Como agua para chocolate
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Si relacionamos a la literatura con la gastronomía, sin duda alguna una de las más grandes obras escritas es Como agua para chocolate. Laura Esquivel plasma en sus letras una mágica historia que entrelaza el amor, la cocina, las tradiciones y traiciones. El texto de hoy será femenino.
Este libro relata el amor profundo entre Tita y Pedro, que surge de una comunicación directa a través de la cocina. Nos hacen recordar todas las emociones, recuerdos y evocaciones a los aromas, los sabores, incluso a la cazuela despostillada.
¿Quién no recuerda la sopita de fideo, un caldito de res y esa rosca de harina de panqueques, las albóndigas? O los frijolitos de nuestras madres o abuelas.
Como la Tita, mágica y soñadora, podemos volar y cocinar nuestros deseos, incluso eróticos, ocultos, subliminales, amorosos y piadosos.
La comunicación entre los ingredientes es básica, es como las palabras que se unen para escribir una poesía. Las recetas escritas en esos cuadernos heredables que se toman al pecho y nos revelan un suspiro; así es la cocina.
Como agua para chocolate es un ejemplo de la vibración de una gran intención culinaria.
Tita podía hacer que su hermana Gertrudis saliera desnuda y expedir un vapor con aroma a rosas y cabalgar sin ropas con su hombre por la guerra, el vómito colectivo de los invitados de la boda de Pedro, su gran amor, con su hermana Rosaura. “Sólo las ollas saben los hervores de su caldo”, le decía Nacha mientras lloraba sobre la masa del pastel de boda.
La bruja mayor, mamá Elena, sabía el poder que ejercía Tita al instante alquímico de sus emociones con los ingredientes.
Sin duda en el realismo mágico de Esquivel expone el verdadero sentir de la cocina, el sentimiento único de satisfacer más que el propio estómago una sensación que va más allá del hambre, un bocado que puede resarcir cualquier daño.
El caldito de pollo para ese resfriado, el tecito de manzanilla para el retorcijón, el café por la mañana, los cariños y caricias del pan tostado con la mermelada de frutos de temporada.
Esa sensación de festejo cuando se embarra la masa para los tamales y se elabora un mole de bodas.
Existe una Tita que saborea miel y causa sensaciones, existe una receta perfecta, sin pretensiones ni protagonismos.
Cuando una mujer entra con su hechicería a mezclar, a poner al fuego sus sentires, donde funde sus enojos con una salsa chilosa, sus pasiones, sus dolores, sus alegrías, puede llevarte al orgasmo gastronómico, la seducción, la varita mágica que menea la pócima, los espíritus que bajan a recitar las recetas, los chaneques que desgranan el maíz, el canto y los rezos , el jarro de chocolate.
El pan, la galleta y la natilla, el flan y el atole y granizado de vainilla, que cada encuentro te haga volar al verdadero sentir de la mesa, del cosmos del plato de peltre, el mantel deshilado con flores, la copa del festejo y comida que siempre te haga sentir que estás vivo.
Las sensaciones producidas por el sentir gastronómico pueden ser cósmicas, como la súbita muerte de Pedro al tener el cuerpo desnudo de Tita entre miles de velas prendidas por la tierna Nacha, que vino del inframundo a celebrar su amor después de la boda de Esperanza.
Así podemos sentir aunque parezca increíble estas sensaciones a través de los alimentos, del recuerdo del amor y de todo el círculo que inspira a sentir que es más allá de lo que vemos, es más allá de lo que creemos que pagamos, es más allá de cerrar los ojos y ver la milpa y los cafetales.
Siente, viaja a tu corazón e intenciona tu cocina con un discurso genuino que te eleve y que seas esa Tita transmisora y ese Pedro receptor.
Pon música y baila alrededor del cazo. Construye con los ingredientes el templo más bello de tus recuerdos.
Buen provecho
Encuesta Vanguardia
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