El futuro de la democracia

Opinión
/ 3 septiembre 2022
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Norberto Bobbio nació en 1909 en el seno de una familia fascista. Las primeras escuelas a las que asistió le cambiaron la vida, sus profesores le impactaron con sus comentarios y dieciocho años después se conviertió en un militante antifascista, es decir, contrario al régimen de Benito Mussolini, el tipo aquel que dijo “El estado soy yo” con la política de represión propia de esos tiempos. En su búsqueda descubrió a Thomás Hobbes y en 1942 asumió el liberalismo político, luego social, como su nueva filosofía. Al tiempo, enseñó en algunas universidades italianas y se convirtió en uno de los intelectuales más importantes de la Filosofía Política en la historia. Uno de sus textos más importantes es “El Futuro de la Democracia” publicado en 1984. Ante los nuevos vientos que se aproximan, vientos electorales, vale la pena darle un repaso. Altamente recomendado.

Primero. Para entender la democracia nos remite al plano de las ideas y asienta que hay una gran diferencia entre la democracia ideal y la real. Seguro que el reclamo y la crítica a quienes han encabezado las democracias en las que hemos vivido, usted y yo, nos han dejado siempre pensativos y hasta frustrados más de una vez, porque justo nos pasa que confundimos el ideal que tenemos de democracia con la realidad que experimentamos. Bobbio nos saca de esa confusión.

Afirma que una cosa es el ideal y otra cosa es lo real. Y desde ahí dirá que la democracia no ha existido y −malas noticias− no va a existir. Empatar lo ideal con lo real es tarea imposible. Por supuesto, siempre es importante saber cuál es el techo al que aspiramos, pero en muchos de los casos el ideal democrático se contrapone con la realidad en la que vivimos, esa que hacen y ensucian los políticos que anteponen el poder y el interés privado por encima del bien de todos.

Ahí es donde luego se dificulta entender si realmente lo que vivimos es una democracia o alguna otra forma de gobierno, entonces nos colocamos entre la plutocracia, la oligarquía, la tiranía, la anarquía y, en algunos sectores de nuestra sociedad actual, la dictadura. Para que se dé una idea, en las últimas encuestas realizadas en México los niveles de satisfacción con la democracia (Informe País y Latinobárometro) andaban por el 18 por ciento de aceptación.

Por eso, cuando nos comparamos con las democracias nórdicas, canadienses, alemanas y hasta norteamericana nos olvidamos de sus culturas, de sus contextos, de la educación, del modelo de ciudadanía que ellos practican y, en el sentido de que todas las comparaciones resultan odiosas, no entendemos que la democracia depende también de los contextos.

De ahí que, como diría Bobbio, hay distintas formas de hacer democracia, por una razón muy simple: el contexto es diferente; por eso las grandes diferencias entre las democracias actuales. El ejemplo es simple, si Andrés Manuel gobernara Finlandia no tendría margen de maniobra por los altos niveles de participación ciudadana, y si Sanna Marin, primera ministra de Finlandia, gobernara nuestro país estaría condenada a la frustración por el poco interés y la nula responsabilidad en la construcción de lo público que tenemos los ciudadanos en México. Ahí es donde se entiende la democracia de Sanna Marin, la de Andrés Manuel y la que percibimos una buena cantidad de mexicanos (cfr. IV Informe de Gobierno).

Como lo habrá notado en las líneas anteriores, la democracia no viene en paquete, son los ciudadanos los que la hacen posible por una simple y sencilla razón, la democracia y la participación ciudadana hacen un maridaje perfecto. Cuando nos quejamos de la precaria democracia en la que vivimos, siempre será importante que revisar la siguiente pregunta: ¿Qué tan comprometidos estamos en la construcción de lo público? Ahí está la clave. Para terminar la idea, la democracia no surge por generación espontánea. Y efectivamente, debido a la patética ciudadanía que somos, tenemos a los gobernantes que nos merecemos.

Regresando. Para Bobbio “el futuro de la democracia” se encuentra en el poder de las palabras, es decir, en la capacidad negociadora de los políticos profesionales y los ciudadanos para llegar a consensos, generar acuerdos, favorecer a las minorías y promover la inclusión a través de la libre discusión que nos lleve a tomar las mejores decisiones para todos. Otro elemento es llegar al “final de las ideologías”, que son importantes, pero que nos han dividido y en nuestro caso polarizado; no hemos llegado al punto de entender que por encima del bien privado se encuentra el bien común. Justo todo lo anterior es lo que nos tiene trabados como sociedad, por eso el futuro de la democracia mexicana se ve bastante borrascoso.

Por eso, particularmente en un contexto como en el que vivimos, dirá Bobbio, se requieren ciudadanos racionales, autónomos y responsables que tengan en cuenta que en cada elección nos jugamos un destino colectivo y que, por lo tanto, debemos tomar siempre las mejores decisiones. Lleva toda la razón cuando afirma que en todo esto se encuentra el éxito o el fracaso del futuro de la democracia. ¿Está usted de acuerdo? Así las cosas.

fjesusb@tec.mx

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