Iguazú: el rugido del agua, el susurro del cuidado

Opinión
/ 27 junio 2025

Las cascadas de Iguazú son uno de esos espectáculos donde la naturaleza se manifiesta con todo su esplendor, dejándonos atónitos ante semejante maravilla

Ninguna fotografía ni video es capaz de prepararnos del todo para la experiencia viva de estar frente a las cataratas de Iguazú, ubicadas en la frontera entre Brasil y Argentina, no muy lejos del punto en el que también se encuentra Paraguay, conformando así la llamada Triple Frontera. Las cascadas de Iguazú son uno de esos espectáculos donde la naturaleza se manifiesta con todo su esplendor, dejándonos atónitos ante semejante maravilla.

Mi llegada al Parque Nacional, del lado brasileño, estaba cargada de expectativas que fueron rápidamente superadas desde el primer vistazo tras descender del autobús que nos condujo desde la entrada hasta las inmediaciones de las icónicas caídas de agua. Conforme uno avanza por el sendero que lleva desde los primeros saltos hasta la majestuosa Garganta del Diablo, el asombro crece hasta que termina por desbordarse. La fuerza del agua, el rugido constante, el rocío en el rostro... todo confluye para dejarnos sin palabras. Llega un momento en el que no se sabe hacia dónde mirar: todo resulta inmensamente atractivo.

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Las cataratas de Iguazú son uno de los destinos turísticos más visitados de América Latina, con más de un millón de visitantes al año. No tengo idea de cuánta gente había ese domingo a mi alrededor. Algo ocurre con nuestra percepción: cuando los números se hacen grandes, dejamos de contar y sólo vemos multitudes. Y, sin embargo, aquella multitud no me resultaba un estorbo, sino una compañía anónima, sintonizada en la misma frecuencia de asombro. Lo que sí lograba de vez en cuando sacarme de ese estado hipnótico era notar lo limpio y bien conservado que estaba todo, a pesar del enorme flujo de personas.

$!FOTO: MIGUEL CRESPO

En todo el recorrido, sólo presencié un intento de romper las reglas: alguien quiso sentarse sobre un barandal para tomarse una foto. De algún sitio sonó un silbato. Una vigilante, discreta, pero atenta, le indicó que eso estaba prohibido. Su acción me hizo notar que, aunque no siempre visibles, hay personas estratégicamente ubicadas, cuidando el orden sin arruinar la experiencia. Pensé que esa era, quizás, la única forma de preservar un sitio tan visitado: con vigilancia constante. Pero un poco más tarde, cuando me alejé del circuito principal y me interné en uno de los largos senderos del Parque Nacional, descubrí —por el nivel de conservación del entorno— que también hay personas que comprenden, por sí mismas, el cuidado que merece un regalo tan generoso de la naturaleza.

Supe por conversaciones con otros visitantes que del lado argentino ocurre algo similar: también allá el sitio está bien cuidado y existe una sólida coordinación entre las autoridades de ambos países. Aunque parezca inusual, hay ocasiones en que se refrena la ambición para no matar a la gallina de los huevos de oro.

$!FOTO: MIGUEL CRESPO

Ver caer el agua sin pausa desde más de ochenta metros, mientras los arcoíris van y vienen con el sol, hace pensar que la naturaleza no sólo puede ser admirada: también puede ser protegida con inteligencia colectiva. Nuestros países están llenos de bellezas naturales, seguramente porque eso que llamamos Naturaleza es así: todo el tiempo sorprendente. Ojalá aprendiéramos a tratar nuestros tesoros naturales con el mismo respeto con que se cuidan las cataratas de Iguazú, en esta ejemplar frontera de América Latina.

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