La muerte de las compañías teatrales estables
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Cuenta la leyenda que, en otros tiempos, existían numerosas compañías teatrales que tenían elencos estables y equipos creativos y técnicos fijos. Cada uno cumpliendo en armonía su función.
No puedo precisar hasta qué punto tal afirmación es realmente cierta; pareciera que en México tales compañías han sido siempre una clase rara, por lo menos las que siguen tal descripción al pie de la letra. Existe, claro, la famosísima Compañía Nacional de Teatro y unas cuantas compañías estatales o pertenecientes a universidades estatales, pero son, en cualquier caso, la excepción, no la regla, y una especie en peligro de extinción.
Al principio, cuando escuché a alguien mencionar que en México el modelo de compañía estable era cada vez más obsoleto me ofendí. Principalmente porque no entendía a lo que se refería. ¿No somos muchos los creadores que con mucho trabajo hemos sido por años miembros de alguna compañía? ¿No son estas compañías con años de existencia a través del esfuerzo lo suficientemente estables?
El problema es, por supuesto, la otra parte de la definición. La que reza que cada miembro tiene una única y específica función a la que se dedica por entero. Fue entonces que entendí que la mayoría de las compañías independientes actuales no pueden asumir tal clasificación.
Un poquito por gusto, un poquito por necesidad, un poquito porque a partir de la generación millennial – y quién sabe si desde antes – en realidad no conocemos otra cosa. En mi camino por las artes escénicas a veces he sido actriz, a veces, directora, a veces dramaturga, muchas veces administrativa, gestora, un poco contadora, constructora, transportista de escenografía; la lista sigue con muchos otros puestos que uno como teatrero independiente contemporáneo tiene que asumir; con frecuencia varios de ellos por montaje. Cuando no es así, uno hasta raro se siente, ¿cómo que solo necesitas que dirija la obra sin tener que conseguir escenografía, vestuarios o espacio?
La realidad es que sí existen dos mundos en las artes escénicas: uno en el que artistas, técnicos y profesionistas especializados desarrollan funciones específicas, y otro en el que los artistas se deben especializar en adquirir nuevas habilidades para cubrir las necesidades específicas que en inicio no les son propias.
Hay, claro, algo de bello en ese tipo de funcionamiento. Algo más artesanal, más íntimo quizás, porque los equipos son menores y porque el superar dificultades siempre fortalece los vínculos. Es también un proceso más desgastante y en ocasiones estresante, además de no corresponder a la remuneración económica recibida, pues generalmente las compañías que funcionan de esta manera es precisamente debido a presupuestos limitados.
¿Deberíamos entonces exigir la creación de nuevas compañías estables?, ¿a quién iremos a exigirle tal cosa? Dichas compañías tienden a requerir presupuestos millonarios y los diversos niveles del gobierno mexicano no parecen muy dispuestos a cederlos. Ni hablar de una iniciativa privada que pocas veces ve en la cultura una oportunidad de beneficiarse.
Sí, es posible organizarse como gremio para tratar de cambiar las cosas, y deberíamos hacerlo porque los presupuestos son cada vez menores y las necesidades son muchas. También cabría discutir si el camino de las compañías estables es el que beneficia a la mayor cantidad de creadores y a la población en general.
Las compañías estables ya existentes no siempre entregan productos de calidad o relevantes al contexto de la sociedad. Con frecuencia crean burbujas que aíslan a los artistas de las necesidades sociales y son hervideros de elitismo, nepotismo y centralización a diestra y siniestra. ¿Es la lenta desaparición de este tipo de sistema solamente síntoma de la falta de apoyos o es evidencia de un cambio en los modos de hacer y producir? ¿Y si tal cambio está sucediendo (o se hace necesario) hacia donde debemos mirar entonces?