La locura de las cabañuelas y los pronósticos del clima del año
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¿Debemos suponer que quien sepa interpretar las cabañuelas tendrá idea del estado del clima durante el año en que se presentan? Eso, al menos, creían y aún creen, principalmente los campesinos, quienes basan en ese conocimiento su calendario de siembras y cosechas. A la gente del campo no le interesan las predicciones que emiten los meteorólogos y que actualmente pudieran calificarse de más acertadas debido a los sofisticados equipos y la tecnología, que les permite construir con mayor precisión y por periodos de tiempo más largos los fenómenos naturales que se darán con respecto al clima.
Por lo pronto, este enero estamos sufriendo un frío seco que cala hasta los huesos y que predice un año de sequía intensa. Llega el frío, se va el calor; llega el calor, se va el frío. De pronto se nubla y caen unas cuantas gotas de lluvia. Los vientos soplan desatados y se van las nubes; sale el sol y pronto se esconde. Regresa el frío, se va de nuevo; llega el calor y sienta sus reales, como apelando a la frase del juego infantil: “El que se fue a la villa perdió su silla”. Las casas guardan el frío, el calor inunda las calles.
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El clima está desconocido en Saltillo: la gente se viste y se desviste y sufre enfermedades respiratorias. Es una locura. De repente, salen las muchachas luciendo sus blusas sin mangas y los ombligos descubiertos. Los calendarios dicen que el invierno entró el 22 de diciembre y no se irá hasta que llegue la primavera el 21 de marzo.
Eso dicen los calendarios. La gente del pueblo y los más viejos, más sabios que los calendarios, dicen que estas locuras del cambiante clima de enero son las cabañuelas, aunque el dicho popular pregone: “febrero loco y marzo otro poco”. Los calendarios también son viejos, pero la gente mayor conoce los caprichos del clima, están pendientes, observan sus variaciones y “hacen calendarios”, pronósticos aventurados del tiempo de cada uno de los meses del año, y al parecer, le atinan.
Según la sabiduría de Juan Pueblo, durante las cabañuelas, cada día, del primero al 12, el clima se comporta según se va a presentar en cada uno de los 12 meses del año. Es decir, el día uno representa a enero, caprichoso como el que estamos viviendo, el día dos corresponde a febrero, el tres a marzo, y así hasta el 12, o sea diciembre. Y del 13 al 24, las cabañuelas se dan al revés. Así, el 13 también enseña el clima del próximo diciembre; el 14 el de noviembre, el 15 el de octubre, el 16 el de septiembre, el 17 el de agosto, el 18 el de julio... Con razón la temperatura subió a más de 24 grados y otro día a más de 26: era el clima de esos meses de la canícula, cuando el calor es más intenso porque es el tiempo en que Sirio, la estrella más brillante del cielo, nace a la vez que el sol. Y siguiendo con las cabañuelas, estas marcan que los seis días siguientes, que van del 25 al 30, divididos en mitades, nos dirán el clima que tendremos en cada uno de los 12 meses del año. Y, por último, durante el día 31, veremos los diversos estados atmosféricos que se producirán a lo largo de todo el año en nuestro territorio.
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El Diccionario de la Real Academia Española dice que las cabañuelas son un “cálculo popular basado en la observación de los cambios atmosféricos en los 12, 18 o 24 primeros días de enero, o de agosto, para pronosticar el tiempo durante cada uno de los meses del mismo año o del siguiente”. Realmente es un antiguo método de predicción meteorológica. El término “cabañuelas” se emplea para referirse a una tradición ancestral enfocada a predecir el tiempo.
La sabiduría popular nació hace siglos y se alimenta del sentimiento, la intuición y la experiencia de muchos. Así que, si usted planea viajar, digamos, en abril próximo, a algún lugar dentro del hemisferio norte, no al hemisferio austral o sur, porque allá será otoño, fíjese muy bien en el clima de hoy, porque así será el de ese mes. Y entonces verá que las cabañuelas son el mejor pronóstico del clima, por lo menos más acertado que los de la Comisión Nacional del Agua.