De política y gobernantes; el cacicazgo en Coahuila
“En el primer año de Ventana Política, una mesa de análisis y discusión, y con el agradecimiento a Adrián Garza Pérez y su equipo por involucrarme en esta fascinante aventura”.
Parecería que los fines de la política en Coahuila tienen valores invertidos y resulta que el anhelado bien común se traduce en el aseguramiento generacional de la riqueza de sus gobernantes, al menos de los últimos años.
Ya sin la vigilancia directa del Presidente de la República en los tiempos de dominancia del PRI, los gobernadores se rigen por sus propias reglas por lo que hace a los dineros y las obras.
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Sin dedo que señalara desde la capital quién sería el ungido gobernante de este estado, en bancarrota económica y moral, nacieron los cacicazgos locales desde el año 2000 a la fecha, y de esa manera aquel que dejaba el poder designaba quién sería el cancerbero que guardara con 10 candados las trapacerías del sexenio que terminaba y legaba las fórmulas de la impunidad para él o la pupila en turno, a fin de que este saciara también sus apetitos.
Y aquí en esta tierra, donde surgieron en el siglo 20 nada más que cuatro presidentes de la República, terminamos este año con un estado endeudado y una resaca que durará por lo menos 40 años.
Poder y dinero se confabularon para crear una nueva especie insaciable, inmisericorde y dispuesta a todo con tal de aumentar sus mieses y satisfacer sus fauces.
Sucedió algo inaudito que acomodó los astros a estos sinvergüenzas con iniciativa y hechizos, que han logrado sostener a una partida de zombis coahuilecus que viven a merced del subsidio y la dádiva.
Hasta 1999, desde la capital del país, el presidente en turno señalaba a sus gobernadores y los imponía sobre todas las cosas, si había alguien a disgusto simplemente enviaban a un funcionario para apaciguar las ansias y ofrecer una salida por otra posición.
De esa manera Coahuila fue gobernada por personajes singulares que fueron de los políticos honestos a los muy corrompidos; de los ignorantes a los científicos, de los humoristas a los amargados y hasta aspirantes a la puerta grande.
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El sistema político mexicano no siguió las reglas precisas y algo se perdió en esa dictadura perfecta definida por Vargas Llosa.
Don Jesús Reyes Heroles había advertido: “somos el Partido en el gobierno, pero no somos el gobierno... Coloquio constante con todos, piensen como piensen; confianza en nuestras ideas; ver con ojo escudriñador lo que nos rodea; leer con avidez, escribir y hablar, ganar las cátedras, conquistar todas las trincheras ideológicas, ir a las plazas, ser, si esto sirve, hasta predicadores dominicales; dialogar con los campesinos, con los obreros, con la amplia y ramificada clase media, para ser orientados y poder orientar”.
Y en congruencia con lo anterior, convocaba a: “llevar la política a todas partes, hasta las academias, si es necesario; aprovechar al máximo la fuerza de la política, que es, en el fondo, nuestra mayor fuerza. Hagamos más, mucha más política; hagamos mejor política y acabemos con la politiquería”.
La oportunidad de los cacicazgos llegó con la derrota del PRI y fue entonces cuando las cofradías y nomenclaturas fueron tejiendo en su burdo telar las candidaturas y los embriones que resultaron en seres malformados y mañosos, Frankenstein ingratos que desconocieron a sus creadores y a su vez forjaron una subespecie.
No bastaron tres sexenios y cuatro gobernadores para saciar la sed de saqueo y los bajos instintos, se viene asomando un recién nacido que tal vez traiga la maldición y la marca.
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Oscuro panorama ofrece un sistema basado en el continuismo y la impunidad, que nacen de la falta de interés o el acomodo de este al beneficio individual.
Es necesario recodar que la política implica la búsqueda del bien común en medio de pulsiones sociales diversas y cambiantes. Para eso se requiere claridad de principios y coraje para tomar decisiones que no siempre tienen el beneplácito de la popularidad.
Recuerdo de nuevo a Reyes Heroles: “la política demanda pasión, pero, a la par, mesura, sosiego interno, dominio de sí mismo, para no intentar dominar a otro u otros; aspirar a dominar las cosas y no los hombres”.
Encuesta Vanguardia
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