El Bukele de Tierra Caliente, el niño sicario y la Presidenta

Opinión
/ 8 noviembre 2025

Hace quince días, luego del homicidio del líder limonero Bernardo Bravo en los alrededores de Apatzingán, preguntaba yo en este espacio que cuántas personas valientes más tendrían que ser asesinadas para liberar a la gente de Tierra de Caliente en Michoacán, la cual lleva décadas sometida bajo el yugo del crimen organizado. La insolente respuesta criminal llegó rápido, el fin de semana pasado, con el homicidio del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo. La reacción del Estado mexicano, a través del enésimo “Plan Michoacán”, tampoco tardó mucho en ser anunciada, aunque dudo que con eso baste para neutralizar la hidra criminal que se ha arraigado tanto en esa región del país: qué tiene de novedad lo de hoy con respecto a lo que en sus momentos plantearon Calderón, Peña Nieto y AMLO, y que fueron rotundos fracasos.

Yo no veo nada que pueda provocar un cambio profundo, pero suerte. Carlos Manzo, el señor del sombrero, era un tipo muy bragado, de los que someten su propio miedo, inclusive sus terrores, al punto de volverse temerario. Muy temerario. Denunció a gritos a cuanto grupo criminal pisó la zona, pero no sólo eso: con sus magras fuerzas policiales persiguió a miembros de cárteles grandotes y también a sicarios, halcones y mulas de grupos de mercenarios locales. Los combatió, a veces los capturó, y los exhibió en redes sociales, sobre todo en Facebook. No sólo eso: en ocasiones, según dijo, sus fuerzas también abatieron delincuentes.

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Como si aquello no fuera algo insólito en un alcalde mexicano, también denunció recio al gobernador morenista, Alfredo Ramírez Bedolla, por presuntos nexos con el crimen organizado, y por usar fuerzas policiales para “delinquir”.

Por eso lo querían mucho, porque era el hombre recio que miles de michoacanos anhelaban para exterminar a los malandros (sí, erradicarlos), una persona que no se andaba con rodeos ni circunloquios cada vez que denunciaba y correteaba narcos y extorsionadores; un tipo que lo veían no sólo como futuro gobernador sino que ya lo candidateaban para la mismísima Presidencia de la República en calidad del Bukele mexicano que, según mucha gente, necesita nuestro país luego de tantos años de fracaso ante el delito de extorsión que crece y crece y crece, como una maldición imposible de conjurar por panistas, priistas, perredistas, petistas, morenistas, MCs y verdes.

La pérdida de la vida de Carlos Manzo y la extorsión como forma de gobierno real (¿no es acaso un impuesto ilegal que mantiene a miles de mexicanos malos?) son una tragedia, pero no son las únicas, hay dos más. Una se llama Víctor Manuel Ubaldo Vidales, de 17 años, adolescente originario del municipio de Paracho, en la meseta purépecha. Él, según la Fiscalía michoacana, es el niño que asesinó a Manzo. Un niño sicario a las órdenes del CJNG que usó un arma vinculada a otros dos crímenes. Un chavo más que perdemos en esta ruptura del tejido social que ha provocado el crimen organizado con su insaciable codicia y su permanente maldad.

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La otra tragedia es la de Uriel Rivera Martínez, el tipo medio lumpen que agredió a la Presidenta. Los 10 segundos que el sujeto tuvo de impunidad para besar en la nuca a Claudia Sheinbaum, manosear su cuerpo y todavía seguir alegando delirios sin que fuera sometido, fueron momentos espeluznantes. Así como falló la seguridad municipal y federal de Manzo, es inadmisible que en Palacio Nacional permitan que la Presidenta esté a merced de cualquier Víctor Manuel Ubaldo Vidales que, en 5 segundos pudo sumir a la nación en una desgracia por cinco mil pesos.

¿En serio no se dan cuenta que vivimos en el país del sicariato donde basta un perverso o un orate para ordenar y pagar una ejecución? Carajo, no sean insensatos.

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