El espectáculo más grande sobre la Tierra
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Disculpe... ¿Tiene un minuto para hablar de Elvis, Nuestro Señor?
Comentaba en redes que el martes este mundo matraca cumplió 45 años sin Su Majestad, Elvis Aaron Presley. Y fue una feliz coincidencia que ese mismo día tuviera yo la oportunidad de ver la súper producción -actualmente en cartelera- sobre la vida, ascenso, estrellato, decadencia y muerte del ídolo de la música e icono de la cultura más grande e influyente del siglo pasado.
La película “Elvis” es una celebración del legado del Rey absoluto e indiscutible del Rock y afortunadamente no se regodea con los detalles sórdidos de su biografía, aunque el punto de vista desde el cual se nos narra su vida es más bien oscuro, el del siniestro mánager, descubridor y explotador de Elvis, el “Coronel” Tom Parker (espléndido Tom Hanks como tenía que ser).
Pero en esta ocasión las loas son para Austin Butler, quien hace desaparecer por momentos la línea que divide lo real de lo interpretativo. Su recreación de Elvis en Las Vegas, por ejemplo, está tan perfectamente estudiada, coreografiada, ensayada, internalizada por el actor que no se me sacó una lágrima porque estaba luchando por contener un aplauso. Pero tiene muchos, muchos momentos rutilantes y es que su encarnación abarca desde un Presley adolescente hasta poco antes de su muerte, a los 42 años.
Junto a la interpretación de Butler hay otros dos elementos para salir extasiados: Por supuesto, el diseño de producción, toda la dirección de arte es un viaje psicodélico hecho del mismo material del que estaban confeccionados sus trajes de fantasía, bordados en oro y pedrería.
Y la banda sonora no se concreta a reproducir el sonido de Elvis y sus contemporáneos sino que lo recrea, lo fusiona, lo mezcla, lo trae al siglo 21 pero sin apuñalar el legado del Rey del Rock; no lo traiciona sino que lo refresca para las viejas generaciones y lo vuelve interesante para el público joven.
La edición desde luego es delirante, pero no desemboca en un dolor de cabeza como sucede con las pelis de acción. La edición sirve para que las escenas bailen al ritmo del soundtrack y para que la narración sea un flujo continuo en el que apenas se sienten los entreactos.
Insisto por todo lo anterior que un realizador como Baz Luhrmann, cuya gema en su currículum era (hasta hoy) la extravagancia pop “Moulin Rouge”, era la persona correcta para hacer la biopic de Elvis, después de que predecesoras como “Bohemian Rapsody” o “Rocket Man” le hubieran dejado la vara muy alta (la primera como una consentida del público y la recaudación; la segunda como un producto muy apreciado por la crítica).
Pero hacer a Elvis era un reto muy diferente: La mera presencia física del Rey -sin su talento- (su apostura, cabello, estatura, la simetría de su rostro) ya hacía de él un privilegiado de los dioses. Agréguele luego sus dotes para cantar y el timbre de su voz (que no son lo mismo), su facilidad para dejarse arrebatar en bailes frenéticos capaces de excitar a sus fans que nunca antes vieron nada parecido, y su carisma afrodisiaco de chico bueno y al mismo tiempo peligroso. La suma de todos estos atributos, vuelve más complicado interpretar a Elvis que a Jesucristo o a Superman, pues aunque tampoco son tarea fácil permiten al menos elaborar una propuesta. En cambio, un Elvis cinematográfico iba a ser necesariamente comparado con el verdadero, con “the real stuff” y créame que Butler sale más que bien librado.
Se dice que para este trabajo, el actor tuvo que compenetrarse tanto que meses después del rodaje aún sigue instalado, poseído, por la personalidad que construyó para interpretar al ídolo de Tupelo. Ello no sólo es perfectamente creíble, sino que era el precio natural a pagar por calzarse en los zapatos de gamuza azul del Rey.
La cinta no es un drama sobre una vida trágica. Me encanta que en gran medida el conflicto se centra en la lucha de Presley por su integridad artística: Vemos a un Elvis que le dio al sonido de los negros una difusión masiva a la cual se oponía ferozmente la segregación racial; un Elvis que necesitaba expresarse con movimientos sensuales porque entendía que todo el brete del “rock and roll”, desde su simple denominación, es una metáfora para el viejo ritual de aparamiento humano (el mete y saca); un Elvis consternado por los eventos convulsivos de finales de los sesenta que sacudieron a su país y que se sentía obligado a cantar algo profundo y congruente; un Elvis preocupado por la naturaleza del legado que iba a dejar, inseguro de su importancia.
Realmente no quiero ni puedo agotar los comentarios sobre una pieza que aún estoy digiriendo y que necesitaría ver otras tres o cuatro veces para apreciar en todos sus detalles. Pero anticipo que su vigencia prevalecerá hasta la temporada de premios del año próximo y que se hará con categorías en prácticamente todas las áreas, técnicas y artísticas; y que se llevará galardones en la medida en que esos mugrosos premios busquen recuperar un poco de credibilidad.
Se me quedan en el tintero los comentarios que podrían derivarse sobre la “apropiación cultural” (que no hay tal, ni siquiera existe tal cosa); o sobre el choque generacional y la disrupción en los valores tradicionales que representó el advenimiento del rock and roll y que se revive cada vez que alguien se escandaliza por una letra o un video de reggaetón. Pero no lo quiero cansar. Será en otra ocasión.
Sólo me queda aconsejarle que vea “Elvis” en cines (si se espera a verla en su tele, le garantizo que se perderá un 70 por ciento de la experiencia).
Mire que era casi imposible hacer una biopic sobre El Rey con un mínimo de decoro y dignidad, que todos los elementos jugaban en contra, que el reto y todo lo que Elvis representa eran una receta segura para el fracaso y sin embargo, lo lograron. Hicieron algo hermoso, formidable y memorable a partir del espectáculo más grande sobre la Tierra.