Hablemos de Dios 103

Opinión
/ 20 agosto 2022
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Lo he escrito antes en este generoso espacio de VANGUARDIA. La pregunta es buena y fundamental: ¿Los poetas, los filósofos buscan, buscamos más a Dios, a cualquier ser humano dedicado a otro tipo de tareas y actividades?, ¿un poeta busca más a Dios que un plomero, una enfermera, un músico o un ingeniero? Tal vez no, pero los escritores todo el tiempo lo dejamos en letra redonda como testimonio de esta búsqueda.

Pues sí, nosotros, simples mortales, todo lo dejamos por escrito. Y caray lo hacemos o lo hago, a diferencia de los dos más grandes ágrafos de la historia: Sócrates y Jesucristo. Usted lo sabe, el maestro de Cafarnaúm sabía leer y escribir pero nunca dejó nada de su puño y letra ¿Por qué? Nunca lo vamos a saber. Jamás. Por lo anterior hay grandes polémicas históricas de su vida terrena.

Los Evangelios aceptados por todo mundo y los Evangelios apócrifos son fundamentalmente nuestra puerta de acceso al maestro. Pero insisto, Jesucristo no dejó nada de su puño y letra igual que Sócrates. Éste desconfiaba de la palabra escrita y de eso llamado posteridad. Prefería la esgrima verbal como forma de educación y cultura.

¿Desprecio a la letra redonda, la cual era magra en esos tiempos bíblicos?, ¿y por qué los Apóstoles y discípulos de Jesucristo no le hicieron caso y algunos como Pablo, escribieron de manera torrencial? En fin, señor lector, muchas aristas por explorar. Pero ¿entonces estoy confundiendo tamaño, presencia y grandeza de Dios en el día de hoy? Creo, absolutamente no. Hemos visto a lo largo de esta saga de textos y de la mano de Jaime Sabines, las múltiples lecturas y voces que se desprenden o que nos han hecho otear y explorar su obra poética en clave divina.

¿Mis exégesis son puntuales o erradas? No es juicio de valor o balanza moral, sino el viaje mismo, adentrarnos en el terreno florido y boscoso de la poesía para buscar a Dios. Y sí, explorar a Dios no es fácil. Pero lo sigo intentando desde mi naturaleza y percepción humana. ¿Ditirámbico o panegírico? De nuevo: no es el fin, sino la travesía. La meta no existe, es el viaje. Y el viaje y la travesía siempre serán una aventura y retos por venir.

Y ojo, apenas llevamos un puñado de textos/ensayos explorando la percepción e ideas que tiene Jaime Sabines sobre ese inasible Dios. Pero hoy vamos hacer un alto en el camino y la vena poética del chiapaneco. Mejor aún: vamos a agregar hueso y proteína al caldo divino. Hoy le tengo algunos fragmentos y apostillas como prolegómenos a dos o tres poetas que igual, en la espesura de la noche o bajo la tortura del luz y el día, han escritor versos, poemas, para apresar a ese llamado Dios.

Sin más preámbulo, comenzamos. El siguiente texto es de una poetisa suicida, la cual sigue siendo eterna por sus versos y la bella melodía que sobre ella se ha escrito, “Alfonsina y el mar”. Sí, es Alfonsina Storni (1892-1938). Lea usted el siguiente poema: “¡Dios! digo con un grito que me asusta a mí misma:/ en mis ojos que se abren mi pupila se abisma/ y te pones tan blanco que pareces de cera./ El alma, el alma, el alma... ¡Dámela, así muriera!”.

ESQUINA-BAJAN

¿Hay más noción de pecado –lo que eso signifique– en la mentalidad y ser de una mujer o en un hombre? Pues sí, esta pregunta ingenua, dura y polémica, es políticamente incorrecta hoy en día; es decir, es juzgar hoy en base a eso ya penalizado, hablar de género. Y usted lo sabe, la literatura, la poesía no es femenina ni masculina; o está bien o mal escrita. Punto. Para decirlo con mi amado Oscar Wilde. Pero vaya, metámonos en el pantano del género de Alfonsina Storni
–atormentada, suicida ella– y exploremos, leamos su poema titulado “Fecundidad”:

¡Mujeres! La belleza es una forma

Y el óvulo una idea...

¡Triunfe el óvulo!

El vientre que se da sin reticencias

Pone un soplo de Dios en su pecado.

El vientre que se niegue será atado

Al carro de la sed eternamente.

No agrego ya nada de mi cosecha. Juzgue usted mismo lo anterior e interprete usted dichos versos. Y hoy, para finalizar, aparece un as mayor: Víctor Hugo (1802-1885). Romántico él. Una vida al límite la cual debería de contarse una y otra vez. Usted lo sabe, relativamente joven, a Víctor Hugo se le murieron sus padres. Luego, se le murió su primer hijo y su hermano, Eugene, se volvería loco (1830). Caray, pero aún así, Víctor Hugo escribiría lo siguiente lo cual araña la piel y el esqueleto:

“Tú que lloras, acude a este Dios por que él llora./ Tú que sufres, acude junto a él porque sana./ Tú que tiemblas, acude a este Dios que sonríe./ Tú que pasas, acude junto al que permanece”.

LETRAS MINÚSCULAS

Este poema forma parte de su libro “Las contemplaciones”. El texto fue escrito en el décimo aniversario de la muerte de su hermano.

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