Carta a un cirujano plástico que me puso mal las de repuesto
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Por: Emmanuel Ruiz de León
“Mis pies, señor zapatero, tienen forma de pies, son como los suyos, si es que acaso usted tiene extremidades humanas”.<br /> Juan José Arreola, “Carta a un zapatero que compuso mal unos zapatos”.
Querido doctor (y uso “querido” por cortesía):
Escribo estas líneas con el único propósito de informarle que, luego de su intervención quirúrgica en mis casi conceptuales senos, he llegado a la irrefutable conclusión de que o usted operó en estado de sonambulismo o estudió medicina en un taller de plastilina para adultos.
Déjeme ponerlo en contexto, doctor. Cuando llegué a su clínica, lo hice con humildad. No esperaba salir de ahí convertida en una Pamela Anderson. Yo sabía mis limitaciones físicas: siempre fui tabla por delante y tabla por detrás. Cuando Dios repartió curvas, yo estaba en la fila de inteligencia emocional.
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Sin embargo, después de no aceptar mi destino pectoral plano, decidí dar el paso hacia el bisturí. Le confié a usted —a usted, doctor— mi sueño más anhelado: tener pechos. Delante, claro. Insisto en esto, porque parecería que hubo una confusión de coordenadas.
La anestesia hizo su efecto. Me dormí con la esperanza de despertar en una nueva versión de mí misma, más voluptuosa, más segura, más sostenedora de escotes; pero no fue así, doctor. Desperté con algo extraño. Al principio pensé que era el vendaje; luego, la postura; después, la cama mal inclinada. Lo que yo sentía en la espalda, justo entre los omóplatos, no era una contractura. Eran. Mis. Tetas.
Permítame repetirlo por si usted no leyó bien: me puso las tetas en la espalda, doctor. Como lo lee. En. La. Espalda. ¿Usted cree que yo soy un Pokémon? ¿Una criatura mitológica? ¿Una versión tropical de Quasimodo? Desde que salí del hospital, mi vida es una tragedia griega con brasier invertido. He tenido que usar tops deportivos al revés. Con decirle que el sujetador parece más una mochila de entrenamiento militar.
Mis amigos creen que tengo joroba. Un tipo en el metro me ofreció lugar porque pensó que padecía un tumor. Mi tía Rosa me hizo una limpia porque creyó que cargaba un espíritu en el lomo. Doctor, no puedo usar escotes, salvo que camine hacia atrás. No puedo correr, porque me aplaudo los omóplatos. En la playa, los niños me preguntan si soy una sirena invertida. Y mi novio... bueno. Digamos que ya no nos abrazamos como antes. Ahora tenemos que hacerlo de cucharita. Lo peor es que mi inversión sí atrae las miradas, pero no como yo quería. Iba a ser fabulosa y no una atracción de feria. En la consulta me dijo que me haría una “mamoplastia de aumento de perfil natural”. ¿Natural, doctor? ¿Desde cuándo es natural que una mujer tenga los senos mirando hacia Chiapas mientras el resto del cuerpo apunta a Tijuana?
Le adjunto una foto (no por gusto, sino por prueba legal). Ahí estoy con un top de tirantes cruzado... cruzado por la espalda, porque ahí está mi escote ahora. Parezco un Transformer en proceso de armado.
Mi abogado recomienda que meta demanda por negligencia médica y mi terapeuta dice que exprese mis emociones con asertividad; pero como no me gustan los pleitos de juzgado aquí voy: estoy furiosa, estoy confundida, estoy embarazada de rabia en el tercer trimestre y son gemelas. Aun así, doctor, tengo esperanza. Esperanza de que me devuelva la dignidad. Y de una vez los pechos a su lugar de origen. Aunque aprecio su intento de innovación anatómica, le recuerdo que la columna vertebral no es una pista todoterreno.
Por estas razones, amigablemente todavía, le exijo una reintervención quirúrgica con fines reparadores, una disculpa formal (con copia para mi mamá que me había dicho: “esas cosas terminan mal”), una indemnización económica para pagar estos meses de terapia, una tarjeta de regalo para comprar lencería y compensar las prendas que tuve que romper con tijeras; pero sobre todo y por último necesito que ponga un letrero en la sala de operaciones: “Antes de meter cuchillo, verifique la orientación del cuerpo sobre la plancha y que la zona para aumento de busto sea la correcta”. Créame, es por su bien. En un descuido a la próxima pone un par de nalgas sobre las mejillas o un implante capilar en el lugar equivocado.
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Sin más por el momento, se despide de usted Valeria Paredes, alias #LadyJorobas, expaciente, actual mochila anatómica y futura leyenda urbana.
EMMANUEL RUIZ DE LEÓN (Monclova 2008). Cursa el cuatro semestre en la carrera de Técnico Ofimático y es miembro reciente del taller literario “Ficciones desde el desierto”. Hace su debut en Vanguardia con el relato “Creepymones contra un taller literario” (2025) y le siguió con “Me hackeó Titivillus” (2025). “Carta a un cirujano plástico que me puso mal unas tetas” es su tercera aparición en este año dentro del periódico coahuilense. Apasionado por la lectura, muestra especial interés en los textos del género de ficción y terror, disfrutando de obras que exploran lo desconocido, lo psicológico y lo sobrenatural. Además, es un entusiasta de los documentales sobre asesinos seriales, lo que refleja su curiosidad por la mente humana, el crimen y el análisis conductual.