COVID-19: A cuatro años de la pandemia, un canto de promesas
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Era una soleada mañana. Alrededor de las 11:00, en el restaurante se observaba el movimiento acostumbrado. Los jóvenes meseros atendían diligentemente las mesas, como era habitual, y los comensales arribaban en mayor cantidad conforme avanzaban las horas.
Para algunos de ellos era el final del desayuno; para otros el inicio del almuerzo. Otros departían en el café con los amigos de siempre, en la mesa de siempre, con las conversaciones girando alrededor de los temas de actualidad.
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El sol deslumbró con potencia primaveral a través de los cristales. Una llamada interrumpió en una de las mesas de los amigos de todos los días. Luego del inicial saludo, se escuchó un tono de preocupación en la voz del otro lado de la línea. Hablaba desde Estados Unidos y alertaba lo que allá se estaba informando: las medidas que se tomaban con relación a una nueva enfermedad, la que comenzaba a introducirse en los tópicos de la conversación: el COVID-19.
Era febrero de 2020. La voz de este lado, en el restaurante, tomó un poco a la ligera una de las recomendaciones. Y la del país del norte, con gravedad, dijo: “Hay que tomar esto en serio”. Al colgar, el compañero de mesa expresó: “Mucha inquietud en Estados Unidos sobre la enfermedad de la que estábamos hablando hace un momento”.
Aún en México no se declaraba importante. El primer caso oficial se registró precisamente en ese mes de febrero. Aquí se tardaron semanas, incluso meses luego de registrado ese primer caso, para que se le considerara algo serio. En marzo se instó a quedarse en casa, sin importar si en el exterior, de acuerdo con el titular del Ejecutivo federal, Andrés Manuel López Obrador, y con el vocero de la Secretaría de Salud, Hugo López-Gatell, se empleara o no el cubrebocas.
De aquellos meses en que se llamó a quedarse en casa, recuerdo una sesión en nuestra Facultad, la última antes de despedirnos por todo el semestre. “Nos vemos luego de Semana Santa. Hasta ahora son las indicaciones”. No nos volvimos a ver de manera presencial hasta pasado mucho tiempo. (Hace apenas unos días, afuera de cafetería de nuestra misma Facultad, me topé con una de aquellas estudiantes con quien me tocó trabajar en línea. Pasaron cuatro años de aquella despedida).
La pandemia arrebató la vida de seres queridos. La pandemia pospuso formas de convivencia entre niños, adolescentes y jóvenes. Las imágenes de aquellos días se quedan para siempre: niños esperando salir; médicos y enfermeras haciendo esfuerzos extraordinarios. Seres queridos despidiéndose.
En la publicación infantil “Leo, escribo y me divierto”, un grupo de niños de Múzquiz, la Región Carbonífera y de la de Cinco Manantiales fue invitado por las Secretarías de Educación y Cultura de Coahuila a escribir para hablar de sus experiencias en este momento histórico. Y Juan Francisco Rodríguez, de 10 años, expresó: “Yo pienso que el COVID-19 me alejó de la gente. No puedo ir a los supermercados, ni a las tiendas, ni a jugar con otros niños como lo hacíamos antes. Eso es muy triste porque ni abrazos ni besos podemos dar y saludamos de lejos a la gente que conocemos”. Otros hablaban ya de la esperanza que representaba la vacuna, y otros expresaban sus emociones escribiendo cartas a sus mamás y papás.
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La pandemia hizo sufrir mucho. Pero sus efectos también motivaron a comprender los niveles de resistencia de cada uno. En honor de aquellos que estuvieron en las primeras filas para luchar en contra del virus. En honor de todos aquellos que nos instaron a sacar fuerza de lo más profundo del espíritu y nos dejaron con el corazón destrozado, pero con la memoria de su fortaleza, este marzo de primavera 2024, elevamos un canto de emoción y promesa. De esperanza en el futuro. Por ellos, en su honor, a su memoria, nuestro comprometido día a día.