El ‘Libro Rojo’ de Mao; la siniestra revolución cultural que fracasó
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En abril de 1964, el Ejército Popular de Liberación de China imprimió por primera vez una especie de citas, frases y aforismos de Mao Tse-Tung que, meses después, el Comité Central del Partido Comunista de China imprimió bajo el nombre del “Libro Rojo”, los pensamientos del presidente Mao, una especie de “Biblia China” que dio cauce a la “Revolución Cultural”, movimiento que intentó cambiar a China desde la raíz.
Yo adquirí el “Libro Rojo” durante mi primera visita a China hace casi 20 años, y al igual que para millones que creyeron en la “utopía comunista”, la Revolución Cultural fue un faro de esperanza. Esta revolución buscaba derrumbar a los “cuatro viejos”: las viejas costumbres, los viejos hábitos, la vieja cultura y los viejos modos de pensar. Pero detrás de la “Revolución Cultural” estaba el intento de renovación de las élites políticas para ponerlas bajo el control de Mao. Estas élites estaban molestas con la forma en que Mao ejercía el poder y reconocían la necesidad de oxigenar la política en China.
Mao, al igual que otros gobernantes comunistas o socialistas del mundo, había tomado medidas económicas desastrosas que se tradujeron no sólo en mayor pobreza y endeudamiento, sino en millones de muertes. El brutal fracaso del conocido como “Gran Salto Adelante”, movimiento que pretendió la colectivización de la producción agrícola e industrial en la China comunista, provocó una hambruna que, según cálculos conservadores, trajo consigo la muerte de 45 millones de chinos. Esto abrió la oportunidad al poder a políticos como Deng Xiaoping, quien buscaba cambiar el modelo económico.
Pero compartir el poder era algo inaceptable para quien, luego de décadas al frente de China, se negaba a dejarlo y cualquier crítica a su modelo la tomaba como una amenaza a su posición personal. Así que de forma perversa utilizó a los jóvenes que le ayudaron a implantar rápidamente su “Revolución Cultural Proletaria” que, basada en las ideas plasmadas en el “Libro Rojo”, fue eliminando, deportando, encarcelando, matando y desapareciendo a personajes a los que consideraba enemigos políticos.
Mao Tse-Tung utilizó a cientos de miles de jóvenes radicales a los cuales enfrentó contra la jerarquía del Partido Comunista para iniciar una especie de “purga”. Cada uno de ellos cargaban consigo el “Libro Rojo” y, convertidos en una especie de evangelistas fanáticos del régimen, gritaban lemas revolucionarios mientras creían salvar su legado.
Ya siglos antes, santo Tomás de Aquino (que de santo no tuvo nada) había advertido con la frase “Homo unius libri” −que en latín significa “cuídate del hombre que sólo ha leído un libro”− sobres las personas que intentan imponer sobre todas las cosas su visión retorcida del mundo con base en sus creencias personales.
Y es que durante ese tiempo peligroso, no llevar, leer y citar de memoria el libro, era visto como una señal de divergencia del camino de Mao, lo que podría conducir al ostracismo e incluso la muerte. En este momento era tan importante mostrar la actitud “políticamente correcta” que incluso los trabajos científicos citaban las obras de Mao, y prácticamente todos los ciudadanos poseían una copia personal del mismo.
El “Libro Rojo” es el más popular del mundo, sólo después de la Biblia, y se han impreso más de mil millones de copias. Esta obra de 270 páginas, 33 capítulos y 427 citas de Mao divididas, lo mismo habla de frases de la guerra, la disciplina, el patriotismo, el papel de la mujer y, por supuesto, de política.
La “Revolución Cultural” fue un evento siniestro que intentó destruir desde sus cimientos una herencia milenaria, todo por el propósito perverso de Mao por eternizarse en el poder y, tras su muerte, imponer a su sucesor. No sucedieron ninguna de las dos cosas, pues al final su figura es meramente decorativa y su sucesor, Deng Xiaoping, perseguido por la “Revolución Cultural” por ser uno de sus más feroces opositores, es a quien los chinos reconocen como el verdadero responsable del milagro económico. Cosas de la vida, en su intento por conservar el poder, el propio Mao Tse-Tung, el héroe que expulsó a los japoneses, el estadista que formó una nación, había olvidado una de sus frases favoritas: “Agua estancada se pudre”.