Claudia, ¡cuidado con el caudillo!
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Pirulina invitó a cenar en su departamento a Leovigildo. Al llegar le dijo él: “Será un placer disfrutar de tus habilidades culinarias”. “Está bien –aceptó Pirulina–. Pero primero cenamos”... Doña Crasia, señora de muchas arrobas, se subió a la báscula del baño. Le preguntó su marido, que andaba por ahí cerca: “¿Quién dijo ‘¡Ah cabrón!’? ¿Tú o la báscula?”... La mujer de Babalucas le regaló con motivo de su cumpleaños un reloj a prueba de agua, de golpes y de magnetismo. A los pocos días Babalucas lo descompuso. “Lástima –comentó su esposa–. No era a prueba de pendejos”... Don Rufo Josefo, maestro de gramática, llegó a su casa en hora desusada y sorprendió a su mujer en trance de carnalidad con un desconocido. Al ver a su consorte la señora se aturrulló. Toda azarada empezó a balbucir: “Yo... Tú... Él...”. Don Rufo la interrumpió, molesto: “Dejemos los pronombres para después. Primero vamos a aclarar lo de esta conjunción copulativa”... “Por una revolución sin cambios”. Tal era el lema de un partido estudiantil en una escuela de la cual fui profesor. No puedo menos que recordar aquel sonoro eslogan cuando escucho eso de “continuidad con cambio”. Y es que esos dos términos se excluyen uno al otro: si hay continuidad no hay cambio; si hay cambio no hay continuidad. La evidente contradicción tiene su origen en el difícil trato entre Claudia Sheinbaum, la Presidenta que viene, y AMLO, el presidente que no parece querer irse. Hasta donde recuerdo, jamás en México un mandatario electo había acudido a un festejo para celebrar el aniversario del triunfo de aquél de quien recibirá el cargo. Eso tiene un sospechoso tufo a caudillismo. Tanto el caudillo como sus aduladores debieron evitar ese acto por el bien de la que viene. En la época de la dominación priista –no falta quien la evoque con “una íntima tristeza reaccionaria”–, el presidente que se iba se empequeñecía, al tiempo que crecía el que llegaba. En la dominación actual, por el contrario, el que se va crece, y hace que se vea más pequeña la que lo sucederá. Ésta llega al extremo de manifestar que deslindarse de él es deslindarse del pueblo de México. “El pueblo soy yo”. Igual pudieron decir los líderes totalitarios del pasado siglo. Está claro que por ahora no es posible hacer ese deslinde, pero Sheinbaum deberá hacerlo una vez que ciña la faja presidencial si quiere pasar a la Historia como la primera Presidenta de México, y no como comparsa de alguien que se reeligió sin recurrir a la reelección. En ese sentido el nombramiento más importante y trascendente que hará la señora no es el del secretario de Hacienda, y ni siquiera el de Gobernación, sino el de la Defensa Nacional, pues de la lealtad de las Fuerzas Armadas dependerá que sea realmente Presidenta, y no mera figura decorativa al servicio de un poderoso Jefe Máximo que debiendo irse no se va. El futuro de México se mira complicado. La sombra del caudillo lo oscurece, y la amenaza de la revocación de mandato es ominosa espada de Damocles que pende sobre la futura Presidenta, si no el golpe de Estado, extremo que ni siquiera debería mencionarse. ¿Aberrante hipótesis? No tanto. Prácticamente en todos los países de América Latina ha habido uno, y en el mismísimo santuario de la democracia, Estados Unidos, el delincuente Trump promovió el suyo, y salió libre de polvo y paja tras esa violenta intentona criminal. De los caudillismos se puede esperar todo, menos la autocontención, el respeto a la ley y las instituciones y el colocar el bien de la Nación por encima del ansia de poder. Queden estos renglones como testigos de que una vez hubo alguien que dijo: “Cuidado”... FIN.
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