¡Hoy! ¡Gran batalla! ¡Hoy!

Opinión
/ 23 mayo 2022
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Azares de la guerra y sobresaltos continuos de batallas hubo de conocer Saltillo. Guerras de todas las especies.

No muchas ciudades en el mundo pueden ufanarse de algo que Saltillo puede presumir. El 23 de octubre de 1840 sus habitantes fueron invitados a presenciar una batalla. Una batalla no de mentirijillas o de simulacro, sino de verdad, con heridos, muertos y todo lo demás.

Resultó que una partida de bandoleros llegada desde Texas se aproximaba a la ciudad. El destacamento militar que en Saltillo se hallaba envió parlamentarios a conferenciar con los cercanos enemigos, y, buscando el bien de los civiles, pactaron con los bandidos sitio, día y hora para combatir.

A la hora indicada aparecieron los filibusteros de Texas y se trabó la lucha.

Tras de furiosa artillería, las tropas mexicanas hicieron una carga a la bayoneta que puso en fuga al enemigo; ante el delirio de la fanaticada. Huyeron los texanos hacia el cañón de San Lorenzo, dejando muchos muertos, y el público volvió a sus casas sumamente complacido con el buen éxito de la función.

En las inmediaciones de Saltillo tuvo lugar el 22 y 23 de febrero de 1847 la confundida y confusa batalla de la Angostura, y la ciudad cuya Catedral llenó sus naves con los heridos de ambos bandos, hubo de servir de cuartel a los americanos, no sin resistencia del pueblo que no quería perder su libertad.

Después vendría la guerra contra el francés, en que participaron tantos y tan buenos coahuilenses, cuyos nombres están perpetuados en muchas calles de Saltillo, ciudad que homenajeó a todos los buenos liberales, lo mismo militares que civiles.

Fue uno de ellos don Pedro Agüero, personaje muy ilustre de la guerra contra la Intervención. Nacido en la Villa de Patos, la misma de Urdiñola, o séase en General Cepeda.

Cuando los franceses andaban por el norte, vino acá José Tabachinski, soldado del Imperio, alto y rubio igual que su señor Maximiliano. Sobre él se cuenta una leyenda.

Al llegar los imperialistas a Gigedo, que ahora se llama Villa Unión, el pueblo entero se encomendó al Santo Niño de Peyotes, imagen de un Niño Jesús existente en el templo del lugar. Tabachinski hizo gran burla de la fe popular, y aseguró que por la tarde se pasearía por la villa arrastrando con su lazo, por el polvo, al Santo Niño.

Don Pedro Agüero buscó a Tachinski y encarándosele lo retó.

Cuando caía la tarde, vencidos ya los partidarios del Imperio, entraron calmosamente al pueblo Pedro Agüero y Tirso Castillón. Arrastrándola con su lazo llevaban la cabeza de Tabachinski.

El pueblo atribuyó esa victoria a un milagro del Santo Niño de Peyotes que se venera aún en Villa Unión, y Saltillo ha recordado a Pedro Agüero imponiéndole su nombre a una calle.

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