Elecciones 2023; lo que está en juego en Coahuila

De la misma forma que en 2017, en 2023 las elecciones serán el 4 de junio. Ese día participó sólo el 60 por ciento de los ciudadanos inscritos en el padrón electoral. Para precisar: de 2 millones 065 mil 694 personas inscritas, sólo participaron un millón 264 mil 555 ciudadanos. Por el gobernador electo votaron solamente 482 mil 891 personas; por la oposición representada por el PAN votaron 452 mil 031 votantes. El 40 por ciento restante, a su juicio, tuvo mejores cosas que hacer o simple y sencillamente no internalizó que lo que estaba en juego no era una simple votación, sino lo que se vivió en el estado en estos seis años.

Una votación ríspida que terminó en una protesta por el controversial 2.5 por ciento de diferencia entre el candidato ganador y el perdedor y las suspicacias de algunas inconsistencias, que pareciera que por estos días han olvidado quienes la encabezaron el 6 de junio de ese año. Dado los acuerdos cupulares donde no se tomó en cuenta a las bases, pareciera que la dignidad a la que se suscribieron fue flor de un día.

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Por esos aquellos días, los escándalos de corrupción –megadeuda, que a la fecha sigue en el limbo– y los bajos niveles de aprobación de los candidatos del priismo jugaron a favor de la oposición, pero que al tiempo no lograron capitalizar. Es una pena que no hayan cosechado los frutos de la dichosa marcha por “la dignidad” para sembrar durante los seis años siguientes la semilla de la transición.

Hoy simplemente fueron borrados del mapa electoral con acuerdos que seguramente no serán sólo de buena voluntad. Como decía Fidel Castro: “Todos tenemos un precio”. Por supuesto, la generalización es una falacia, pero en este caso es un argumento. Ahora, según la lógica, tendrán que –porque así lo manda el rey– votar por aquellos que en la elección anterior, presumieron, los robaron.

Lo que se comprueba es que los partidos, particularmente los de oposición, sólo hacen trabajo en tiempo de elecciones y el tema de la dignidad es sólo un concepto romántico que se supedita a los acuerdos cupulares. ¿No me diga que la fama del partido cambió? Le recuerdo que en el país el PRI sólo gobierna en tres estados, habiendo recibido del año 2000 hacia acá el famoso voto de castigo donde se volvieron noticia nacional e internacional, no por los buenos resultados que obtuvieron en sus territorios y en favor de su población, sino en virtud de las grandes tropelías que los enriquecieron a algunos y a otros los llevaron a prisión. Algunos más se pasean por nuestras calles apelando al paso del tiempo con el deseo ardiente de que este los legitime socialmente.

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En síntesis, 2017 marcó una elección controversial con unos candidatos que no capitalizaron el momento trabajándolo en los seis años subsecuentes, un gobierno que buscó legitimarse, pero sólo lo logró con su membresía y dos partidos que aclamaron el concepto de la dignidad en una marcha aliándose con quien había sido su victimario y la incertidumbre de un electorado que no acaba de convencerse quién tendrá otra vez −seis años como hoyo negro− beneficio para unos cuantos o mejores condiciones de vida para toda la población, independientemente de su filiación partidista. Aquí estamos parados.

A diferencia de 2017, hoy no sólo es el tema de la corrupción y la inseguridad, lo que nos complica son también los temas de salud, de escasez de agua, de protección ambiental, de migración, de violencia de género, de falta de recursos para el turismo, del transporte urbano, de la movilidad, de los bajos salarios que siguen teniendo muchos trabajadores a pesar de que la empleabilidad es la más alta del país. Todo eso lo tendrá que resolver el próximo gobernador.

Lo más probable es que por el 2029 las notas de los medios, que ahora se suman abierta y cínicamente a algunos candidatos, nos cuenten de las ganancias que les han traído seis años de servirse no sólo ellos, sino los intereses que representan –de grupo, de familia, de partido y personales– y como en el mito de Sísifo volvamos a comenzar. Por eso es importante elegir razonadamente.

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Piensa quién de ellos puede promulgar y publicar leyes para todos, no sólo para unos cuantos; quién tiene capacidad para planear el desarrollo del estado, proveer de orden y de distribuir de forma eficiente nuestros impuestos. ¿Quién de quienes ahora son candidatos puede tener la empatía para mantener relaciones transparentes e imparciales con los poderes y los municipios, con la sociedad y con los empresarios, sin distingos y preferencias? ¿Quién, en estos tiempos de tragedia nacional, puede implementar un liderazgo que asegure la paz y la tranquilidad en nuestras ciudades, coordinado con la federación y las entidades vecinas? ¿Quién puede nombrar magistrados y servidores públicos autónomos que cuestionen y controlen la agenda pública en su mandato? Y en concreto, ¿quién le atore a cuidar los fondos públicos? Y aquí agregaría, en ese mismo tenor, a responsabilizar pública y legalmente a quienes generaron el menoscabo de la megadeuda. ¿O se le va a olvidar una vez que obtenga el cargo?

Las anteriores son las obligaciones que tiene el gobernador de un Estado según el artículo 47 Constitucional. ¿Quién de los cuatro consideras que puede cumplir cabalmente con lo que plantea la Carta Magna? ¿Quién de ellos comparte tus ideales? ¿A quién le darás la oportunidad de liderar la administración de lo público en Coahuila en estos próximos 6 años?

Ahí está la historia, ahí están las trayectorias, ahí están sus dichos y sus hechos, ahí están las propuestas de cada uno de los 4 que ahora piden tu voto. Revísalas y ten en cuenta que no es un tema de vísceras, de sumarte irracionalmente o de romanticismo barato. El próximo domingo nos jugamos el futuro de nuestras familias en los próximos seis años. Así las cosas.