El ‘indiómetro’ y el fracaso de la ofensiva gubernamental contra Xóchitl Gálvez
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En 2007 Barack Obama irrumpió con gran fuerza en la vida política de Estados Unidos. Se esté o no de acuerdo con su gobierno, nadie puede negar el impacto de su persona en la política estadounidense. Su aparición y ascenso sorprendió a muchos. Llevaba un periodo como senador por el estado de Illinois, al que fue electo en 2004, cuando lanzó su candidatura presidencial. Previo a esto había sido maestro universitario en la escuela de derecho de la Universidad Chicago y legislador local, una figura que no rebasaba las fronteras de su estado.
Pronunció un muy buen discurso en la convención nacional demócrata del año 2004, siendo candidato al Senado por su estado. Llamó poderosamente la atención e hizo que el mundo del dinero y la estrategia lo voltearan a ver. Cuatro años más tarde llegó a moverle el tapete a los demócratas, que ya tenían la coronación de Hillary Clinton lista para reemplazar a un Partido Republicano muy disminuido tras la crisis económica de 2008 y la guerra en Irak.
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Nadie esperaba a Obama en la elección presidencial de 2008. Afectó muchos intereses que ya se frotaban las manos porque “ya les tocaba”. Las críticas que recibió atacaban directamente su origen racial, no por ser afroamericano, esos estigmas ya estaban superados, sino por no serlo lo suficiente. La mamá de Barack Obama era una mujer caucásica de Kansas y su padre un hombre africano de un pueblo rural de Kenia.
Quizá la mayor afrenta de Obama a la nomenclatura –como le sucedió a muchos otros afroamericanos exitosos como Jesse Owens, ganador de múltiples medallas en los juegos olímpicos de Berlín 1936 ante la mirada de Hitler– fue que su acenso al éxito no se hizo a través de las organizaciones establecidas o liderazgos que luchaban por los derechos afroamericanos desde muchas décadas atrás. Las organizaciones, los grupos, muchos de ellos loables, suelen sentirse dueños no sólo de las banderas, sino de los mensajes y de las personas que suben las escaleras de ese éxito.
Algo similar está sucediendo con Xóchitl Gálvez, tanto al interior de la partidocracia opositora, que ya se hacía controlando al candidato presidencial que surgiera de entre sus filas, como en las filas oficiales que dictan discursos desde Palacio Nacional y se asumen como dueños de todo intento que implique representar a los pobres, oprimidos e indígenas de México.
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Fue tal el impacto de la irrupción de Xóchitl en el escenario nacional que la horda de voceros oficiales, extraoficiales y caricaturistas del régimen se lanzaron con todo para desprestigiarla. Pese a todo, dos semanas después, la ofensiva gubernamental ha resultado ser un rotundo fracaso. Perdieron el protagonismo y la narrativa.
En cuanto a las críticas, resulta interesante que prácticamente todas van dirigidas a la partidocracia, a los políticos de siempre. Es decir, atacan a Xóchitl por estar en la oposición. Pero no han podido construir una sola narrativa crítica en contra de ella como persona. Quizá por eso se aventuraron a poner en duda su origen indígena. El Fisgón, de los moneros favoritos del régimen, tomó una foto vieja de la familia de Xóchitl en condiciones de pobreza extrema e hizo burla de ella sustituyendo a sus integrantes por políticos de oposición, retirados y en activo. Supongo que buscaba vender la idea que esta era la nueva familia de Xóchitl. No contento con ello, también puso en duda su origen indígena. Xóchitl le contestó con una pregunta: “¿Acaso él tiene el indiómetro?”. Xóchitl aclara ser la orgullosa hija de una mujer mestiza y un padre indígena. Más allá de la cantidad de sangre indígena que corra por su sangre, lo cierto es que creció y vivió en condiciones de pobreza extrema como muchos indígenas de México.
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Las críticas de los voceros del régimen en vez de afectar a Xóchitl la están ayudando. Por fortuna están errando en su estrategia. Lo que sí dejan en claro es su profundo machismo y elitismo. Sienten que, desde sus escritorios de la Ciudad de México, son los únicos legitimados para abanderar las causas sociales de México. Además de que le niegan a una mujer el reconocimiento a lo ya logrado, endosándole su éxito a hombres poderosos a los que ella ni conoció en su desarrollo profesional previo.
Demos la bienvenida a estos tropezones presidenciales. Que vengan más errores, como estos, de parte del gobierno. Que la soberbia presidencial siga siendo un empuje a las aspiraciones presidenciales de la primera mujer indígena que tiene la posibilidad de ser presidenta de México.