El peatón invisible: historias desde la acera
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La vida me ha dado la oportunidad de conocer una gran cantidad de ciudades, tanto en México como en el extranjero. Algunas, como Torreón, son de creación relativamente reciente; otras, como Roma, tienen una historia milenaria. He visitado ciudades pequeñas, con apenas unas decenas de miles de habitantes, y otras con millones de residentes. Cada una tiene sus lugares atractivos para pasear y disfrutar, así como sus zonas de mayor riesgo. Sin embargo, hay algo que todas parecen compartir: el peatón es, casi siempre, el menos digno en lo que a movilidad se refiere.
Para algunos, nada parece menos importante en las calles que aquellos que vamos a pie. Es como si mereciéramos un castigo por no desplazarnos en algún vehículo, apareciendo ante ellos como un estorbo para sus prisas. Desde la bicicleta hacia arriba, todo parece más valioso. Y aunque muchas ciudades cuentan con zonas peatonales o infraestructura destinada a proteger al caminante, como es el caso de Medellín, en la práctica, esto no parece ser suficiente. Aquí, en esta hermosa ciudad colombiana, es común encontrar automóviles estacionados sobre los cruces peatonales y tener que esquivar a ciclistas o motociclistas que, ignorando los semáforos, transitan como si las reglas de vialidad no les aplicaran.
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Es cierto que hay peatones que tampoco cumplen las normas y eso debería cambiar, pero en caso de un accidente, quien lleva las de perder casi siempre es el que va caminando. Para los nómadas digitales, caminar suele ser la principal forma de desplazamiento. Es económico, saludable y una excelente manera de conocer una ciudad. Sin embargo, esto implica adaptarse a las dinámicas locales, entender las reglas implícitas y explícitas, y aprender a lidiar con los riesgos.
El dicho popular reza: “a la tierra que fueres, haz lo que vieres”. Parte del aprendizaje de los primeros días en una ciudad nueva consiste en reaprender a moverse a pie por sus calles y, ocasionalmente, a utilizar su transporte público. Es una experiencia enriquecedora que no sólo ayuda a entender las dinámicas sociales, sino que también pone en evidencia los problemas de convivencia urbana derivados de un diseño centrado en los automóviles.
En Medellín, se agradece la cortesía con la que muchos automovilistas se conducen. Pero es fundamental que ciclistas y motociclistas comprendan que las reglas de vialidad también les aplican. Aunque sus vehículos sean más ligeros, en caso de un accidente pueden causar lesiones graves a un peatón. Curiosamente, la mayoría de las advertencias que recibo aquí están relacionadas con la inseguridad y el riesgo de ser víctima de un asalto. Sin embargo, hasta ahora, mi mayor sensación de peligro ha sido al cruzar una avenida con el semáforo peatonal en verde, por un paso debidamente señalado, y ver aparecer de repente, por entre los automóviles, motocicletas o bicicletas que ignoran las señales de tránsito, incluyendo las líneas divisorias de los carriles, como si éstas fueran parte del paisaje. Y como si uno fuese, simplemente, invisible.
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