Educación y polarización en México
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En vista de la reciente elección presidencial en México, la más grande en términos del electorado sufragante hasta ahora, pudimos notar una polarización en el electorado tal vez nunca antes visto. En lugar de opiniones políticas bien informadas y consistentes con una postura que contrastara los beneficios y/o perjuicios posibles de una u otra propuesta, vimos más que nunca, posturas y opiniones viscerales, basadas en las emociones más primitivas y, sobre todo, cargadas de ira, de encono y de desprecio hacia los proyectos con los que cada persona no simpatizaba, y en contra de las poblaciones que decidían apoyar un proyecto distinto.
Este nivel de desprecio hacia personas con divergencias de opiniones y posturas políticas, no es producto, como se dice, de una narrativa discursiva impulsada desde Palacio Nacional. Aunque, sin duda, este discurso es atizado desde la oficina presidencial, no es la causa, sino solamente se arrecian los síntomas.
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La verdadera causa de la polarización político-social de la población mexicana yace en la cada vez más clara consciencia pública de la polarización social que ya existe, de la desigualdad latente entre las clases medias altas y altas de México, y las mayorías históricamente desfavorecidas y empobrecidas.
En México, a los sistemas de educación pública, los habíamos entendido antaño como valiosas herramientas de movilidad social, como habilitadores de herramientas para permitir a las clases trabajadoras, acceder a algunos de los privilegios de las clases medias y altas, mediante la inversión en capital humano.
Sin embargo, tenemos a la mano evidencia de que la mayoría de las personas que nacen en condiciones de pobreza en México, pasan todas sus vidas y mueren en las mismas condiciones de pobreza, sin oportunidades reales de movilidad social. Vemos cómo los sistemas de educación pública fracasan en ofrecer dichas oportunidades a las personas que se forman en ellos, inundando un mercado mexicano de profesionales con salarios cercanos al mínimo y en el que el costo de oportunidad de pasar cuatro o cinco años en una universidad, para terminar con las mismas oportunidades laborales que una persona sin estudios universitarios, con salarios paupérrimos, resulta altísimo para las mayorías trabajadoras.
Es entonces una nueva obligación del Sistema Educativo Nacional y de las instituciones privadas de educación, iniciar trabajo que permita cerrar estas brechas sociales que polarizan a la población mexicana. El trabajo desde la empatía en las primeras infancias y hacia ambientes colaborativos y no de competencia, se deberá priorizar para atender a las diferencias de postura causadas por desigualdades estructurales en nuestra sociedad.
Sin embargo, resultará inútil cualquier esfuerzo desde la educación, si no ayudamos a corregir dichas desigualdades estructurales, y esto comienza con su reconocimiento.
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Una educación que nos ayude a evidenciar la muy necesaria lucha por el trabajo digno y los derechos de la clase trabajadora, que evidencie el mito de la meritocracia y coadyuve en la reforma por mejores condiciones salariales, mejor trato al pequeño y mediano empresariado, que promueva una reforma fiscal progresiva que ayude a atender a las necesidades de la población más desfavorecida mediante sistemas sociales bien financiados y eficientes, en un país que es el que menos recauda como proporción de su PIB de toda la OCDE, y el tercero que menos recauda en toda América Latina. Esa es la educación que nuestro país necesita si queremos reducir la polarización. Una educación de lucha de clases que fortalezca el desarrollo de las clases trabajadoras y medias, con miras a reducir las desigualdades más crueles de nuestra sociedad. Una educación que coadyuve a erradicar los símiles de nuestro país con una oligarquía feudal, y nos acerque a las socialdemocracias efectivas de los países con mejor calidad de vida en el mundo.
Al final de cuentas, de nada sirve culpar de las diferencias en las posturas políticas a ninguna figura, si estas diferencias se encuentran enraizadas en profundas desigualdades sociales, y aún menos sirve, culpar a nuestros sistemas educativos de dichas divisiones, cuando, por más buenos que puedan llegar a ser esos sistemas, estamos formando personas para arrojarles a las fauces de sociedades que no les van a permitir ejercer las capacidades que están desarrollando, y que les condenan mayoritariamente a la frustración y la incapacidad absoluta de movilidad social.