El desplome del PAN en Coahuila: 6.86 por ciento
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En los comicios del pasado 4 de junio votaron un millón 302 mil 756 ciudadanos. Cruzaron el emblema del PAN, para votar por su candidato Manolo Jiménez Salinas, 89 mil 473 ciudadanos que representan el 6.86 por ciento de la votación total. Uno de cada ocho votos de los obtenidos por Manolo, uno de cada catorce votos de los emitidos en la jornada.
Es claro que el PRI no necesitó del PAN ni del PRD para ganar. Lo que el PRI sí logró con esa alianza fue tragarse al PAN, y con el triunfo de Manolo consiguió lo que parecía impensable: la práctica desaparición de Acción Nacional en Coahuila.
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Con tan ínfima votación, Acción Nacional pasó a ser la cuarta fuerza política en el estado, por debajo de Morena y del PT que es ya tercera fuerza política en Coahuila, con el doble de votos de los obtenidos por el PAN.
Así termina lo que parece ser la última era del PAN coahuilense, la que reemplazó al PAN de Rosendo Villarreal, García Villa, Jorge Zermeño y muchos otros. Se trata del PAN de Memo Anaya, compadre de Calderón a quien traicionó para impulsar a Ricardo Anaya y sucesores, que hacen lo mismo que Memo con el PAN, pero a nivel nacional.
Memo Anaya es parte de un grupo de panistas que se caracteriza por su limitada preparación académica y su poca preocupación por la propuesta y las soluciones a los problemas públicos. Anteriormente hacían gala de cierto carisma juguetón y siempre les ha sobrado afición por la componenda, el dinero y la vida fácil a costillas del partido, del quehacer político y del ciudadano.
En Coahuila, poco a poco, estos panistas fueron abandonando el barco, conforme lo hundían con sus prácticas. Primero se fue Fernando Gutiérrez. Le siguió Luis Gurza y una serie de personajes menores. Luis Fernando Salazar y César Flores partieron a Morena. Chuy de León se quedó en el PAN, siempre leal y callado a lo que le ordene Memo. Marcelo Torres vino después, su ascenso fue igual o más rápido que su descenso. Lo más emblemático fue el silencio de Memo tras la cerradísima elección de 2017, un silencio ensordecedor e inexplicable.
Memo reapareció en 2018 en su fallida campaña al Senado, en la que consolidó al PAN como tercera fuerza, y ahora en la campaña de Manolo, para entregar el PAN al PRI y poner el último clavo al ataúd. Para Memo es un negocio redondo y oportuno. Su acuerdo en lo oscurito quedó validado por la dinámica nacional. Nada que esconder. Es bueno para los negocios, dirían algunos.
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El desplome del PAN tiene repercusiones más amplias que trascienden al propio partido. En una política sana, el partido es únicamente un medio, un instrumento ciudadano para la democratización y la consecución del bien común. Por ello, quién pierde es el ciudadano coahuilense, que se queda sin contrapesos razonables y presa de la corrupta polarización entre el viejo y el nuevo PRI, llamado Morena.
A pesar de lo vivido en decenios anteriores, del pésimo legado del PRI en Coahuila, ahora resulta que los demócratas de hoy son los verdugos de ayer. Ahora resulta que la modernidad democrática vendrá de la corrupción que hundió a Coahuila en una crisis social que los privilegiados prefieren no ver. Ahora resulta que el PRI nos defenderá contra un populismo demagógico, reencarnación del PRI de siempre, y que tiene tan felices a los corruptos de siempre.
Ahora resulta que el PRI viene a sanar una historia de saqueo, violación de derechos humanos y autoritarismo que nos recetó durante décadas. Ahora resulta que el PAN viene a legitimar y limpiar, desde la sepultura, al sistema corrupto de ayer, de hoy, de mañana y de siempre. Porque de eso trata, de un sistema, no de personas. Un sistema en donde las personas son marionetas al servicio del corruptor en turno. Un sistema que sólo habrá de morir si se le sustituye por uno auténticamente democrático, en donde la reforma a la justicia penal encabece la primera batalla, porque el delito de la corrupción es el peor azote, el que todo lo controla.