En Morena, ¿por qué aumentan los escándalos de dispendio?
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No es que AMLO ya no esté en la presidencia... dicho problema tiene su origen en un proyecto que, instalado en el poder, resolvió prescindir de los instrumentos para contener el abuso y la corrupción
El verano de Morena se ha acompañado del escándalo por la vida que llevan algunas figuras importantes del régimen, alejadas de la consigna de austeridad que llevó al obradorismo al poder. Los que invocaban no ser iguales quedan exhibidos en su dispendio y en la contradicción entre la prédica y la realidad. Los señalados y la misma presidenta Sheinbaum, así como la dirigente del partido Luisa María Alcalde, dicen que es una campaña de la oposición, en la que confunden el quehacer periodístico con la actividad propia de los partidos políticos opositores, segmentos notoriamente diferentes, pero que al asimilarlos pretende neutralizar el impacto negativo de lo que ocurre.
El régimen cierra filas a pesar de que el llamado de la Presidenta sobre la austeridad fue groseramente desatendido por los suyos. Todo su enfoque ha sido de estética; se ve mal y no por lo que es: un enriquecimiento a la sombra del poder y que, inevitablemente, alude a corrupción. El escándalo sobre la casa del senador Gerardo Fernández Noroña es mayúsculo en su dimensión mediática, por el personaje y su circunstancia, pero menor si atendemos a los recursos desviados en la asignación de contratos de obra y servicios, y todavía más en los pagos de los criminales, como ha sido expuesto por “El Mayo” Zambada, además de otros negocios como el huachicol fiscal, que implica cantidades que desafían la imaginación.
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El tema no es la falta de austeridad, al final de cuentas tiene razón Fernández Noroña en el sentido de que cada uno es libre de llevar su vida como quiera y hacer con su patrimonio lo que le venga en gana; el problema que subyace es la corrupción. Es evidente que se ha ido perdiendo el sentido de la mesura porque ha crecido el patrimonio malhabido, y es un problema no de pocos.
No es que López Obrador ya no esté en la presidencia, tanto así que varios de sus muy cercanos están señalados por un excesivo gasto personal. En el fondo, dicho problema tiene su origen propio en un proyecto que, instalado en el poder, resolvió prescindir de los instrumentos para contener el abuso y la corrupción. La falta de transparencia y de auditoría formal y social se decanta por el deterioro de la probidad, la marginalidad y opacidad en el concurso para la asignación de contratos públicos, así como la inexistencia de sanción legal en los casos de venalidad. Queda claro que la impunidad se recrea a lo largo del aparato público municipal, local y federal. En su conjunto, más que un asunto de hipocresía es de cinismo.
El estudio de Angelo Panebianco sobre los partidos ofrece una sugerente explicación sobre la evolución de las organizaciones políticas. En un inicio, el peso de los ideales y del segmento de seguidores o creyentes es importante; con el tiempo o la institucionalización de la organización, especialmente si tiene acceso al poder, aumenta el peso de los intereses y de los oportunistas, a la vez que la organización desarrolla una dirigencia que se mueve por la estabilidad en el poder, no por las convicciones o promesas de inicio. Justo eso ha sucedido con el obradorismo. Desde el inicio se volvió adicción el acceso al dinero en efectivo para “apoyar al movimiento”, con el tiempo ese cáncer fue despojando a Morena de su legitimidad inicial y de su imagen como un movimiento político del pueblo para castigar el abuso del poder en beneficio de unos cuantos y la venalidad.
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La adicción al dinero afecta a todos los partidos gobernantes en todas las democracias. En México, con facilidad se trasladó a quienes detentan poder, sobre todo por la impunidad, la proliferación de la corrupción, el crimen de altos ingresos como el narcotráfico, la extorsión, la trata y, ahora, el huachicol fiscal. No se resuelve con llamados a la austeridad, ya que no se trata de lo que se exhibe, sino del origen ilícito de lo que se tiene y la inexistente voluntad de sancionar. Más simple y sencillo es culpar al mensajero y señalar al ejercicio periodístico como acción de la oposición en su insano propósito de desprestigiar al gobierno del pueblo.
El régimen ha cerrado filas ante la libertad de expresión por la cobertura sobre los excesos de quienes llegaron al poder bajo la promesa de austeridad y probidad. Queda claro que lo primero no existe, porque lo segundo tampoco.