El nombre y el hombre, fuerza opositora en Nicaragua
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Cuando una escucha las noticias sobre la expulsión de más de 200 presos políticos de Nicaragua a Washington, Estados Unidos, por órdenes de Daniel Ortega, no podemos más que estremecernos por el ahogo y la asfixia en que está viviendo este país.
Impresiona el hecho de que quien ahora se encuentra encaramado en la Presidencia de Nicaragua fue quien participó en la lucha armada hace años para sacar del poder al también dictador Anastasio Somoza.
El periodista Jaime Avilés, en su recorrido por varios países, incluido el nuestro en los años setenta y ochenta, consignó en sus reportajes luego compilados en “La rebelión de los maniquíes” el valor de muchos de quienes participaron en aquella época para derribar la dictadura de Somoza. Se enfrentaron de manera frontal contra quien los tenía sujetos en un estado de abandono, inseguridad y violencia. Los días previos a la caída de Somoza son retratados por Avilés en uno de sus espléndidos trabajos periodísticos donde describe cómo los rebeldes enfrentaban a las fuerzas armadas en todas las ciudades. En el aeropuerto de Managua estaban dispuestos a salir del país muchos de los simpatizantes de Somoza que ya veían el inevitable fin, su caída.
La esperanza se imponía, mujeres y hombres jóvenes salían a la lucha abandonando sus hogares y siguiendo a líderes que como Ortega les proporcionaba el ideal de un promisorio futuro.
En ese ambiente, Ortega llega a la presidencia de Nicaragua. Y negando todo principio, traicionando a los suyos, se convirtió ahora en el dictador que tiene a su pueblo abandonado y sumido de nueva cuenta en la inseguridad y violencia.
En el momento actual, haber expulsado de su país con el estigma “traidores a la patria” a más de 200 nicaragüenses, es el rostro definitorio de su dictadura. Los inhabilita de forma perpetua para poder ejercerse en la función pública; tampoco podrán ocupar cargos de elección popular, y de acuerdo a la propia oficina de Justicia en Nicaragua, “quedando en suspenso sus derechos ciudadanos de forma perpetua”. Flagrante violación a los derechos humanos.
Qué horror de gobierno. En pleno siglo XXI y recordando tantas dictaduras que han hecho su inhumano asiento en países como Argentina, Chile y el mismo Nicaragua, desterrando a los ciudadanos que ideológicamente se oponen a él. No fueron liberados: fueron desterrados, perdiendo su nacionalidad, de acuerdo a la aprobación de una reforma a la Constitución del jueves pasado por parte de la Asamblea Nacional de Nicaragua, controlada por el oficialismo, por considerarlos “traidores a la patria”.
El obispo de Matagalpa, Rolando José Álvarez Lagos se negó a subir al avión que condujo a los presos políticos a Estados Unidos. Fue trasladado a una prisión conocida como La Modelo, y con ello se ha convertido en lo que muchos consideran un mártir, en quien la mirada internacional estará volcada desde ahora.
Esto nos trae a la memoria a Nelson Mandela, cuya grande personalidad, fuerza de carácter, determinación, dignidad y valentía, también atrajo la atención mundial, sensibilizando al orbe sobre la injusticia de la prisión en que estuvo por décadas.
Ahora, el obispo, catalogado por el espurio Daniel Ortega como “un desquiciado”, tendrá sobre sí una mirada que debe llamar a todos la atención, y recordar en el mundo que lo que está haciendo el dictador con su país son actos de indignidad y deben ser deplorados, rechazados completamente y denunciados públicamente.
Mientras, la piedra en el zapato, para Ortega, tiene un nombre y un hombre en el obispo Rolando José Álvarez.
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