguen cayendo muertos de infarto fulminante. No alcanzan a llegar caminando al más próximo “Oxxo”. Entre más jóvenes, mejor. Es decir, como esta generación tiene miedo y temor de todo, se previnieron con varias vacunas. Hoy caen muertos como moscas.
Fue noticia en Europa, pero no aquí: los de AstraZeneca terminaron por aceptar lo siguiente: su vacuna es riesgo de infarto o derrame cerebral. Se los dije con tiempo. En fin, nada nuevo. El virus chino creado en laboratorio, el famoso y letal COVID-19 no termina. Su poder de infectarlo todo sigue, vive y todo lo mina. Poco a poco, los humanos empezamos a convivir infectados con sanos (no tengo ninguna vacuna y jamás me voy a poner una. Fue y es un experimento en tiempo real. No voy a ser una rata de laboratorio. Si usted me ha leído, desde siempre tomé la anterior decisión). Las muertes siguen siendo igual de rudas, pero ya no son noticia.
ESQUINA-BAJAN
Tal vez, y sólo tal vez, por esta ocasión, lo de menos son los números, los datos. ¿Siguen los muertos? Sí, son legión. Pero ahora hay muchas variantes luego de la maldita pandemia: muertes por la peste, muertes por alcohol, asesinatos y masacres diarias en México, ingentes accidentes fatales de tránsito, los suicidas son la decoración de puentes y avenidas en esta región sureste de Coahuila... es decir, el mundo está podrido y estos tumores cancerígenos son sólo pústulas más visibles en el bosque putrefacto complejo y completo llamado ciudades.
Lo vimos en texto pasado: las ciudades, desde su origen y concepción bíblica, nacieron bajo el signo de Caín, un asesino. Las ciudades nacieron malditas. Fundadas por y habitadas por un filicida preñado de ira, envidia, odio y celos (todos pecados capitales). Las ciudades guardan en su semilla letal las anteriores pasiones humanas.
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Por ello no es de extrañar que sea un poeta como Charles Baudelaire, quien nos clarifica y deletrea el terreno minado a transitar. Toda su poesía es de una amargura y hiel recalcitrante. No hay flores bellas y pernees, sino flores marchitas. Sí, sus flores del mal. Pero su prosa no desmerece en lo más mínimo. Al igual sus críticas, cartas y diarios íntimos. Como traductor, tiene el blasón inobjetable de haber “descubierto” al también atormentado Edgar Allan Poe, cuando éste estaba a punto de ser un cadáver en el panteón del olvido debido a que en Estados Unidos pocos o nadie le querían y menos lo leían.
LETRAS MINÚSCULAS
¿Qué somos los humanos? “Un camposanto... donde como pesares se arrastran los gusanos...”. Larga vida a Baudelaire.