La paradoja de la abundancia

Opinión
/ 5 septiembre 2023

El hambre persiste en el mundo no debido a la escasez de alimentos, sino porque carecemos de amor, abunda el egoísmo, la desigualdad, la indiferencia y una profunda pobreza espiritual

A mi hijo Carlos ¡Felicidades!

Según un estudio multidisciplinario de la Organización de las Naciones Unidas realizado en febrero de este año, en México había 33 millones 900 mil personas que no tenían una dieta saludable, lo que representaba el 26.3 por ciento de la población; además, 7 millones 600 mil personas se encontraban subalimentadas. En total, en el país había 41 millones 500 mil personas malnutridas. Terrible realidad.

BRUTAL DESPERDICIO...

Martin Caparrós en su imperdible libro “El hambre” (Ed. Planeta) sostiene que “el hambre es la desigualdad: la forma más brutal, más violenta, más intolerable de la desigualdad”.

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Lo grave es que no se trata solo de escasez de alimentos, sino del endurecimiento del corazón humano. Es cierto, en el mundo no faltan alimentos, sino fraternidad, pues se estima que alrededor de un tercio de todos los alimentos producidos en el mundo se pierde o se desperdicia cada año.

En este contexto, Caparrós afirma: “Conocemos el hambre, estamos acostumbrados al hambre: sentimos hambre dos o tres veces al día. Entre ese hambre repetido y cotidiano, que siempre es saciado en nuestra experiencia, y el hambre desesperante de quienes no pueden satisfacerlo, existen abismales diferencias y desigualdades”.

Parte de la gravedad de este fenómeno consiste en el inaceptable desperdicio de alimentos, como muestra de ello, un ejemplo ilustrativo:

En un artículo de El Economista, de Luis Miguel González, especialista en periodismo económico, comenta: “El desperdicio de alimentos en México es de 340 kilogramos anuales por persona, poco menos de un kilogramo al día, según los datos del Programa del Medio Ambiente de Naciones Unidas (PNUMA). ¿Un kilogramo de desperdicios por persona al día? Este es uno de los casos que los promedios ayudan a distorsionar. Hay miles que desperdician tres o cuatro kilogramos por día y cientos de miles que ni siquiera tocan las migajas de eses desperdicio”.

Según este investigador “sólo en la Ciudad de México, se desperdician 13 mil toneladas de alimentos diariamente. La mayor parte del desperdicio, 60 por ciento, se produce en los hogares. En segundo lugar, con 26 por ciento, están las empresas de servicio de comidas como restaurantes. El 13 por ciento restante corresponde a los comercios que venden alimentos”.

INDIFERENCIA

Mientras escribo estas líneas, millones de personas padecen hambre, mientras que otros seres humanos desperdician alimentos y malgastan recursos. Lamentablemente, millones de personas cada día son arrastradas por una intolerable e injusta indigencia.

El hambre (ya sea subnutrición, desnutrición o emaciación) es la primera expresión de la pobreza, misma que se debe a una enfermedad del alma, a la que me refiero como “lepra del alma”. Esta enfermedad caracterizada por la indiferencia y la insensibilidad humanas.

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REVELADORA

Hace tiempo, en este mismo espacio, comenté acerca de una de las fotografías más impactantes jamás publicadas, me refiero a aquella en la que un niño sudanés, doblado sobre la tierra, casi moribundo debido al hambre, aparece en primer plano. Era un niño muy pequeño y toralmente desnutrido que se arrastraba dolorosamente hacia el centro de distribución de alimentos en su paupérrima localidad. A unos metros de distancia, un buitre observaba con serena paciencia, esperando el desenlace del drama para iniciar su propio banquete.

La imagen es atroz, reveladora y conmovedora la cual, desde su aparición, representa el icónico retrato de la hambruna en África y la manifestación global del hambre que, como un jinete del Apocalipsis, sin misericordia alguna, se extiende silenciosamente por todo el planeta, incluyendo a México.

IMPENSABLE

Catorce meses después de que esta fotografía fue tomada, su autor, Kevin Carter, afamado periodista gráfico, recibió el codiciado premio Pulitzer en 1994. Sin embargo, otra tragedia acompañaría a esta escena desgarradora, relacionada con su autor.

En la plenitud de sus 33 años y dos meses después de haber recibido el prestigioso premio, condujo su camioneta hasta el lugar donde solía jugar de niño, un tranquilo espacio junto a un riachuelo. Allí, conectó una manguera casera desde el escape de su vehículo hasta la cabina, y el monóxido de carbono acabó con su vida.

Kevin dejó una nota póstuma que decía: “En verdad, en verdad, lo siento mucho. El dolor de la vida supera a la alegría, hasta el punto de que la alegría ya no existe”.

