Congruencia dentro y fuera del escenario
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Hubo un tiempo en el que el artista era su arte. En ese entonces, existía una figura mítica del creador; alguien que era capaz de escuchar el canto de las musas y crear cosas bellas. Poco interesaba la figura privada de la persona que existía detrás del artista, lo que hipnotizaba era la persona que proyectaba en público.
En esos tiempos no era relevante si el artista atravesaba por alguna crisis personal – a menos que impactara en su arte – o si su comportamiento fuera del arte era congruente o aceptable. Hubo un tiempo en que ser artista era una carta que podía ganarte una cierta tolerancia a actitudes que de otra manera hubieran sido cuestionadas, o al menos eso es lo que se cuenta y que ha trascendido en la historia.
Esos tiempos han pasado. A medida que la figura del artista se ha ido desmitificando, ha cobrado también más importancia lo que éste hace por fuera de los escenarios. En parte, porque ya no existe esa visión del ser creativo tocado por un don divino, y en parte, porque el campo del arte también se ha ido expandiendo hacia la vida cotidiana. Si el teatro ya no está solamente en el edificio que le fue asignado, las fronteras entre artista y habitante de una comunidad se vuelven más borrosas.
El artista es, a fin de cuentas, una persona con sus propias creencias y comportamientos que dejará que traspasen o no a su actividad creativa. De todas formas, en la era de las redes sociales algunas de estas características fuera del palco trascenderán tanto como su obra, por lo que vale la pena entender que, hoy en día, para decir algo en escena, hay que ser capaces de sostenerlo fuera de ella.
Tal afirmación vale para creadores escénicos que se dedican a formas más bien tradicionales y para los artistas de la escena expandida, aunque para estos últimos la congruencia dentro y fuera del arte sea prácticamente una obligación. Un Hamlet que denuncia que “hay algo podrido en Dinamarca” en una compañía llena de corrupción no puede esperar que su discurso sea el más potente o ¿con que autoridad un grupo de teatro presenta una obra con tintes feministas si lleva a cabo en sus procesos o fuera de ellos acciones que violentan a otras mujeres?
Es claro que una parte del público aplaudirá de todas formas, pero es inevitable – y con razón – que los cuestionamientos aparezcan. Aún más, un creador cuya convicción y compromiso con su arte no viene desde lo más profundo de su vida y de su accionar como persona está condenado a la creación de obras tibias, que no dan completamente en el blanco de lo que – supuestamente – se quiere decir o hacer.
Todos los creadores sabemos que existen oleadas de lo que podríamos llamar “temas de moda” que van surgiendo y desapareciendo según los tiempos. Cada una de estas oleadas trae consigo una serie de proyectos al respecto, algunos, hechos desde la profunda necesidad y entendimiento del tema como algo urgente, otros, hechos desde otro tipo de necesidad: la de anexarse a lo que se considera “políticamente correcto” o, inclusive y nada raro, la de aumentar las posibilidades de acceder a una beca.
El problema con los últimos casos es que en ellos existe no solamente el peligro de que a la obra le falte la potencia y el compromiso que otras creaciones tienen, también existe el riesgo de que – consciente o inconscientemente – se trate al tema de una manera muy superficial. Y es que a veces se llegan a elegir temas que no se entienden a profundidad; sea porque no se le ha vivido, porque no se le ha investigado o porque no se le trata con el respeto que amerita.
Si hoy se dice que la importancia no está solamente en los productos sino en los procesos, no es solamente por el interés investigativo o por la preferencia por un arte procesual, es porque en los procesos se puede leer al individuo creador y su realidad; sus intenciones y sus verdaderos deseos de lograr algo. El proceso es la médula de un proyecto y lo que haga el artista dentro y fuera tendrá un impacto en la percepción del mismo.
El teatro siempre ha tenido una función social, aunque esta no sea siempre la misma. El artista teatral ha tenido que evolucionar en concordancia. Lo que se pide, hoy, más que cualquier otra cosa, es congruencia.