El laberinto de la sucesión

Opinión
/ 21 agosto 2022
Cada actor político juega sus fichas, en medio de una larga vereda que aún falta por recorrer para elegir al nuevo inquilino de Palacio Rosa.

¿Es la soledad una característica nacional, un rasgo de nuestra cultura? El escritor mexicano y Premio Nobel de Literatura, Octavio Paz, sostenía que México es un laberinto de soledades, intrínseca a su carácter histórico y clave para entender nuestra historia. En su obra cumbre, “El Laberinto de la Soledad”, Paz explica que la historia de México es una búsqueda de los orígenes históricos, de un tiempo anterior a la “catástrofe” del tiempo histórico. Que la experiencia mexicana es una orfandad, una oscura conciencia de que hemos sido arrancados del todo, y una ardiente búsqueda: una huida y un retorno, un esfuerzo por restablecer los lazos que nos unen con el universo.

Que las formas de soledad en nuestra cultura podrían explicarse, al menos en parte, por la reserva con la que el mexicano se enfrenta a otras personas y la violencia impredecible con la que sus emociones reprimidas rompen su máscara de impasibilidad. Asegura que los sueños de la razón son insoportables y que una de las únicas alternativas a la continua frustración de la soledad laberíntica es el viaje solitario en busca de respuestas. Pero que esa búsqueda de significado puede verse oscurecida por la racionalidad que puede crear horrores, que incluso la razón puede inhibir nuestra visión.

El ejercicio de gobernar es un acto de una soledad inmensa y en su andar por Palacio Rosa, Miguel Riquelme gobierna mucho en solitario, pues gran parte de su equipo no sigue su ritmo. Él hace las funciones de todo, acaso por desconfianza y un mucho porque sus colaboradores se repliegan temerosos. Riquelme planea, decide y opera. Cercanos a él, parecería que solo dan la cara Eduardo Olmos y Fernando Simón Gutiérrez.

Con ellos atraviesa el último trecho de su gobierno, uno donde ha debido echar a andar su proyecto sucesorio, uno que enfrenta graves riesgos que pasan por los intereses de grupos de poder estatales y nacionales. Alguna de esas amenazas han sido estrategias legales que quisieron desconocer que la distancia más corta entre dos puntos, es siempre la línea recta. Ese fue el caso de la reforma que establecía la alternancia de género, camino que tuvo que ser desandado con velocidad, encendiendo las luces rojas.

Riquelme ha sido paciente y espera el mejor momento para tomar decisiones definitivas, mide riesgos y da tiempo al tiempo. El triunfo de la Alianza en Durango supuso oxígeno puro para el priismo coahuilense que vio en esa elección la posibilidad de que a Morena se le puede derrotar. Apegándonos a los hechos tendríamos que reconocer que Riquelme mantiene una alta aprobación y que existen condiciones de alta empleabilidad y una seguridad que contrasta con los niveles de violencia de otros estados.

Pero hay quien asegura que todavía deberá superar el que quizás sea el obstáculo más importante: que la podredumbre, hedor y desprestigio del dirigente nacional del PRI, Alejandro Moreno “Alito”, no arrastre al fracaso su proyecto sucesorio. A eso habrá que agregar la negociación de los espacios que demandará la nomenclatura panista en Coahuila para concretar la alianza.

Riquelme lo sabe y atraviesa por este complejo laberinto con el “estilo lagunero de gobernar”; el de pitcher cerrador, el que sabe que esto no se acaba hasta que se acaba, que aún faltan varias entradas en el juego sucesorio y que el último out, es siempre el más importante.

El manual del candidato priista

Octavio Paz argumentaba que los mexicanos, de todos los orígenes y edades, presentan una máscara al mundo en defensa propia. Construyendo una especie de muro de indiferencia y lejanía entre la realidad y él mismo, un muro que no por invisible es menos impenetrable. El mexicano, dice, siempre está alejado del mundo y de los demás, pero también de sí mismo. Esta soledad resultante no es abrazada o refinada sino una reacción que tiende a oscilar entre extremos de defensividad, que convive con la desconfianza, la ironía y la sospecha.

