Inevitablemente, una mujer nos gobernará a partir del 2024
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Fue hasta en 1947 que se emitió un decreto en la que las mujeres podrían votar y ser votadas, pero sólo en elecciones municipales. Hasta 1953 se promulgó el derecho al voto de la mujer en condiciones igualitarias al varón, imagínese.
En 1955 participaron por primera vez en una elección federal –diputaciones–. Y en 1958, Virginia Soto, curiosamente en Dolores Hidalgo, Guanajuato, cuna de la Independencia de México, gobierna por primera vez una alcaldesa. Posteriormente en 1979, Griselda Álvarez –en Colima– es votada para ser gobernadora del Estado. En este momento, nueve mujeres gobiernan nueve estados de la República mexicana.
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Seguro que también se sorprenderá que fue hasta 1974 cuando en nuestro país se aprobó la reforma al artículo 4 Constitucional, donde se declara la igualdad de derechos de varones y mujeres ante la ley. Antes de este año, las cosas no eran así. Por siglos, por la herencia heteropatriarcal –por conquista y por religión– hemos sido, considerado por todos lados, una referencia del machismo.
Las costumbres, la cultura y la religión siguen abonando el terreno de lo patriarcal. Usted lo vive a diario. Nuestra cultura, nuestras películas, nuestras costumbres, nuestras familias son una prueba fehaciente de ello. Y en la realidad que vivimos, los altos niveles de violencia intrafamiliar y los desorbitantes números en feminicidios lo atestiguan.
Otro dato que bien vale la pena que tenga en cuenta es la Reforma Constitucional de 2019, donde se aprueba la paridad de género. Hablamos aquí de la necesaria participación y equilibrio de varones y mujeres en la toma de decisiones en lo político, en lo social y en lo económico.
En lo económico y en lo social fue, es y será complicadísimo. En lo político, según lo que se ha visto hasta el momento, tendremos la oportunidad de ver con nuestros ojos en junio de 2024 –si es que el sistema político tan cambiante, telenovelesco y teatral en el que pervivimos nos lo permite– ver la elección por primera vez en nuestra historia de una mujer en la silla presidencial en México.
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¿Será parte de la estrategia de mercado de quienes ordinariamente mueven los hilos de la dinámica del poder? ¿Será que verdaderamente las mujeres han ido ganando espacios en todos los ámbitos de la sociedad mexicana? ¿Será que realmente las implicadas en cuestión tienen en claro la reivindicación del género femenino contra todo pronóstico? ¿Serán conscientes quienes contendrán del momento histórico que vive la mujer en México y nos lo proyectarán en una forma distinta de hacer política, para que los mexicanos nos ocupemos de una vez por todas de la cosa pública? ¿Seguirán con la dinámica de una práctica política rastrera, banal y mañosa, que ha sido con la que han operado los varones desde 1824?
Como sea, independientemente de como las dos hayan llegado a esta instancia: con una caballada flaca, grisácea, desgastada, muy vista y versada en malas prácticas, una de ellas. La otra con una campaña predeterminada por el partido y su líder moral, asistimos a un momento histórico. Y quien representa al llamado Frente Amplio por México y quien lidera hoy a Morena tendrán esta gran responsabilidad histórica.
No sólo se trata de que una de las dos llegue a la Presidencia de la República. Hablamos del trasfondo que esto representa. De las implicaciones sociales, económicas, políticas y en todos los ámbitos de la sociedad, donde las relaciones de poder han estado sólo de un lado. Hablamos de la reivindicación, legitimación y normalización que por condiciones hegemónicas y porque así convenía, la mujer padeció en todo momento cuando fue excluida. Todo esto y más representan, pero ¿ambas candidatas serán conscientes? Aunque parezca jerga, es la hora de las mujeres.
Veremos si Xóchitl Gálvez puede tomar distancia del grupo de poder que representa –empresarios, pseudointelectuales, periodistas, medios y organizaciones que vivieron históricamente al amparo del poder– y que la ha llevado justo a este momento de su vida; porque justo esta distancia le permitiría, si es consciente de lo que quiere y busca, ser una opción confiable para una parte del electorado que todavía hasta antes de junio de este año no encontraba –aunque ahí estaba– una candidata que representara lo que el Frente necesitaba, en el caso de que hayan sabido que querían.
Al momento, sólo se ha quedado en las formas. Difícilmente el pervivir en la costumbre del político tradicional bravucón, cínico, irónico, burlón, falaz, de doble discurso, simulador, poco transparente, soberbio, mimético y en el caso presente –liberal, trotskista, marxista, indigenista, empresario– soberbio y ligado a los poderes fácticos le traerá buenos dividendos.
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En el caso de Claudia Sheinbaum, dependiente, tibia, con lectura al texto, con las mañas del oficialismo, sintiéndose ganadora, a veces sin brillo, apoyada por el oficialismo y con un capital político abundante, podría complicársele el camino que desde hace un tiempo sabe que tiene, aunque cabalga en caballo de hacienda.
El problema es que puede correr el riesgo –si no corrige defectos que pujan en la opinión pública y que son muy notorios, independientemente de contar con toda la cargada oficial– de complicarse la vida en su pretensión de querer ocupar la silla del Tlatoani.
Aunque el camino es largo, tenemos el tiempo y el espacio para ir puliendo nuestra decisión. Lo sobresaliente del caso es que seguramente en 2024 una mujer gobernará el país, eso es inevitable. Así las cosas.
Encuesta Vanguardia
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