¿Cómo pudo un hombre que conmovió el corazón de tantas personas con su trabajo fotográfico suicidarse cuando se encontraba en la cima de su carrera? ¿Qué lo llevó a tomar esa fatal decisión especialmente cuando, poco tiempo antes de recibir el Pulitzer, escribió a sus padres: “No puedo esperar para mostrarles el trofeo. Es hermoso, es el reconocimiento más alto que mi trabajo puede recibir”?

¿Por qué acabó con su vida después de haber sobrevivido a miles de peligros inherentes en su trabajo?

Atrás de su suicidio hay historias ocultas, motivos profundos que rebasan las fronteras de su oficio, del desempeño de un trabajo. La hermana del periodista lo comenta con precisión: “la pena de sus constantes misiones para abrir los ojos del mundo en tantos aspectos de injusticia que hicieron llorar a su propia alma eventualmente lo atrapó”. Sus colegas también concluyeron: “pocos periodistas vieron tanta violencia, injusticias y deshumanización como Kevin”.

INACEPTABLE

Otra grave desgracia, silenciosa y sutil, se manifiesta junto a esa imagen. Frente al hambre, la injusticia, la corrupción y la violencia, la mayoría de las personas somos espectadores insensibles. Poseemos innumerables razonamientos y justificaciones para explicar la realidad, pero en la mayoría somos observadores indiferentes, “testigos pasivos”: vemos y aceptamos el derroche y la injusticia al punto de que, en lo privado, en nuestras propias mesas, desperdiciamos palabras y alimentos.

INCONSCIENCIA

Muchos formamos parte de una audiencia con el corazón endurecido que practicamos un doble juego. En el mejor de los casos, experimentamos una preocupación de naturaleza intelectual en relación con las atrocidades que observamos; condenamos verbalmente las injusticias que la “sociedad en masa” inflige a las personas más vulnerables; pero por otro lado, padecemos apatía para involucrarnos en la resolución de estas injustificables injusticias.

FRATRICIDA

Es paradójico que, en un mundo con tantísima tecnología, existan personas que sufran de hambre.

La realidad es que “la gente padece hambre no porque haya un déficit de alimentos. El mundo produce suficiente comida para todos. Padecen hambre porque no tienen la oportunidad de ganar suficiente dinero para cubrir sus necesidades más básicas”.

Es verdad: “los obstáculos para poner fin al hambre no son de naturaleza técnica, financiera o agrícola. La persistencia del hambre es un problema humano. Continúa porque hemos fallado en organizar nuestras sociedades de manera que cada persona pueda llevar una vida saludable y productiva”.

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Frente a esta circunstancia, es oportuno reflexionar sobre la pregunta que planteó Juan Pablo II y que sigue siendo relevante en la actualidad: “¿cómo juzgará la historia a una generación que cuenta con todos los medios necesarios para alimentar a la población del planeta y que rechaza el hacerlo por una obcecación fratricida?”

DESPERTAR

El hambre persiste en el mundo no debido a la escasez de alimentos, sino porque carecemos de amor, abunda el egoísmo, la desigualdad, la indiferencia y una profunda pobreza espiritual. Esta es la mayor tragedia de todas. Hay hambre porque nos tratamos inhumanamente, porque aceptamos la miseria como algo común, incluso natural.

¿DE QUÉ?

Dice el Papa Francisco: “el hombre se convierte en ávido y voraz. Parece que el tener, el acumular cosas, es para muchos el sentido de la vida” (...) “¿Necesito verdaderamente tantas cosas, tantas recetas complicadas para vivir? ¿Soy capaz de prescindir de tantos complementos superfluos, para elegir una vida más sencilla?”

Sería loable actuar en favor de aquellos que, en nuestro entorno cercano, padecen pobreza y hambre. Una forma de hacerlo es comenzar desde hoy mismo a no desperdiciar alimentos y empezar a cooperar con aquellas instituciones que se dedican a distribuir alimentos a los que menos tienen y promover programas de la iniciativa privada y de los hogares que tengan como objetivo evitar el desperdicio y promuevan la redistribución de los alimentos que siguen siendo saludables.

Dejemos de ser derrochadores y optemos por la austeridad. Ojalá despertemos nuestra capacidad de amar, que a menudo está adormecida, y así cada uno de nosotros, desde nuestra posición, luchemos contra la omnipresente indiferencia, la desigualdad, el hambre y la terrible miseria que, lamentablemente, pueblan a México.

¿De qué sirve tanta inteligencia y tecnología si los seres humanos no hemos logrado superar la “paradoja de la abundancia”, que consiste en que, habiendo suficiente comida para todos, no todos pueden comer?

cgutierrez@tec.mx
Programa Emprendedor
Tec de Monterrey Campus Saltillo

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