El último Bush
Hace varios años, en una conversación con un grupo de periodistas hispanos, alguien preguntó en la mesa quién sería el primer presidente de origen latino en Estados Unidos. La primera conclusión fue que probablemente sería un republicano. El partido conservador estadounidense tiene, desde hace varios años, figuras importantes en la comunidad latina, sobre todo en Florida. Alguien mencionó a Marco Rubio, senador precisamente de la Florida quien, hasta antes de la llegada de Trump, parecía la gran promesa conservadora. Alguien más sugirió a Brian Sandoval, que comenzaba como gobernador en el estado de Nevada. Pero un nombre destacaba por encima de cualquier otro: George P. Bush. Hijo de Jeb Bush, exgobernador de la Florida, nieto y sobrino de presidentes, el joven Bush parecía el heredero natural de la que era, entonces, la dinastía más importante de la historia del partido republicano.
George P. tenía, además, una biografía envidiable para un político en el Estados Unidos del siglo XXI. Su madre, Columba, nació y creció en Guanajuato. Bicultural, bilingüe y Bush, George P. era el candidato ideal para terminar de acercar a los votantes hispanos al partido que había favorecido por décadas a su padre, su tío y su abuelo.
Para construir su carrera rumbo a la prominencia nacional, George P. eligió el estado de Texas. Podía haber permanecido en Florida, el estado que gobernó su padre, pero la apuesta tejana parecía más sensata. Después de todo, la familia Bush había hecho carrera empresarial y política en Texas. George W. había lanzado su campaña a la presidencia desde el gobierno tejano. No había mejor lugar para un mexicoamericano conservador.
En 2015, alrededor de sus 40 años, George P. comenzó su camino ganando la oficina del Comisionado de Tierras en el estado. Era cuestión de tiempo para que creciera.
Para su desgracia, los tiempos cambiaron.
En el 2016; el partido republicano nominó a Donald Trump a la presidencia. En el camino, Trump humilló públicamente a Jeb Bush, padre de George P. Con el ascenso del trumpismo, comenzó a desaparecer el centro moderado del partido conservador. En Texas, las figuras emblemáticas del partido se movieron a la derecha en prácticamente toda la agenda. La que había sido tierra de la familia Bush se convirtió en terreno de radicales como Ted Cruz o Greg Abbott.
Por si fuera poco, la idolatría por Trump se volvió norma indispensable. Esto colocó al joven Bush en una disyuntiva complicada. Pudo haber permanecido fiel al legado de su dinastía política y defender el nombre de los suyos, a los que Trump había pisoteado a cada oportunidad, o podía optar por la versión más dolorosa del pragmatismo y buscar el apoyo de Trump. En lo que debe haber sido una decisión muy difícil, optó por lo segundo.
Trump disfrutó la genuflexión del joven Bush y coqueteó con respaldarlo en los siguientes pasos de su carrera.
Al final —genio y figura— Trump hizo lo contrario.
Mañana, George P. buscará la candidatura a Fiscal General de Texas por el partido republicano. Su rival será el actual fiscal Ken Paxton, un conservador devoto seguidor del culto trumpista. al que Trump eligió respaldar, humillando en el camino a George P.
Las encuestas adelantan un triunfo de Paxton. Si así ocurre, la derrota será no solo de George P. La dinastía Bush habrá perdido a su última figura potencial en al menos una generación. Pero no solo eso. Con la extinción de los Bush, el partido republicano dará un paso más hacia su radicalización definitiva. A pesar de las partes más oscuras de su historia, que son gravísimas e incluyen las dos guerras en Irak y la elección del 2000, la familia Bush se ha afanado en representar la moderación ideológica entre los republicanos. Tras la derrota de George P., de aquello quedará muy poco. Y el partido será cada vez más de Donald Trump y sus acólitos.
@LeonKrauze