Cinema para aviso
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Hubo un tiempo en que la gente pensó que el séptimo arte iba a desaparecer. Fue cuando la llegada de la televisión
En Sabinas Hidalgo, Nuevo León, visité hace tiempo su cine en aquella época más tradicional. No era una de las pequeñas salas en uso hoy: era grande; en él se sentía uno como en aquellos cines de nuestra niñez y juventud.
Sólo el amor mantuvo abierto ese local de majestuoso nombre: “Olimpia”. Amor al cine. Hubo un tiempo en que la gente pensó que el séptimo arte iba a desaparecer. Fue cuando la llegada de la televisión. La pantalla chica hizo que el público se quedara en casa a gozar las primicias asombrosas del nuevo entretenimiento. Programas como “I love Lucy”, y luego “Columbo”, “Kojak”, “Kung Fu”, “Los Pioneros” o las variedades que presentaban Ed Sullivan y Johnny Carson hacían que nadie saliera de su casa.
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Los cines quedaron vacíos como congal en lunes. Se hicieron chistes alusivos, como el del señor que llamó por teléfono a un cine:
-Perdone: ¿a qué horas empieza la función?
-¿A qué horas puede usted venir?
Recuerdo la excelente sala de cine que la Universidad de Coahuila mantuvo durante algunos años en el pequeño auditorio de la Escuela de Enfermería, por la calzada Madero. Tenía dos empleados: don Manuel Núñez, administrador, y el encargado de hacer funcionar el proyector, uno de esos antiguos cinematografistas conocedores de su oficio y respetuosos de él.
No apreció nunca el público el valioso esfuerzo que se hacía en aquella sala universitaria, que ofrecía las mejores películas del cine universal. No eran pocas las veces en que habíamos en la sala menos de una docena de personas. En cierta ocasión, que recuerdo con cariño, asistimos a la función únicamente mi esposa y yo. El señor Núñez nos dijo:
-Está anunciada tal película, pero tenemos además esta otra, y ésta, y esta otra. Como nada más ustedes vinieron hoy, ¿qué película les gustaría ver?
Pedimos “Las Diabólicas”, con Véra Clouzot y Simone Signoret. En ese film Noël Roquevert, gran actor de la comedia francesa, hace un papel pequeñito, el del señor que oye en el radio un programa de concursos mientras en la habitación vecina las mujeres matan al perverso galán de la película. Con ese bit, Roquevert dio cátedra de actuación cinematográfica.
Hace tiempo me tocó ver en el cine de Sabinas Hidalgo, Nuevo León, una película que había visto ya hacía mucho tiempo: “Rapsodia”, con Elizabeth Taylor, Vittorio Gassman, John Ericson y −si no recuerdo mal− aquel actor elegantísimo, Louis Calhern, quien es en la película el rico papá de la muchacha. En ese film escuché por primera vez el Concierto en Re Mayor, para violín, de Tchaikovsky. Gassman interpreta el papel de un violinista que resiste, por amor a su arte, el amoroso asedio de Liz Taylor.
Poco después una agencia distribuidora de videos a la cual estaba yo suscrito, neoyorquina, me mandó una tremenda película que se llama “Sleepers”. En ella Dustin Hoffman hace también un papel mínimo, pero se roba igualmente la escena en que aparece. En el mismo film sale un actor que representa a un viejo cantinero. Será difícil hallar rostro más feo en todo el cine. En un close up me pareció reconocer a ese actor. ¿Quién es?, me pregunté. ¿A quién se parece? Era una ruina ese hombre, y no por obra del maquillaje o la caracterización: era una ruina real.
Había pasado ya la escena cuando súbitamente recordé: era aquel Vittorio Gassman, galán de Elizabeth Taylor, uno de los actores más apuestos en el cine de los años cincuenta. Sic transit gloria mundi.
(Continuará)