El tren en Saltillo

Opinión
/ 27 agosto 2022
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El tren es hoy prácticamente desconocido para mucha gente de la región porque no ha tenido la oportunidad de viajar en sus vagones. Sólo han visto pasar a lo lejos los larguísimos trenes de carga sin saber siquiera que el detonante del desarrollo en México fue el ferrocarril. Su primera línea, de menos de 20 kilómetros, se inauguró en 1850 con el gobierno de don Porfirio Díaz, y fue a su vez la primera de América Latina. La época del Porfiriato fue la de su mayor auge, pues se tendieron en el país más de 20 mil kilómetros de “caminos de acero” por los que corrían los trenes llevando pesadas cargas o viajeros incansables.

Tanto sirvió aquella red ferroviaria al país, que la Revolución Mexicana se hizo principalmente en tren. Son famosas las fotografías de los vagones repletos de tropas con revolucionarios hasta en los techos. Igualmente, las fotos de las mujeres “adelitas” subiendo al tren con las canastas de comida y a veces con todo y prole; las de los caudillos de la lucha saludando desde las escalerillas de los elegantes trenes que les servían de transporte, de cuartel, oficina y vivienda. Muchos historiadores dicen que la lucha revolucionaria no hubiera sido posible sin el ferrocarril, pues además de transportar ejércitos, armas y pertrechos, en sus vagones también viajaron las ideas que pretendían instaurar la modernidad y la democracia.

Sin embargo, como tantas otras cosas en México, la noble empresa se comió a sí misma. Se la acabaron la corrupción y el pillaje. Nunca se renovó ni se modernizó. Mientras que en Europa se electrificaban las redes ferroviarias y se utilizaban trenes en los que dominaba la idea de la comodidad para el pasajero y la gran velocidad, en competencia con los automóviles y los aviones, las máquinas y los vagones que utilizaba Ferrocarriles Nacionales de México eran las que otros países desechaban, Estados Unidos principalmente.

Aun así, durante poco más de una centuria, aquellas nobles “bestias con alma de acero” recorrieron una y otra vez las vías uniendo los puertos, ciudades, pueblos y rancherías de México, hasta que la vejez y el cansancio decidían su destino: el abandono en los tiraderos en viejos patios del ferrocarril, verdaderos cementerios en donde todavía hoy duerme la chatarra de acero. De los tiraderos sólo se salvaban unos cuantos carros: los vagones que dan techo y abrigo a las familias de los ferrocarrileros a lo largo y ancho del territorio mexicano. No es extraña la estampa de uno o varios carros de ferrocarril varados en tramos de vías inservibles e inconexas, casi siempre cerca de las estaciones de los trenes. Luciendo floridas macetas de geranios en sus ventanillas y jugando los niños cerca de las escalerillas de madera que conducen a la puerta principal de la vivienda, estos vagones son hoy una escena común incrustada en el paisaje urbano mexicano.

Vendida a la iniciativa privada, la red ferroviaria está hoy cumpliendo con el objetivo que la impulsó desde sus principios: desarrollarse en función del comercio con el exterior y no como una vía interna de comunicación. Por eso los únicos trenes que hoy recorren las vías aledañas a nuestra ciudad son los que transportan pesadas cargas en una ristra interminable de vagones arrastrados por poderosas máquinas.

El ferrocarril llegó a Saltillo por primera vez el 13 de septiembre de 1883, recibido con gran regocijo de la población, que acudió gozosa a ver y aplaudir la llegada del “heraldo del progreso”. ¿Volverán algún día los trenes de pasajeros?

A más de 135 años, hoy sólo corren por las antiguas vías al poniente de la ciudad los trenes de carga con ligeros vagones semejando jaulas enormes, larguísimos trenes de carga que a veces permanecen estacionados al sur en las afueras durante días enteros, y en el momento menos esperado, la ristra de vagones se despereza y poco a poco agarra el vuelo para hacer honor al verso de Ramón López Velarde: “Suave Patria: tu casa todavía es tan grande, que el tren va por la vía como aguinaldo de juguetería”.

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Profesora de Lengua y Literatura Española. Dirigió el departamento de Difusión Cultural de la Unidad Saltillo de la UAdeC. En 1995 fue invitada por la Universidad Tecnológica de Coahuila, unidad Ramos Arzipe, para encargarse del área cultural, que incluía la formación del Centro de Información y cuatro años más tarde vendría la fundación del Centro Cultural Vito Alessio Robles, recinto que resguardaría la biblioteca de su padre, y donde hasta hoy labora.

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