Coahuila no está preparando el nearshoring
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El nearshoring consiste en aprovechar las “ventajas” comerciales que derivan de la proximidad entre el sitio donde se produce o maquila un producto y su mercado final.
En el marco del desarrollismo económico sin límites, todavía vigente, crecer es un bien en sí mismo sin que pesen, ni mucho ni poco, las consecuencias que acarrea dicho crecimiento.
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Por ello, el crecimiento de las ciudades coahuilenses obedece a los intereses económicos de los pocos que, en cada municipio y en todo el Estado, conforman la élite dominante. Ese crecimiento caótico parece no tener fin. No existe ningún análisis serio, ninguna ponderación de la disponibilidad real de suelo, agua, infraestructura energética y comunicacional, ningún estudio comparado, ninguna estrategia para proteger la calidad de vida de las comunidades, mucho menos un plan rector que sirva tanto para proteger a la sociedad y al medio ambiente, como para promover y proyectar.
El asunto es mucho más rupestre, por más que quieran vendérnoslo en ritualistas reuniones y en planes simulados de desarrollo urbano. Los propietarios de la tierra son los que mandan, junto con sus amigos / cómplices que, desde el gobierno, dan luz verde a usos de suelo, vialidades y desarrollos habitacionales o parques industriales sustentados en compadrazgos.
Los especuladores inmobiliarios multiplican sus capitales mediante la compraventa o arrendamiento de grandes extensiones de tierra y, aunque pareciera que no hay nada malo en ello, suele ocultar maniobras de especulación privada, sumamente nocivas por el entorno natural y comunitario, por el impacto que provocan a mediano y largo plazo.
No es cosa nueva, viene de tiempo atrás. Basta mirar el estado actual de nuestras ciudades, ninguna se salva. Los gobiernos de las principales ciudades coahuilenses están reprobados en desarrollo urbano. Los problemas de vialidad son cosa común, lo mismo en Piedras Negras, Ciudad Acuña, Saltillo o Monclova. Evidentemente el parque vehicular ya rebasa la capacidad de la infraestructura disponible y nada se hace para corregir el problema.
Esta limitación de los gobiernos pudiera subsanarse si existiera un transporte público digno, eficiente y accesible, pero sucede todo lo contrario, el transporte público sigue siendo inseguro, arbitrario y oneroso, afecta a muy amplias capas de la sociedad y por ello es más grave que los problemas de vialidad. Las mafias que controlan el transporte público urbano parecen ser las únicas que no se someten a las mafias gubernamentales, ¿será que se les facilitan los acuerdos? Es pregunta.
Por su parte, las industrias se resisten a abandonar las zonas urbanas y habitacionales o fueron ya alcanzadas por éstas. Las plazas comerciales, catedrales del consumismo, tampoco abonan a la solución del caótico problema. Lo único que priva es asegurar el mayor medro posible de los privilegiados, aunque paguen las clases medias y populares.
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Como consecuencia previsible de tan abusivo dispendio, tenemos la ausencia de áreas verdes y espacios públicos de convivencia y recreación. Reinan el gris del concreto y el negro del asfalto que impiden la infiltración del agua de lluvia. Impera la pésima calidad del aire y el despilfarro del agua.
En tan deplorables condiciones se quiere recibir la mayor oleada de inversiones en la historia de Coahuila, consecuencia indirecta del conflicto comercial entre Estados Unidos y la República Popular China. Lejos de aprovechar la oportunidad para poner condiciones y resistir todo lo que resulte nocivo, para venderse caro, la ambición cortoplacista pone por delante el negocio fácil comprometiendo el futuro de nuestros hijos y nietos.