El espejismo del súper peso y la peligrosa paradoja de la moneda
El amplio diferencial de tasas entre México y Estados Unidos convierte a los instrumentos de deuda mexicanos en una inversión extremadamente atractiva
La sostenida apreciación del peso mexicano, que lo ha llevado a cotizar en niveles alrededor de las 18 unidades por dólar, ha generado una euforia comprensible. Sin embargo, detrás de la etiqueta de “superpeso” se esconde una dinámica que tiene mucho más de factores externos que de logros estructurales internos de la economía mexicana. La clave de esta fortaleza reside, fundamentalmente, en la debilidad global del dólar y en el diferencial de tasas de interés.
La primera y más contundente evidencia es el comportamiento del Índice del Dólar (DXY), que mide el valor del billete verde frente a una canasta de seis divisas importantes. Cuando el DXY cae, como lo ha hecho en un 8% en los últimos doce meses, el dólar se deprecia globalmente, y esto arrastra al tipo de cambio. Esta debilidad del dólar frente a sus pares se debe, en gran medida, a un cambio en el panorama de la política monetaria en Estados Unidos.
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Precisamente, la reciente decisión de política monetaria de la Reserva Federal (Fed) ha sido el catalizador. Tras un ciclo de alzas agresivas, la Fed ha señalado una pausa en las subidas de tasas e, incluso, ha sugerido la posibilidad de recortes en el próximo año. Este cambio de tono ha deprimido el rendimiento de los bonos del Tesoro y, por ende, la demanda global de dólares.
Aquí es donde entra el factor que sí es local, pero solo en términos de respuesta: la política monetaria del Banco de México. El amplio diferencial de tasas entre México y Estados Unidos convierte a los instrumentos de deuda mexicanos en una inversión extremadamente atractiva para el capital de corto plazo, o “capital golondrino”. Los inversionistas extranjeros acuden al país en busca de ese alto rendimiento, inyectando dólares en el mercado cambiario, lo que presiona al peso al alza.
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Esta dinámica, sin embargo, es un fenómeno de espejo de doble cara que redefine el mapa de ganadores y perdedores. El primer y más evidente ganador es el consumidor mexicano. Un peso fuerte actúa como una poderosa ancla antiinflacionaria, abaratando los bienes importados, desde bienes de consumo hasta la maquinaria industrial. Otro beneficiario clave son las empresas y el gobierno con deuda en dólares, cuyo costo de servicio se reduce drásticamente.
En contraste, el sector más golpeado es el exportador. Las empresas que venden al exterior y facturan en dólares, al convertir sus ganancias a pesos, las reciben en menor cantidad, reduciendo sus márgenes de utilidad.
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El otro gran perdedor, con un profundo impacto social, son las familias receptoras de remesas. Este flujo de dólares, vital para el consumo en muchas comunidades, ve su valor real desplomarse, una vez que los convierte a pesos.
En conclusión, la fortaleza del peso es un reflejo de un dólar globalmente débil y del diferencial de rendimientos entre ambos países, no de una transformación económica profunda ni mucho menos exitosa de nuestra economía. La próxima decisión de Banxico será crucial, pues si se comienza a recortar la tasa, el diferencial se reducirá, aminorando el atractivo del peso y, muy probablemente, revirtiendo parte de su apreciación.
Economista y catedrático de la Universidad La Salle Saltillo
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