El significado de la vida... y su impacto en la vida democrática
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Quizás la pregunta más profunda y trascendental que se ha planteado el ser humano desde que cobró conciencia propia es: ¿cuál es el significado de la vida?
A partir de allí, cualquier cantidad de filósofos, poetas, artistas en general, religiosos e intelectuales multidisciplinarios ha tratado de dar su mejor respuesta, sin que hasta el momento haya podido nadie ofrecer una enteramente satisfactoria. Incluso, no pocas veces, lo que unos y otros proponen lejos de complementarse resulta hasta contradictorio.
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Y ello tal vez se deba a que la gran interrogante podría estar mal planteada de origen y es que, cuando preguntamos por el sentido de la vida, partimos ya de la asunción de que la vida tiene un significado... y podría ser que no.
De hecho −y mucho me apena incomodarle ahora que me lee tan a gusto sentado/a/e en el escusado−, es altamente probable que la vida no tenga ningún sentido (pero no se me deprima ahora, por favor, y termine lo que está haciendo).
Ya sea que sí o que no, la pregunta primordial a plantearnos debería ser entonces: La vida... ¿Tiene algún sentido? Y una vez determinado lo anterior podríamos ya establecer si hay o no que responder a la siguiente interrogante, que sería −ahora sí− la enunciada en el primer párrafo.
Algunas corrientes filosóficas y los teístas, desde luego (todos quienes profesan alguna fe o creencia en algún ser superior), pondrán el grito en el Cielo indignadísimos ante la mera sugerencia de que la vida podría ser un mero, completo y accidental sinsentido acontecido entre dos segmentos de la misma eternidad (¡qué bonita me quedó esa definición! Me la acabo de inventar y creo que la voy a registrar o al menos la voy a imprimir en una camiseta).
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En efecto, para muchas corrientes del pensamiento es hasta blasfemo dudar no sólo de que la existencia posee un significado, sino además de que dicho significado es algo trascendental. Pero ya le digo yo, es muy probable que nuestras frívolas, frugales y efímeras vidas carezcan de propósito o algo parecido.
Esto al parecer le preocupa a una gran cantidad de personas. Mucha gente se teme que, sin un sentido para la vida, todo lo demás en consecuencia pierda toda importancia. ¿Para qué hacer tal?, ¿para qué intentar cual? ¿Para qué emprender esto o para qué esforzarse en aquello si nuestras acciones no tienen resonancia en la eternidad?
Y le concedo que ello hace más difícil a veces el respondernos a la simple pregunta de por qué hemos de levantarnos cada mañana. ¿Con qué sentido, si al fin de cuentas todos y todo va a tener el mismo desenlace: el más sobrecogedor, despiadado e infinito de los olvidos?
Pero esto no es necesariamente cierto, o al menos no del todo.
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La ausencia de un significado intrínseco para la existencia no nos impide dotarla de uno propio, el que queramos, el que deseemos, el que seamos capaces de imaginar.
La ausencia de un sentido general para la existencia ni siquiera nos previene de ser entes morales, en busca siempre de mejores pautas de conducta y de más elevados principios éticos para que nos tratemos con decencia unos a otros.
Bien dice Bob Dylan, que no venimos al mundo a descubrir ningún sentido de la vida, sino a dárselo.
Si quiere usted es otra chorrada poético-filosófica, pero la encuentro mucho más completa, estructurada y funcional que la idea de que la vida ya viene con un propósito determinado.
Que no haya una aparente razón para nuestra existencia, no vuelve absurda la vida en sí, como tampoco hace que pierda sentido el resto de las cosas minúsculas que la componen, como la bondad, el amor, la creatividad, la compasión y lo que guste usted agregar.
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Ahora bien: Si somos capaces de dar nosotros mismos significado a algo tan importante como es nuestra vida, quizás tengamos que buscárselo también a esa pequeña minucia llamada elecciones.
No me malinterprete, los comicios son importantes como parte esencial de una democracia, aunque sea una democracia pitera y en peligro de ser destruida como la nuestra. Y quizás por ello mismo deberíamos fortalecerla con nuestra participación.
¿Pero qué pasa cuando la oferta no es en absoluto atractiva, y es de hecho repelente para una mayoritaria parte del electorado? ¿Tiene caso votar? ¿Tiene algún sentido que me levante del sofá a emitir mi voto? ¿Sirve de algo?
Aquí es donde apelo a sus más íntimas convicciones para que, ante la falta de un sentido evidente que lo lleve a las urnas, sea usted mismo quien le dé su propio significado al acto de votar.
Usted sabrá si lo hace por un llamado del deber cívico, por convicción partidista, por defender sus ideales; o porque le atrae en efecto alguna de las opciones en la boleta (que si no es así, no lo culpo en absoluto).
Todo viene al caso por las elecciones del próximo domingo en Coahuila y en el Estado de México, pero vale para cualquier otra contienda electoral en donde se le presenten a la ciudadanía como alternativas dos caras de un mismo sistema corrupto y delincuencial.
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Vea cómo hoy sendas campañas están cimentadas en las atrocidades cometidas por los gobiernos de la divisa política contraria: Mientras que Morena acusa al PRI de las décadas de corrupción e impunidad; el tricolor por su parte acusa al hoy partido oficial del desmantelamiento de las instituciones ejecutado por el presidente López Obrador. No se trata ya de erigirse como la mejor oferta por mérito propio, como de ver quién puede desacreditar mejor a su adversario.
Y estando la contienda a la altura de aquel legendario capítulo de South Park (“Turd Sandwich vs. Giant Douche”) no culparía a nadie que se abstuviese de salir a sufragar por un simple principio de economía: ¿para qué quemar valiosas calorías en salir a participar en una elección que, para colmo, huele a haber sido pactada con mucha antelación?
Esa será su tarea, no la mía. Será la de cada quien, encontrar una razón lo suficientemente poderosa para ir a emitir un voto por X, para sacar a Y del poder; o por Z, para impedir que W siga ganando posiciones u alguna otra opción que muy seguramente no esté considerando yo aquí.
Se puede. Si hemos sido capaces de darle un significado al acto de vivir, podremos dárselo también a este ejercicio electoral. No lo tengo yo para ofrecérselo, eso es de charlatanes. Pero seguro que usted solito lo encuentra.