El sur también existe (y se extraña)

Opinión
/ 18 julio 2025

Estar lejos de casa durante una travesía tan prolongada, como la que emprendí desde octubre pasado, permite atesorar anécdotas y vivencias

Con el título de “nómada digital” se agrupan personas muy distintas entre sí, pero con algo en común: el gusto por viajar y conocer lugares distintos al de su origen, mientras cumplen con sus responsabilidades laborales, que a su vez les permiten sostener ese estilo de vida. ¿Qué tan costoso puede ser? Depende, por supuesto, de muchos factores, aunque los gastos más importantes suelen estar relacionados con los traslados y el hospedaje. Yo no soy un mochilero −siento cierta envidia por quienes se atreven a pasar la noche en habitaciones compartidas y a usar baños comunes−, pues suelen pagar mucho menos de lo que yo destino al alojamiento. Pero mi nivel de aventura tiene un límite: sería incapaz de cerrar un ojo si supiera que, en el cuarto que ocupo, hay uno o más extraños.

Mi imposibilidad para compartir habitación eleva de manera importante los costos y, cuando mis ingresos dejan de ser suficientes, sé que es momento de emprender el viaje de regreso a casa. Siempre con la idea de que se trata de una pausa temporal, en lo que mi situación financiera vuelve a permitirme retomar el camino. Pero nunca lo asumo como una mala noticia. Primero, porque me da la oportunidad de reencontrarme con la gente que amo y, además, porque aunque a veces parezca que huyo de mi terruño, lo cierto es que le tengo un enorme cariño. Puede que no sea mi lugar favorito para estar, pero cada viaje me enseña a valorar las muchas cosas buenas que tiene −porque no hay sitio que no las tenga.

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Estar lejos de casa durante una travesía tan prolongada, como la que emprendí desde octubre pasado, permite atesorar anécdotas y vivencias que, ya de regreso, se convierten en el centro de charlas entrañables con la familia y los amigos. Estas semanas que llevo compartiendo con las personas que quiero han estado llenas de esas conversaciones, salpicadas de preguntas sobre los sitios que visité y mis preferencias. Me preguntan por las ciudades, sus habitantes, sus costumbres. Y me gusta mucho poder responder, con toda honestidad, que cada lugar tiene su encanto, que en todas partes hay seres humanos amables y que de todos podemos aprender algo útil en esta inacabada tarea de intentar ser mejores.

$!FOTO: MIGUEL FRANCISCO CRESPO ALVARADO

Como bien saben mis lectores, esta vez el recorrido fue por Centro y Sudamérica. Y quizá por eso me ha dado tanto gusto encontrarme con modos de vida que son dignos de imitación, porque muchos mexicanos tenemos la costumbre de mirar sólo hacia el hemisferio norte, como si sólo allí hubiera formas de humanidad valiosas. Pero estamos equivocados. Como escribió Mario Benedetti, cuya tumba tuve el privilegio de visitar en Montevideo: “El Sur también existe”. Y está lleno de riquezas culturales, de resiliencias admirables. No me engaño: sé de los graves problemas que enfrenta la región y de las enormes dificultades que atraviesa la mayoría para sobrevivir. Pero, a pesar de los pesares, hay una alegría por la vida que compartimos los latinoamericanos y que me parece un motor esencial para resistir y persistir.

He de volver, si la vida y la salud me lo permiten, a cada una de las ciudades que pude visitar en esta ocasión y en otras anteriores, cuando también emprendí el viaje hacia el sur. Ojalá la situación económica me permita retomar ese rumbo, siempre con la idea de regresar, una vez más, a casa para reencontrarme con la gente que amo, y con esas cosas que tanto valoro de estas tierras coahuilenses que me han adoptado y me han tratado tan bien, a pesar de mis frecuentes ganas de alejarme.

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