Coahuila: Un soldado ejemplar
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El corazón de don Pedro Agüero latía más aprisa con el recuerdo de la guerra y de sus propios combates hazañosos
Don Pedro Agüero, distinguido coahuilense vecino de lo que hoy es General Cepeda, combatió en el siglo 19 por la República hasta el triunfo final de la causa de Juárez. Se hizo costumbre para él aparecer citado en los partes de las batallas por su ejemplar valor.
Acabado el sitio de Querétaro, y acabada la vida de Maximiliano, a él se le encomendó buscar a Juan Méndez, general imperialista que había escapado antes de la catástrofe final. Lo halló escondido en una especie de subterráneo con provisión de agua y alimentos para pasar dos meses. Lo hizo prisionero y presidió su ejecución en la alameda de Querétaro, a las 7 de la mañana del 19 de junio de 1867. Luego volvió a su solar nativo cargado de glorias.
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El corazón de don Pedro Agüero latía más aprisa con el recuerdo de la guerra y de sus propios combates hazañosos. Se encendía con el fervor de su apasionada admiración por Juárez. En su tiempo vio cumplido su deseo de que don Victoriano Cepeda lo presentara al Presidente. En esa ocasión, arrebatado por patriótico entusiasmo, don Pedro abrazó y levantó en vilo al Benemérito de las Américas al tiempo que exclamaba con voz admirativa: “¡Ah qué indio tan chulo! ¡De éstos ya no paren las yeguas!”.
A su regreso a Patos se dedicó al cultivo de la tierra. Decía: “Nomás pa’ esto sirvo ya”. Fundó dos ranchos; a uno le puso el nombre “Juárez”, al otro llamó “Guelatao”. Cada 21 de marzo y cada 18 de julio hacía que un grupo de campesinos dispararan salvas de fusilería en conmemoración del natalicio y muerte del prócer liberal.
Peleó después más veces, bien por encomienda oficial en persecución de bandoleros, bien en las luchas intestinas de su Estado, siempre al lado, fiel hasta lo último, de don Victoriano Cepeda, su antiguo jefe.
En la Villa de Patos era invitado siempre a las celebraciones cívico-patrióticas, como suelen decir los papeles de invitación a tales actos, y ahí, ya viejo, encanecido y con voz vacilante, solía pronunciar trémulas arengas que nunca podía terminar porque se le quebraba la voz y se echaba a llorar. Los muchachos de las nuevas generaciones, ignorantes de los preclaros méritos del viejo militar, lo apodaron “La llorona”.
Velos tristes cubren sus últimos años. Cuando Carranza se levantó contra Huerta, don Pedro Agüero ofreció sus servicios al gobierno que él consideraba legítimo. Hubo de marchar después, como en destierro, a la Ciudad de México. Allá murió, el 8 de diciembre de 1913. En su tumba el orador fúnebre lamentó que nunca las águilas del generalato hubiesen anidado en el quepí de aquel sencillo luchador, el coronel Pedro Agüero, que tanta vida dio para salvar la de la Patria en sus horas más difíciles.