La sociedad del mérito: ¿una utopía?

Opinión
/ 30 junio 2023
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Creer que las capacidades y los esfuerzos deben ser las claves para mejorar en la vida, ¿es una ingenuidad? Que sean las personas más capaces quienes encabecen tanto los gobiernos como las empresas, ¿es una utopía?

En 1813, Thomas Jefferson, uno de los “padres fundadores” de Estados Unidos, hizo una distinción crucial entre la “aristocracia del talento y la virtud” y la “aristocracia artificial basada en la riqueza y la herencia”, pues advertía que esta última terminaría asfixiando a la nación.

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Además, planteó la pregunta de si la mejor forma de gobierno sería aquella que permitiera para los cargos gubernamentales la selección más efectiva de esta aristocracia del talento. Así, Jefferson y el resto de fundadores sentaron las bases de un sistema de gobierno basado en la cultura del mérito.

Aunque la idea de “meritocracia” se ha utilizado en Estados Unidos más que en cualquier otro país −es casi sinónimo de “sueño americano”−, su origen se encuentra en Inglaterra: el término fue acuñado en 1958 por Michael Young, sociólogo y miembro del parlamento británico. En su novela futurista “El Ascenso de la Meritocracia, 1870-2033”, Young nos presenta una visión crítica de la sociedad británica, donde el éxito depende de habilidades intelectuales medibles y comprobables, y en la que la educación superior se convierte en el principal mecanismo o filtro para seleccionar a los gobernantes.

Hoy hablar de meritocracia es hablar de igualdad de oportunidades, es hablar de un sistema abierto y sin privilegios heredados, donde el mérito individual es el criterio principal de selección. Y aunque son obvias las bondades de un sistema que premie el mérito y el esfuerzo individual, en el fondo del mismo pueden existir inequidades que terminen en realidad perpetuando el poder de una selecta minoría.

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En Estados Unidos, una de las escaleras para acceder al poder es la educación superior; sin embargo, las prestigiosas universidades del “Ivy League” no siempre siguen criterios meritocráticos en sus procesos de selección, sino que tienen requisitos que terminan excluyendo a muchas personas talentosísimas... Y esto termina poniendo en duda si el sistema está verdaderamente basado en el mérito.

En nuestro país y nuestro estado me parece que falta muchísimo por hacer en la construcción de una verdadera meritocracia. En muchas empresas y puestos públicos, el nepotismo y el favoritismo prevalecen sobre el mérito, llegando a las posiciones de poder personas “bien conectadas”, pero no las más calificadas.

Denise Dresser lo explicaba así en “El País de Uno”: en México tenemos un sistema “de élites acaudaladas, amuralladas, asustadas ante los pobres a quienes no han querido −en realidad− educar. Porque no quieren franquear la brecha que tanto los beneficia”. Hemos erigido un andamiaje político, social, cultural basado no en el mérito, sino en las relaciones; no en la excelencia, sino en los contactos; donde importa más el apellido que las capacidades, la lealtad (política) que el profesionalismo.

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La sociedad del mérito es justa y fomenta la igualdad; instituciones como las universidades, las empresas o los gobiernos se benefician de un sistema en el que la competencia aumenta; si el mérito se impone, combatimos desigualdades de género, étnicas y de clase.

Pensando en Torreón y en mi infancia, me gustaría creer que construiremos una nueva sociedad basada en el reconocimiento del mérito; en la que niñas y niños podrán tener las condiciones externas que a mí me permitieron acceder a una educación de calidad que por mi condición económica y social “no me correspondía”, pero que me dio las herramientas para mejorar mis condiciones de vida y para lograr lo que me he propuesto.

Y prefiero imaginar un futuro así, a pensar que en México y en Coahuila el poder se seguirá repartiendo únicamente entre un grupo selecto y con base en la complicidad y el compadrazgo a gran escala. Mientras sigamos atrapados en la cultura del privilegio, las posibilidades de un desarrollo más justo para nuestra sociedad se seguirán esfumando... ¡Hay que darle poder al mérito!

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