Entre acarreos y somníferos, el arranque de campaña de Sheinbaum
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Si Paquita la del Barrio decidiera un día posar para Playboy (¿todavía existe?... ¿me refiero a la revista?), estoy seguro que levantaría más pasiones que Claudia Sheinbaum con su discurso de arranque de campaña en el Zócalo. Escuchar una a una las palabras de la científica que, para colmo eran copiadas de las que hace seis años pronunció Andrés Manuel, era más efectivo que un somnífero tomado en medio de la transmisión diferida de un juego entre Querétaro y Juárez a las 10 de la noche de domingo.
Pobre gente que tuvo que ir a ese evento. Recorrer cientos de kilómetros de carretera en autobuses repletos de acarreados que, como ellos, esperaban que el evento estuviera cortito para tener tiempo para ir a saludar a la Virgen, y no se referían precisamente a la candidata morenista.
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La mera verdad es que los acarreados de ahora ya no son como los de antes. En tiempos Salinas de Gortari, por ejemplo, los acarreados se aguantaban a que el candidato llegara, a que nombraran a todas las personas importantes del templete, y luego se chutaban tooooooooodo el discurso del candidato, del líder del partido, de los líderes de los sindicatos y todo ello sin chistar y sin que ningún lepe chillara. Y luego gritaban entusiastas porras que se aprendían mientras iban en el camino. ¡Y todo por una mentada torta y una coca!
Ahora las cosas son muy distintas. Quienes iban desde la conchinchina a escuchar a la Sheinbaum, apenas pisaron la plaza de la Constitución y dijeron patitas para qué te quiero. Unos recorrieron las tiendas del centro. Otros fueron a tomarse unas fotos afuera de Bellas Artes o de la Torre Latinoamericana. Las lideresas de la transformación, despistadas, se fueron al centro joyero de la calle Madero, mientras otros aventurados fueron a conocer al Ángel de la Independencia, o simplemente a tomarse un refresco en la Alameda Central. Todo era mejor que escuchar a la dama del chongazo.
A mí no me sorprendió el abandono de los acarreados en el arranque de campaña presidencial de la candidata de la “coarta”. La verdad que el tono impostado con el que cree parecerse a su titiritero, más la lectura de las 100 promesas de campaña, eran motivo suficiente para salir huyendo, aunque sea por mero instinto de conservación. ¡Y todo para que la aspirante morenista incluyera en su currículum la mentira de haber llenado el Zócalo! Y a todo esto... qué culpa tenía el “currículum” de todos los acarreados para aguantar tantas horas de viaje de ida y vuelta, más la tortura efectuada frente al antiguo Templo Mayor.
Luego del evento morenista, vale la pena preguntarse si vale la pena tanto gasto, millones y millones de pesos tirados a la basura de lo superfluo, sólo para enorgullecer a la candidata o para mostrar un músculo que en realidad no se posee.
Y lo peor es que esta práctica no es exclusiva de los morenistas. Todos los partidos políticos, desde tiempos inmemoriales, han recurrido al acarreo para llenar eventos soporíferos y sin ninguna trascendencia.
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Reunir a una multitud de muchas cabezas, pero de pocos cerebros debe ser condenado ya por las autoridades electorales. ¿Cómo se van a esforzar los partidos políticos en encontrar a una candidata o un candidato con el mérito y atractivo suficientes, si siguen pagando una millonada para que las multitudes los vayan a ver?
Complacer a la muchedumbre es empresa fácil y no es tarea ardua asombrarla. Cuánto cambiaríamos como país si nuestros candidatos y sus partidos renunciaran ya al acarreo de las masas, y esos recursos los emplearan en establecer una oferta electoral realizable y que en verdad pueda convertirse en un programa de gobierno que transforme positivamente a nuestro país.
aquientrenosvanguardia@gmail.com