Camarena y Allende... Un epílogo en común

Opinión
/ 20 marzo 2025

Allende no parece calar demasiado en la memoria de los coahuilenses ni de sus autoridades. ¿Por qué el Congreso de Coahuila no ha declarado la conmemoración oficial de esta tragedia?

Vengo escuchando el nombre de Enrique “Kiki” Camarena desde que tengo 12 años.

Sintonizar el noticiero es una costumbre tan arraigada en mi familia como levantar al Niño Dios. Y si bien fuimos cautivos del monopolio televisivo, como en cualquier hogar promedio de la época, éramos también conscientes del sesgo oficialista que necesariamente tenía la información por órdenes del monolítico gobierno priista.

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Era, sin embargo, la única manera de tener un primer acercamiento a los hechos, el sentido crítico ya lo habría de ejercer cada quien de acuerdo con su criterio. Las discusiones políticas eran raras en mi casa.

Desde luego, no estoy diciendo que a los 12 años tuviera yo un especial interés en el caso, pero su persistencia durante semanas entre las notas principales terminó por tatuar el nombre del malogrado agente de la DEA en mi memoria.

Ya pasaron 30 años y seguirá vigente como noticia hasta que se celebre el juicio y conozcamos la suerte del señalado como principal perpetrador de su secuestro, tortura y asesinato, el narcotraficante Rafael Caro Quintero, quien hace unos días apenas fue metido en el combo exprés de 29 líderes criminales que el Gobierno de la doctora Sheinbaum le envió como ofrenda −al margen de todo procedimiento legal− al presidente de los Estados Unidos.

La DEA mantuvo vivo su reclamo durante estas tres décadas para que Caro Quintero fuese juzgado en su país, mientras el badiraguatense permaneció en la relativa comodidad del limbo judicial mexicano e incluso se le permitió llevar una vida carcelaria llena de privilegios, desde donde continuó su carrera delictiva.

Pero si la agencia antidrogas no dejó que el expediente Camarena acumulara el polvo del olvido, imagínese qué tan fresco no permanece en la memoria de su familia y allegados.

En un operativo que sólo demoró unas pocas horas, bajo una oscura y ambigua figura jurídica y “sin relación en absoluto” con la presión que ahora ejercen sobre el gobierno de Claudia Sheinbaum las políticas de su homólogo en la Casa Blanca, Caro Quintero fue puesto en manos de la justicia estadounidense; con lo que quizás ahora los deudos de “Kiki” Camarena puedan llegar por fin a una conclusión que les permita comenzar a sanar.

Uno de los detalles más simbólicos y emotivos de este drama, en su posible recta final, fue la colocación de las esposas del agente Camarena a su ultimador. Estos grilletes fueron resguardados por la familia del agente y entregados por su hijo (el hoy honorable juez Enrique Camarena Jr.) a los agentes de la DEA para esposar al narcotraficante tan pronto pisara suelo estadounidense.

Aun así, no se puede hablar de que haya triunfado la justicia o la ley; es acaso un afortunado accidente del tejemaneje político, de las mutuas conveniencias y encubrimientos a uno y otro lado de la frontera. Pero es algo y, como dijimos, tal vez la causa de Camarena pueda comenzar con esto a escribir su epílogo.

En el mismo narcocombo enviado a EU por la Fiscalía General de la República de Gertz Manero, en colaboración con la Secretaría de Seguridad de Omar García Harfuch y el Consejo Nacional de Seguridad que se supone encabeza la titular del Poder Ejecutivo, aunque ella no tuvo participación ni conocimiento, según se nos informó (si tiene algún sentido para usted, compártamelo)... En ese mismo combo de capos, jefes y cabecillas del narco, decía, figuraban otros dos prominentes miembros del crimen organizado.

Justo por debajo de la relevancia histórica de Rafael Caro Quintero, se encuentran los hermanos Treviño Morales, identificados como líderes del cártel de “Los Zetas, organización delincuencial a la que se atribuyen masacres como la de San Fernando, en Tamaulipas (72 víctimas); la del Casino Royale en Monterrey, Nuevo León (52), y la de Allende, la peor matanza de la que tengamos memoria o registro en Coahuila y de la que se calculan 300 pérdidas humanas.

Con motivo del “traslado” de los 29 lores del crimen y el narcotráfico, el caso Allende volvió a ocupar algunos espacios noticiosos y pude escuchar el relato de Silvia Garza, sobreviviente, aunque quizás una de las víctimas más castigadas de esta tragedia, pues su pérdida suma 18 miembros de su familia.

Necesitamos hacer el ejercicio y tratar de imaginar cómo sería ver todo nuestro mundo destruido, familia, patrimonio, comunidad en cosa de unas horas, en medio de una violencia totalmente fuera de proporción, carente de todo sentido y de una crueldad sin límites, ante la más completa indiferencia y omisión del gobierno y la autoridad.

Morir o no en medio de ese infierno debió ser ya una mera casualidad, pero atestiguar la destrucción de todo nuestro mundo y de todas las cosas que amamos, que hacen de nosotros quienes somos y le dan razón a nuestra existencia, debe ser peor que la propia muerte.

Hoy deberíamos estar “conmemorando”, recordando esta tragedia de la que, por pura decencia, no debemos sentir alivio nunca. La masacre ocurrió entre el 18 y 20 de marzo de 2011, es decir, hoy hace 14 años.

Pero además de algunos colectivos y de la cobertura derivada del referido traslado de narcos para enfrentar a la justicia norteamericana, Allende no parece calar demasiado en la memoria de los coahuilenses ni de sus autoridades.

¿Por qué el Congreso de Coahuila no ha declarado la conmemoración oficial de esta tragedia? ¿Por qué no están marcados los días 18, 19 y 20 de marzo como de luto y rememoración en el calendario cívico de nuestra entidad?

¿Por qué somos tan omisos, tan indolentes, tan agachones, tan avestruces? ¿Por qué?

Ya ni siquiera es un reclamo de justicia ante la desaparición material de un pueblo completo de nuestro “orgulloso” estado. Ya es sólo memoria lo mínimo que deberíamos exigirnos. Pero ni eso.

La superviviente de Allende (si es que se puede realmente sobrevivir a algo así), dice que la captura de los líderes del cártel es la mejor noticia que ha tenido en 14 años y espera que, al menos de parte de la autoridad estadounidense, pueda ver por fin algo de la justicia que su país nunca tuvo apuro en procurarle.

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Tuvieron que suceder cosas extraordinarias en el planeta, moverse fuerzas políticas internacionales, que aún nadie puede terminar de comprender o describir, para que una cadena de eventos casi aleatorios condujera a los delincuentes ante las autoridades del país más poderoso (y absurdo) del mundo.

Será fortuito, casi un accidente, si nuestra tragedia, al igual que la del agente Camarena, concluye de una manera modestamente decorosa para las víctimas, pero nunca resultado del imperio de la ley, de la prevalencia de la justicia o del Estado de derecho en ninguno de estos casos.

Empero, al agente Camarena no lo olvidaron nunca sus compañeros y familiares a lo largo de estos 30 años; mientras que a nuestros hermanos de Allende no estoy tan seguro si alguna vez asimilamos realmente su pérdida en toda su justa dimensión.

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