¿El ojo espiritual? (1)
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Frío y calor, calor y frío. Todo se da en estos días en los cuales ya no hay estaciones del año definidas como sólo hace pocos años se presentaban en mi ciudad. Los días son ratos, extraños. Son días extraños como la propia vida, la vida cotidiana la cual ha mutado para siempre, con la llegada del virus chino. No somos los mismos. Nunca más volveremos a ser los mismos. Hemos cambiado para siempre los vivos. ¿Los muertos? Para desgracia de todos, los muertos, muertos están. Y no son miles, sino ya millones. Nos hacen falta y nos faltarán todo el tiempo. De aquí a la eternidad. O lo cual quede de esa añorada eternidad por muchos humanos.
Ni hace ni frío ni calor, o las dos estaciones climatológicas se presentan en el día y en la noche. Lo anterior usted lo sabe, me afecta. Me hierve la sangre con el maldito calor el cual no se va del todo. Me molesta el calor y el sudor escurriendo en mi cuello y manos. La asfixia del sopor y el perpetuo verano no me dejan trabajar a gusto y por horas. Los bichos (moscas, mosquitos, cucarachas y un largo etcétera) no han muerto por un motivo: no hace frío y se siguen incubando larvas. Miles de larvas. Si no hay frío entonces, no puedo estar sentado y atento a la polución de mis ideas.
No me he adaptado a esta intermitencia de la muerte en la cual me debato entre el calor y el frío. Tal vez y sólo tal vez lo anterior fue lo cual me provocó y una vez más, una fuerte infección en mi ojo derecho. Padezco insomnio. Un día cualquiera amanecí con un ojo entre dormido y despierto. Inflamado y flácido. Con poca vida. También, harto lagañoso. Ese día anduve manejando mi vida con vidrios empañados. Conforme fue transitando el tiempo, me compuse. Pero, luego fue el segundo día, luego el tercero. Al cuarto, mi ojo colapsó definitivamente. Me dio infarto y pensé en mi muerte.
¿Soy tremendista y escandaloso? Pues sí, sin duda alguna y aquí lo he dejado por escrito. Cuando lo anterior sucede, lo he contado, corro a los consultorios de los médicos, magos y chamanes de cabecera: o bien enderezo mis pasos con don Rafael Torres Rangel o bien, amanezco tocando la puerta de don Carlos Ramos del Bosque. Quiso el destino y los hados, fuese con el segundo aquí deletreado. Y sí, como siempre, el doctor Ramos del Bosque me salvó de la garras de la parca.
Me auscultó de todo a todo. Incluyendo todo mi enjuto cuerpo. Para fortuna mía, ando con respiración y condición de velocista. Seco y flaco, pero sin ningún problema. Lo único y lo de siempre: no tengo un pinche músculo en mi humanidad. Peso 56 kilos por andar padeciendo a las musas. Es todo un heroísmo comer tres veces al día. Mi ojo derecho y luego de cinco días intensivos de tratamiento, volvió a su sitio y espero, no me dé lata de nuevo. Aunque durante 9 o más días bajé mucho el nivel de mi vida en andar de judío errante y el leer compulsivamente, sí pude leer a trompicones hojas sueltas aquí y allá y retomé algunas notas las cuales siempre tengo en mis libretas.
ESQUINA-BAJAN
Al tomar las notas de la novela de Ray Bradbury, “Fahrenheit 451”, di con un párrafo subrayado, es el siguiente: “... se vio en los ojos de ella, suspendido en brillantes gotas de agua, oscuro y diminuto, pero con mucho detalle; las líneas alrededor de su boca, todo en su sitio, como si los ojos de la muchacha fuesen dos milagrosos pedacitos de ámbar violeta que pudiesen capturarle y conservarle intacto”. ¡Ah! Con esta prosa de los grandes autores de la literatura universal, caray.
¿Nota usted cuánta sugerencia de metáforas y sentidos en tan pequeño párrafo? Los ojos de la muchacha, de una mujer amada o bien, de una desconocida en la cual el destino nos alcanza, nos pueden mantener vivos y en sitio confortable, como una habitación cerrada por siempre. “Pedacitos de ámbar violeta...”, dijo el gran Bradbury. Solemos decir y también, siempre, los ojos son el reflejo del alma, del espíritu. Podemos mentir todo el tiempo pero llega un momento, una epifanía en la cual se ve en los ojos y su reflejo, es imposible mantener mentiras y embustes.
La siguiente metáfora sobre ojos es de un autor injustamente olvidado el cual forma parte de mi zodiaco personal. Es Michael Ende en su libro “La historia interminable”: “sus ojos almendrados tenían el color del oro viejo...”. Tal vez por todo lo anterior, solemos decir de tener un “tercer ojo” o el famoso sexto sentido. Ver no simplemente con la mirada, sino con un tercer ojo y sentir aquello lo cual los creadores sienten más a plenitud o lo descubren, a cualquier ojo humano normal.
El famoso “ojo espiritual”. ¿Pero nuestros cinco sentidos son un galardón o de plano, debemos bloquearlos para ver con el ojo espiritual, el sexto sentido, ya privados de alguno? Al contemplar a la Virgen en una magnífica pintura, Gonzalo de Berceo escribe lo siguiente: “Por estos cinco gozos debemos al catar:/ cinco sesos del cuerpo qe nos facen peccar,/ el veer, el oír, el oler, el gostar,/ el prender de las manos qe dicimos tastar...”. He conservado la grafía original de “Milagros de Nuestra Señora” en editorial Cátedra.
¿Lo nota también? Para el clérigo y poeta, hay un suplicio: el pecar con los sentidos. Pero también, el disfrute estético de la belleza de la Virgen a través del sentido de la vista. Mucho por explorar. Aún me falta rastrear a ese tuerto el cual no era tuerto: James Joyce, el cual si usted ve fotos de él, en ocasiones trae un enorme parche, luego no trae nada... regresaré al tema.
LETRAS MINÚSCULAS
Como siempre, el mago y chamán, el doctor Carlos Ramos del Bosque me rescató de las garras de la muerte. Lo agradezco.