Cosas oídas en mis viajes
No pudo hacer la revisión por varias causas, la principal de las cuales fue que el avión había desaparecido
Sonora
Finales de los años veinte del pasado siglo. Era la época de la aviación. Un piloto alemán apellidado Bieler hizo un viaje de buena voluntad de San Francisco, California, a la Ciudad de México, después de haber atravesado el Atlántico en su avión. Fue recibido en el aeropuerto de Balbuena con grandes demostraciones de afecto, y luego se le hospedó en el mejor hotel de la ciudad.
Al día siguiente Herr Bieler fue a revisar su avión. No pudo hacer la revisión por varias causas, la principal de las cuales fue que el avión había desaparecido. No estaba ya en su hangar. El alemán puso el grito en el cielo, que es donde ponen el grito los pilotos. Alguien lo llevó a poner una denuncia en la demarcación de policía, pero por más que los gendarmes pasaron varios días viendo hacia arriba no pudieron dar con el avión.
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Apareció la nave varios días después, sana y salva, en un campo de cultivo cerca de Hermosillo. Nunca se supo cuándo ni cómo aterrizó ahí, ni quién se lo había volado, si cabe la expresión. Había una nota en la cabina, escrita con muy buena letra, que decía en forma ejemplarmente lacónica: “Gracias”. Pero el mensaje no tenía firma.
Chihuahua
El 5 de octubre de 1936 hubo en Ciudad Juárez grandes manifestaciones de protesta. Sucedió que un señor J. W. Powell, director del Registro Civil de El Paso, Texas, emitió una disposición por la cual todos los niños hijos de mexicanos serían registrados como “colored people”, gente de color, con la misma inscripción que se ponía a los negros.
A los mexicanos no les gustó la comparación con los venidos de África, pese a que mister Powell les dijo que grandes personajes del deporte, como Joe Louis y Jesse Owens, eran gente de color. Apremiado por el tono creciente de los manifestantes añadió indiscretamente que Warren Harding, a la sazón presidente de los Estados Unidos, llevaba en las venas “unas gotitas” de sangre africana. Eso tampoco convenció a los que protestaban, y el registrador se vio obligado a no poner en las actas aquello de “colored people”. O sea que los discriminados discriminaban. Así sucede siempre.
Ciudad de México
Cuando Lázaro Cárdenas asumió la Presidencia de la República una de las primeras quejas que recibió fue la de don Santiago de la Vega, director de Bellas Artes, quien puso en el superior conocimiento del Primer Magistrado que los líderes de la CROM hacían “bailes proletarios” en el augusto teatro, con la circunstancia agravante de que los asistentes a dichos saraos obreristas no sabían usar los baños, y entonces cumplían con la naturaleza en los marmóreos pisos del recinto. Además las damas y los caballeros asistentes bebían pulque hasta embriagarse en fea forma, y hacían en la íntima penumbra de los palcos –incluso en el presidencial– otras cosas naturales que el decoro y el buen sentido impedían a don Santiago describir en aquel ocurso o memorial.
Sometida la queja al Primer Magistrado de la Nación éste ordenó de inmediato que se suspendieran los devandichos bailes proletarios, y que el Palacio de Bellas Artes –no se le cambió el nombre a pesar de su tinte aristócrata y reaccionario– sirviera a “cosas de mayor importancia y seriedad”.