Instrucciones para hacer una casa en el bosque
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Erick afila un madero, con él da forma a una estaca que, Ana, de 70 años, encaja en la tierra dando golpes fuertes que trazan un ángulo curvo desde lo alto del cielo hasta golpear el costado de un azadón en la estaca. Golpe tras golpe, todos claros y certeros. Es tal su energía y su fuerza que anda de un lado para otro, trayendo agua para los voluntarios o explicando cómo subir los dos pies encima de los cantos de una pala, para incrustarla en la tierra húmeda con el propio peso, y lograr sacar más tierra de los cimientos que apenas se trazan.
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Estamos allí para colaborar con Laura Castañeda, arquitecta de Tierra Despierta, encargada del proyecto de casa que fue aceptado por Ana y Brenda, habitantes del bosque de Nuevo León. Desde Saltillo nos hicimos a la carretera a las siete y media de la mañana rumbo a ese espacio entre manzanos y brotes de maíz, para hacer la morada de Brenda, hija de Ana. Pensábamos llegar directo al trabajo y nos recibieron con una humeante infusión de hierbanís y dos ollas de barro: una con frijoles y otra con machacado con huevo. En el centro de la mesa estaban vastas y albas, las tortillas de harina, apiladas una sobre otra y cubiertas por un mantel con ribetes bordados.
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Mientras desayunamos adentro de la casa de madera pintada de azul, propiedad de Ana, nos dicen cómo es que juntas, madre e hija, arrastraron con cuerdas la estructura del techo que nos alberga. Nos explican cómo una elevación del terreno que se observa en la parte trasera, fue el soporte para ese deslizamiento del techo que tiene un ángulo para que la lluvia escurra. En el desayuno, Laura nos explica el procedimiento general de lo que haremos.
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Ya en el terreno, Laura nos indica el trazo de los cimientos de una casa para que tengan ángulos rectos en cada una de las esquinas, esto, siguiendo el teorema del filósofo Pitágoras, considerado el primer matemático puro. Vemos en campo el famoso 3, 4, 5 de Pitágoras: Allí está Laura junto con Oscar, colocando los cordeles que marcan los ángulos de la casa. Así que desde una esquina hacia uno de los lados o catetos, medimos 30 pulgadas y marcamos con un crayón. Luego en la otra esquina, señalamos las 40 pulgadas. Finalmente, tomamos la cinta para medir la distancia entre la marca de 30 pulgadas y la de 40 pulgadas, lo que debe dar 50 pulgadas para garantizar un triángulo rectángulo. Así, entre un sol ardiente y un viento fresco, vemos a Jonathan mover el cordel de un lado hacia el otro, hasta lograr ese ángulo rectángulo que, una vez marcado, va a servir para que el cordel se afiance en la estaca de la esquina lejana que será encajada en el suelo, una vez logradas las proporciones. Cateto proviene del griego kathetos, que refiere a lo que cae en línea recta.
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Citlali avanza con el azadón buscando sacar pedazos amplios de tierra húmeda, a la manera que nos enseña Ana. Y Derek, uno de los hijos de Brenda, a sus dos años, se siente a gusto al lado de ella, así que con una cuchara comienza a sacar tierra húmeda de la zanja que estamos abriendo. Ayuda haciendo trazos imaginarios que pasean la montaña mínima en la cuchara, rodeando el cordel. Juega. Ana dice que él siempre ayuda, que si van por la leña, él quiere cargar algo, lo que sea, así que le dan fragmentos pequeños de madera.
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Han quedado los trazos de los muros externos. Nos han dado vino de la sierra y para nuestra sorpresa, nos han sentado de nuevo a comer, con vastedad. Ahora arroz y picadillo, infusión de hierbanís y café, tortillas de maíz. Laura llevó fruta y pan para la sobremesa.
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Piedras de río esperan para ser introducidas en la oquedad que hemos hecho. Brenda, Ana y Laura avanzarán en labores que nosotros no haremos. Pero allí estuvimos. Escribimos en la tierra con picos y azadones. La música fue la de nuestras voces en conversación y la de las risas resultantes con la picardía de Brenda. Todavía escucho a otro de sus hijos, como una bandera con voz ondeando en el bosque, que nos gritaba una y otra vez: ¡A comer!