Jaywalking: Cómo el automóvil se convirtió en el rey de las calles (parte II)

Opinión
/ 3 abril 2024

El término “jaywalking” se popularizó rápidamente, comenzando a sonar más y más como la explicación de los cada vez más recurrentes accidentes de tráfico por atropellamiento. El 7 de abril de 1909, el Chicago Tribune publica la que es considerada como la primera referencia a este término en medios impresos.

En uno de sus artículos de la edición de esa fecha se leía “chauffeurs assert with some bitterness that their ‘joy riding’ would harm nobody if there were not so much jay walking”, que se puede traducir −palabras más, palabras menos− como “conductores afirman con cierto descontento que sus ‘paseos recreativos’ no dañarían a nadie si no hubiera tantos peatones caminando imprudentemente”.

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La elocuencia en el sentido de esta afirmación no deja lugar a dudas. Se estaba cimentando una construcción mental colectiva sobre la responsabilidad tácita de las personas a pie en los accidentes viales. Era necesario encontrar un chivo expiatorio para dar paso libre a la proliferación de los vehículos motorizados en las ciudades.

De acuerdo con una publicación de la época del diario Detroit News, para la década de 1920 en Estados Unidos el 60 por ciento de las víctimas mortales de atropellamiento eran niñas y niños menores de 9 años. Recordemos que, en entornos urbanos con velocidades reducidas, así como con familias numerosas en casas cada vez de menor tamaño, las calles eran el lugar más próximo y barato para compensar esa falta de espacio.

La necesidad de la niñez de correr y jugar veía como escenario natural la calle, tal vez incluso más que los parques y las plazas. La razón es obvia: toda casa tenía al frente una calle, pero no necesariamente un parque. Las y los niños no tardaban en salir a la vía pública para divertirse con sus vecinos después de la escuela o en días de descanso, siempre a la vista de personas adultas, dando lugar a una muy conveniente forma de esparcimiento con vigilancia colectiva.

Los automóviles fueron truncando gradualmente, pero con celeridad, la posibilidad del disfrute pleno de la calle por las y los habitantes de menor edad y mayor vulnerabilidad. En un trágico relato de ese tiempo en el mismo diario de Detroit se describía a una familia italiana cuyo hijo de 18 meses fue atropellado y atrapado en el hueco de la rueda de un automóvil; mientras el padre horrorizado y la policía recuperaban el cuerpo del niño, la madre entró en la casa y se suicidó.

Pero no fueron sólo menores las víctimas de los accidentes. Todas las personas que se desplazaban a pie estaban en riesgo constante de serlo. Ya fuera por la imprudencia estigmatizada como jaywalking, o por el manejo irresponsable de conductores, entre los que se contaban menores de edad a quienes se les llegó a confiar un vehículo para realizar mandados o trasladar personas.

Se estima que para 1917 en Detroit se contaba con 65 mil automóviles en circulación, con una estadística de accidentalidad terrible: 7 mil 171 accidentes con 168 muertes. Tres cuartas partes de las víctimas de estos accidentes eran peatones. La recurrencia de este fenómeno en esta y otras ciudades urgió la adopción de acciones para buscar garantizar la seguridad de las personas en la vía pública. Se establecieron límites de velocidad, se señalizaron las calles, se establecieron sanciones.

Sin embargo, habría que revisar de manera crítica cuál fue el enfoque y sentido de esas acciones. ¿Se buscaba garantizar seguridad para todas y todos los usuarios de la vía pública o para un sector social en particular? Tal vez la respuesta a esta pregunta se puede encontrar con claridad en lo que se sancionaba.

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La adopción legal del término “jaywalking” provocó que la estigmatización social que ya se había generado con esta conceptualización se tradujera en distintas restricciones para las personas peatonas. Las y los menores de edad no podrían ya jugar a sus anchas en la calle. No se podría ya cruzar la calle en algún lugar distinto a las intersecciones. Sería responsabilidad del peatón cerciorarse de que no venía un automóvil para cruzar con seguridad.

Aunque muchas de esas normas han prosperado hasta nuestros días, hay una cada vez más fuerte consciencia social sobre el papel de la movilidad activa en nuestra sociedad. El activismo por la peatonalidad y el ciclismo han logrado importantes avances legales y administrativos que nos dan hoy la posibilidad de quitarle el trono al automóvil en nuestras calles. Un futuro posible para una movilidad más segura, más incluyente, más humana.

jruiz@imaginemoscs.org

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