Hablemos de Dios 122
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Le platiqué atropelladamente en la tertulia pasada de este encuentro sabatino para hablar de Dios, de un libro inquietante y perturbador. Harto perturbador. Su primera edición data de 1997 en libro, aunque, en italiano fue un intercambio epistolar en una revista (“Liberal”) en 1995. Diálogo de sabios y ojos bien abiertos y lúcidos: “¿En qué creen los que no creen?” permuta crítica y epistolar entre Umberto Eco y el Cardenal de Milán, Carlo Maria Martini. El libro como tal lo publica Taurus y tengo ahora la edición de 2008. Es decir, el libro se ha seguido vendiendo y tal vez se sigue disfrutando más a su primera aparición en la década de los noventa del siglo pasado.
Hartos comentarios me llegaron del texto pasado. Entre ellos, los apuntes críticos del hidalgo saltillense y melómano, don Javier Salinas. Hemos coincido: el mundo está perdido. No hay duda. Aunque en México, lo padecemos el doble. Dentro de este galimatías de vida, miles, millones de seres humanos buscan aferrarse a un clavo ardiente que los salve en su interior (y exterior, es decir, primero lo vital: estar vivo) del tedio, del aburrimiento mortal de las placeres de la carne y su efímera repetición. Despojados de su dignidad, los humanos buscan (buscamos) aferrarnos a un interés religioso, ético, moral o cultural en sentido amplio a todas luces.
Y es en este marco donde se da el intercambio de ideas y palabras entre el gran maestro Umberto Eco y en su momento, el Cardenal de Milán, Carlo Maria Martini. Uno creyente, el otro no. Pero, las ideas de ambos son fuego ardiente y no deja de ser un tanto extraño, digamos, cómo las ideas y reflexiones de Umberto Eco adquieren un tono de verdadera religión, un tono totalmente beatífico y casi divino, sin participar del más mínimo rito de fe o fanatismo.
Lea lo siguiente de Eco: “¿Cuándo comienza la vida humano? ¿Existe... un no creyente que afirme que un ser es humano sólo cuando la cultura lo ha iniciado a la humanidad dotándolo de lenguaje y pensamiento articulado... por lo que no es delito matar a un niño recién nacido, que es precisamente sólo un “infante”?” Nos responde inmediatamente Umberto Eco: “No creo”. Caray con este buen y sobrado argumento del maestro Eco en contra del aborto. Líneas después escribirá: “¿Si la vida y la humanidad están ya en el semen (o incluso, en el programa genético), consideramos que el derroche de semen es un delito semejante al homicidio?”
Pues sí, lo anterior es aquello del onanismo, el pecado de Onán. Usted lo lee en Génesis (38: 1 al 11). Un fragmento: “Entonces Judá dijo a Onán: llégate a la mujer de tu hermano, y despósate con ella, y levanta descendencia a tu hermano./ Y sabiendo Onán que la descendencia no había de ser suya, sucedía que cuando se llegaba a la mujer de su hermano, vertía en tierra, para no dar descendencia a su hermano”. Es aquello que hoy conocemos como “coitus interruptus”. El final usted lo sabe: Jehová es un Dios de miedo y castigo, no siempre bueno y tolerante. Se lee: “Y desagradó en ojos a Jehová lo que hacía, y a él también le quitó la vida”.
¿Embarazo, interrumpir el embarazo; que las mujeres decidan sobre su cuerpo, ya todo legal y aceptado, aunque vaya contra naturaleza y no pocas veces venga aquello de “cargo de conciencia”? Lea de nuevo al sabio Umberto Eco: “... considero que el nacimiento de un niño es una cosa maravillosa, un milagro natural que se debe de aceptar”. A esto, Eco no duda en escribir o titular como ondear o plantar la “bandera de la Vida”.
Esquina-bajan
Recapitulemos someramente: el libro, el debate entre ambos intelectuales no se centra únicamente en probar o no la presencia o la fe en ese inasible Dios. No, de hecho, es algo tangencial. La preocupación de ambos estetas camina por muy diversos rumbos y nos clarifican cuan y cuánto andan perdidos los humanos: por ejemplo hoy, con esa falsa conciencia ecológica. O bien, el humanizar a los animales.
De nuevo aparece Eco: “La mayoría de nosotros sentiría horror al degollar a un cerdo, pero comemos tranquilamente jamón. Yo no aplastaría jamás a un ciempiés en el prado, pero me comporto con violencia frente a los mosquitos... Se debería decir que, si bien nuestro concepto de vida vegetal y animal es vago, no lo es el de la vida humana”.
Carlo Maria Martini escribe: “... el valor de la vida humana física en la concepción cristiana: es la vida de una persona llamada a participar de la vida de Dios mismo.” Líneas después el teólogo argumentará que para un cristiano, el respeto de la vida humana no es un sentimiento genérico, sino el encuentro con una responsabilidad donde no hay buenas intenciones (él lo llama una “valoración benévola”), sino que es un “llamado divino”.
Consiga usted su ejemplar para leerlo y repasarlo una y otra vez. Sus ideas son inagotables. Dejamos para siguiente tertulia la valoración que hacen ambos estetas de esta moda hoy al cual todo mundo ha comprado: la falsa conciencia ecológica y cuidar la vida de los “animalitos”, nuestros “semejantes” y no la de los humanos la cual no vale nada. Puf. De locos.
Letras minúsculas
“¡Dios bendiga los días y las noches que pasaron!” Verso de Ibn Hazm de Córdoba. Ojo, los días ya idos. No una triste y patética súplica por el futuro inexistente.