Manolo Jiménez, el perfil más competitivo del priismo en Coahuila, sigue el manual sucesorio al pie de la letra. Se reúne con grupos, entrega apoyos, asiste a reuniones sociales, deportivas y de cualquier tipo. Hay quien critica su proclividad por acercarse a la oligarquía, que no tienen ideología sino intereses. Su perfil defensivo e irónico ha ido desapareciendo poco a poco, para dar paso a uno que cuida sus declaraciones y no polariza.

Ceñido al monolito del priismo que es su principal fortaleza, Manolo no se sale del guión, pero en un escenario jamás enfrentado -como el tener un gobierno de la República en contra- se desconoce si apegarse a ese manual le alcanzará pues, aunque ha sido siempre efectivo, tiene un desgaste de casi 100 años.

Y mientras eso ocurre, personajes como Chema Fraustro, alcalde de Saltillo, está ahí a la expectativa por si los “jóvenes” cometen un error; lo mismo ocurre con la senadora Verónica Martínez, lista si y solo si, un meteorito cae y arruina el plan. De Jericó Abramo, al pasar de los meses ha ido bajando su encono con la “cúpula” y han encontrado una solución política que ha evitado su escisión, una noticia que da un respiro al priismo.

Un laberinto es, por definición, un lugar en el que uno se pierde. Román Alberto Cepeda, alcalde de Torreón, parece ser el más escéptico a la designación de Manolo Jiménez y parece pesarle, y mucho, la decisión que ya está tomada. Quién sabe: quizá esté sufriendo el mal de Narciso que, encantado por su belleza reflejada en el agua estancada, es incapaz de abrazar el objeto de su ardiente deseo -una candidatura a gobernador negada- y que termina consumiéndose en la nada.

Morena en su laberinto

Centrándose en el arquetipo del laberinto tal como aparece en los mitos de Perseo, Octavio Paz sugiere que hemos sido expulsados del centro del mundo y estamos condenados a buscarlo por selvas y desiertos, o en los laberintos subterráneos.

En uno de esos laberintos parece que está atrapado Morena, el partido del presidente López Obrador. Víctima de su propio éxito electoral en buena parte del país, las ambiciones sucesorias se han desbordado y la decisión sobre quién la encabezará en Coahuila atraviesa por una lucha descarnada en donde aparecen tres personajes: El senador Armando Guadiana, el ex panista y ahora ferviente obradorista Luis Fernando Salazar y el subsecretario de seguridad pública federal, Ricardo Mejía Berdeja.

Con una intensa campaña mediática, los precandidatos de Morena se aparecen en todas partes, aunque la decisión final parece decantarse por Ricardo Mejía, empujado por el poderoso grupo Tabasco, buena parte del gabinete federal y gobernadores morenistas.

Mejía Berdeja ha debido recorrer Coahuila los fines de semana intentando ganar el tiempo que le ha cobrado factura por su larga ausencia. Su estilo es frontal, señala y es señalado al tiempo que ataca y es atacado. Cercano al ánimo presidencial, parecería que la suya es una candidatura anunciada y que en octubre, fecha elegida por Morena, se podría acelerar la que ha sido una lenta pero continua diáspora priista, como ha sido la reciente renuncia del diputado federal Shamir Fernández, una baja sensible, cuyos efectos están aún por medirse.

Y mientras eso ocurre, encuestas van y vienen y parecen estar logrando un solo propósito: confundir. Las más serias dan hoy una ligera ventaja a favor de Manolo Jiménez. Coahuila es pues, el único estado donde el priismo tiene posibilidad de triunfo, pero tanto priistas y morenistas saben que falta mucho y que acaso, esto ni siquiera ha empezado.

@marcosduranf

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Columna: Dogma de fe

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