De fin de semana con Sheinbaum y Trump
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Durante los próximos cuatro años los mexicanos tendremos la oportunidad −única, esperemos− de padecer simultáneamente a dos regímenes despóticos y enemigos de la democracia
Primer fin de semana con Trump de regreso al poder... ¡vaya semanita esta última! Sin lugar para el aburrimiento.
Y todavía nos faltan mil 456 días... por ello, lo más conveniente es respirar profundo, intentar relajarse y procurar atestiguar con la mayor calma posible el paso del tiempo... el único remedio eficaz contra esta enfermedad.
Poco más nos queda por hacer a los ciudadanos de a pie. Aunque, pensándolo bien, podríamos hacer algo relevante en estos cuatro años en los cuales el hooligan neoyorkino tendrá el mando del país vecino: intentar aprender.
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Inmejorable situación para ello la actual: padeceremos, de forma simultánea y sin anestesia, a dos gobiernos despóticos, enemigos de la democracia y partidarios más bien de las formas monárquicas, es decir, de la concentración de todo el poder en una sola persona.
Porque, digámoslo claro y pronto, Trump representa la cuatroté del primer mundo... Y también está, coincidencia macabra del destino, en la construcción del “segundo piso” de su autocracia. Ha vuelto al poder recargado y con un mandato incuestionable.
Tal como ocurre con nuestra oligarquía doméstica, allende el Bravo todo mundo lo tiene claro y por ello ha decidido postrarse ante el monarca, rendirse −sin pelear− ante su poder incontestable y disponerse a cooperar... con una sonrisa en los labios.
Y, tal como ocurre acá, rápidamente resaltan en el entorno cercano los impresentables. Allá también tienen sus Noroñas, sus Monreales, sus Adanes, sus Rochas... la diferencia estriba, claro, en el tamaño de sus carteras, en los muchos ceros de sus cuentas bancarias.
Curiosamente, a pesar del extremo paralelismo, las plutocracias mexicana y estadounidense no parecen entenderse. No al menos de principio. Son iguales, piensan igual, la indecencia les une como a siameses, son partidarios de los mismos excesos en el ejercicio del poder... pero se repelen... se detestan.
La realidad no podría ser más hilarante: la caquistocracia mexicana demandando de la plutocracia imperialista un comportamiento decente, el abandono de las formas despóticas, la moderación en el uso del poder en el trato hacia los débiles.
El discurso está bien construido. Hay razón en las expresiones. Las palabras empleadas son las correctas... el problema es la oceánica hipocresía de un gobierno construido de espaldas a las formas democráticas; la duplicidad moral de los déspotas domésticos al dirigirse a su reflejo.
Bien visto el asunto, al menos Trump y sus apandillados no son hipócritas: han expresado sin ambigüedades su desprecio hacia nosotros; nos han insultado y agredido sin pudor ni cortapisas; han plantado su bandera, a la vista de todos, en el territorio del más rancio nacionalismo xenofóbico.
Pero, dijimos al principio, esta es una oportunidad para aprender.
¿Cuáles serán las lecciones a la mano? Esencialmente las relativas a la fragilidad de la democracia y la facilidad con la cual puede retrocederse en la historia y demoler, de forma casi instantánea, décadas de lucha colectiva orientada a la construcción de una sociedad más justa y equitativa.
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En México, el gobierno de Claudia Sheinbaum se propone terminar la obra de su mentor destruyendo el andamiaje institucional construido por los liberales contemporáneos. En Estados Unidos Trump pretende dinamitar los cimientos de la democracia más longeva del mundo para levantar en su lugar un imperio... de verdad.
Para nosotros no fueron suficientes seis años de gobierno locuaz, para usar el adjetivo enderezado por Daniel Cosío Villegas al régimen echeverrista. Para los estadounidenses no bastó un cuatrienio de megalomanía extrema.
Así pues, aquí estamos: en el primer fin de semana del período de conjunción de dos oligarquías en pugna. Como diría un clásico bananero local: “lo mejor es lo peor que se va a poner”.
¡Feliz fin de semana!
carredondo@vanguardia.com.mx