Día de los Inocentes: Una mirada a las infancias
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Esta añeja conmemoración de un suceso triste tiene por objeto señalarnos que los niños son pureza, que es lo contrario de lo impuro, lo sucio, lo malo, lo perverso
Hoy es Día de los Inocentes. No tenemos claro que el dato que dio pie a su conmemoración tenga sustento histórico; más bien hay que dudar del mismo, pero tiene siglos de celebrarse, y no se trata de saber si sucedió o no, sino de que se ha tomado como algo que fue real.
Herodes Antipas era una especie de rey judío, y digo especie porque representaba al emperador romano. Según el Evangelio de Mateo –que de los cuatro es el que más comenta el nacimiento de Jesús–, los magos de Oriente llegaron a Belén para rendir pleitesía, parabienes y regalos al niño y a su madre María. Aquellos seres importantes dijeron al rey que iban a donde nacería el Mesías. José tuvo un sueño en el que un ángel le advertía que se ocultaran. Herodes se informó del caso y, celoso, mandó a matar a todos los niños de Belén. Hasta aquí, resumido, el caso del nacimiento de una celebración que ha durado hasta ahora.
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He visto no pocas pinturas que los grandes maestros dedicaron a ese asesinato masivo: las madres escondiendo entre sus ropas al hijito y los militares arrebatándoselos, estrellándolos contra las paredes, cortando cabezas y buscando en las casas.
De alguna manera se fue creando ese mito y poniéndolo en relatos, poemas y óleos (sería difícil esculpir ese hecho, pero sí hay ejemplos). Total que los infantes (así se nombra a los que todavía no hablan ni caminan) y niños crearon –sin saberlo– un festejo evidente. La infancia es, por definición, inocente, lo que implica que no tiene maldad (aunque los hay muy necios) y que es, por definición, puro. Si buscamos una traducción propongo la siguiente: nihil ab istis noceri potest (éstos no pueden causar daño). De hecho, en latín innocens significaría: el que no conoce. ¿Qué es lo que ignora? La maldad, por supuesto. Así que esta añeja conmemoración de un suceso triste tiene por objeto señalarnos que los niños son pureza, que es lo contrario de lo impuro, lo sucio, lo malo, lo perverso. De ahí que un personaje como el padre Marcial Maciel sea imperdonable. Sólo faltaba recordar las palabras de Jesús: “el que escandalizara a uno de estos niños, más le valiera atarse una rueda de molino y lanzarse al mar”.
Vea usted a dónde estamos llegando mientras iniciábamos el artículo, hablando de los inocentes. Y sí, aunque me digan que soy obsesivo, no puedo dejar de lado la masacre de niños en Gaza. Y a pesar de que lo cité en un artículo anterior, traigo a la memoria lo que dijo en un discurso, ante la prensa y la radio, una de las fundadoras del Estado de Israel, Golda Meir: “mientras estoy hablando, los palestinos están teniendo hijos”. O sea que el rechazo a las infancias era, más que una palabra, un concepto copiado de los nazis.
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Dejemos la aflicción y vayamos a nuestro pasado. Sucede que en la escuela de Ciencias Sociales está terminada una hermosa tesis de maestría sobre las infancias, que es el resultado de investigaciones en documentos de archivo, tanto civiles, gubernamentales como eclesiásticos. Su autora es Anarika Freyssinier y Dávila, bajo la dirección de la doctora Machely Flores y de un servidor. En ella se recuperan muy distintas infancias: las, digamos, normales, las adoptivas, las abandonadas, las indígenas, las secuestradas y rescatadas, las expósitas y las que tuvieron madres nutricias, que en realidad no eran mamás, sino que daban pecho a infantes. Pero debo añadir que esta tesis se sitúa en una población del norte coahuilense, San Fernando de Austria, hoy Zaragoza. Tesis hermosa, novedosa, profunda, teórica y fáctica, que además de hablar de niños, se trata de la región, de los ricos, de los apaches, de las mujeres, de los militares... sin dejar de lado el dicho: “no hay texto sin contexto”.
Debo confesar que he aprendido mucho de mi alumna y de los lectores (especialistas) que la han revisado y comentado antes de que ella la defienda públicamente. Pedí permiso a Anarika (madre de tres hijos) antes de redactarlo. Los infantes, la niñez y la adolescencia, etapas de la vida, son lo más bello de una sociedad. ¿Qué mundo les estamos dejando?