Golpean aranceles el endeble destino de la economía en México
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El regreso de Trump al poder es una verdadera ola de consecuencias económicas para nuestro país, y la razón escondida es precisamente el compromiso con sindicatos norteamericanos y empresarios
El comercio interior de México en el concepto moderno inicia en la época colonial con el intercambio de mercancías entre pueblos y ciudades a través de los llamados chinacos o arrieros, quienes con mulas y cargados de diversos productos −desde alimentos, velas, cobijas, sarapes y cientos de artículos− recorrían el país, principalmente en las rutas del centro hacia el norte.
Las regulaciones comerciales estaban determinadas por las incipientes leyes de impuestos, cobrados en las alcabalas, que puntualmente se recaudaban en la entrada de las ciudades por las mercancías. Dichas recaudaciones constituían los principales ingresos de los pueblos.
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El comercio internacional tuvo importancia con la crisis del algodón generada por la guerra de Secesión, a mediados del siglo 19, y el contrabando de alcohol en la época de la prohibición gringa.
A inicios del siglo 20, las mercancías nacionales se regulaban mediante las leyes de hacienda; mientras que las extranjeras generaban ingresos importantes, ya que eran gravadas por altos impuestos, haciéndose la diferencia entre los artículos europeos o de ultramar, principalmente laterías y jamones, y los norteamericanos y asiáticos, de telas y alimentos.
El Impuesto Sobre Ingresos Mercantiles (ISIM), aplicado a todas las mercancías nacionales y desproporcionadamente a las extranjeras, generó que el contrabando fuera la vía para tener acceso a los artículos de importación y, al mismo tiempo, alimentó la corrupción de la policía aduanal, que tenía como regla que podía pasar todo aquello que cupiera por los puentes de las ciudades fronterizas, claro, mediante una tarifa “para la raza”.
Fue hasta 1986, con el ingreso de México al Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) −aun cuando esta asociación internacional existía desde los años cincuenta−, cuando mercancías de países americanos, asiáticos, africanos y europeos pudieron ingresar sin impuestos al país, lo que dotó a los mexicanos al acceso directo de artículos electrónicos, alimentos, golosinas, licores, ropa y múltiples objetos que anteriormente solamente se adquirían muy caros o por debajo de la mesa, y al mismo tiempo productos mexicanos llegaron a los confines de la tierra. Así, nuestra economía creció y se globalizó.
En los noventa, bajo las reglas precisamente de la globalización, los norteamericanos abandonaron el crecimiento interno de sus fuentes de trabajo, motivados por los altos costos de producción, y establecieron empresas en América Latina y Asia, donde pagaban menos por salarios y logística y, al mismo tiempo, generaban más ganancias para las marcas americanas, ya que aun cuando se reducían sus costos hasta en un 43 por ciento, nunca bajaron los precios en aquel país. Así fue como en Estados Unidos empezó a generar un vacío en el empleo y los ingresos de los norteamericanos.
Para ese entonces ya existía el primer acuerdo comercial tripartita −EU, Canadá y México−, el TLCAN, que generó a nuestro país una ganancia impensable, porque no solamente había un abismo en los salarios, sino que éramos y somos un país acostumbrado a los subsidios, lo que para el tratado era un dumping, es decir, una trampa oculta.
Llega Trump en su primera administración y negocia un nuevo tratado, el T-MEC, en el que se incluyen medidas regulatorias relacionadas con los salarios, los derechos sindicales y productos automotrices, así como alimentos, que impactaron a México no sólo en el aumento de los costos de producción, sino en la adecuación de diversas leyes de carácter impositivo y laboral.
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El regreso de Trump al poder es una verdadera ola de consecuencias económicas para nuestro país, y la razón escondida es precisamente el compromiso con sindicatos norteamericanos y empresarios para regresar a Estados Unidos empleos que hoy día se generan en México. La excusa perfecta la brindó la política de “abrazos, no balazos” de AMLO y el boom de la producción de fentanilo en nuestro país.
De esa manera, por una parte, Trump presiona políticamente a la Presidencia de la República para combatir al crimen organizado y, por la otra, genera golpes económicos a la producción nacional, en un juego de negociación en donde a la fecha los gringos han demostrado que tienen la cacerola por el mango, mientras que nuestros infamantes secretarios de economía y principalmente de relaciones exteriores quedan como unos ingenuos infantes.
El destino de la economía del país es endeble, sostenido por subsidios a mercancías y personas en pos de mantener el poder político, todo ello ante un empresariado al que le ha faltado visión y compromiso. La quiebra, ergo, es cuestión de tiempo.