La clase media y el poder que ignora que tiene
Nací y crecí en Torreón, en el seno de una familia que consideraría de clase media. Como parte de la generación que vio la luz a finales de los años setenta y principios de los ochenta, me tocó vivir las famosas “crisis sexenales”, esas recesiones económicas que azotaron al país de manera recurrente: en 1983, 1985, 1994 o 2001, por mencionar algunas.
Las crisis de 1988 y, sobre todo, la de 1994 me impactaron profundamente, y fue entonces que decidí convertirme en economista. Si bien no crecí en una situación de pobreza extrema, mi familia experimentó numerosos traumas económicos: mi padre se quedó desempleado en varias ocasiones, acumuló deudas impagables y sus proyectos fracasaron repetidamente.
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Recuerdo momentos en que la economía le pegó a mi familia en cosas que eran notorias incluso para un niño o adolescente como yo: tuvimos que vender el auto, dejar de comer algunas cosas, reciclar uniformes u olvidarnos de vacaciones... Ahí vi de primera mano el daño que causa una mala política económica.
He dedicado mi vida a comprender por qué, a pesar de que los mexicanos somos tan trabajadores y creativos, no hemos logrado prosperar como sociedad. En las cuatro décadas que he vivido en este planeta, el ingreso promedio de los mexicanos se ha mantenido estancado, mientras que países como Corea del Sur, que tenía la mitad de nuestro PIB per cápita en 1980, ahora lo supera en tres o cuatro veces.
Mi trabajo me ha llevado a vivir en diversos países: Suiza, Inglaterra, Singapur, Sudáfrica y Canadá. Sin embargo, aún comparando, sigo creyendo firmemente que México es único.
He buscado difundir y así ayudar a la clase media a que comprenda el gran poder que posee. Son los consumidores más importantes, los que más pagan impuestos y, en muchos casos, los generadores de empleo. Pero el problema radica en que la clase media no está organizada. Mientras que resulta fácil movilizar a los pobres ofreciendo dádivas, la clase media carece de incentivos, tiempo y organización para exigir sus derechos.
En Coahuila, la clase media es la que menos participa en política y eso es preocupante. Aunque hay muchos enfoques para responder quién conforma la clase media mexicana, para mí la manera más sencilla de entenderlo es imaginar que la sociedad la conforman diez casas u hogares que acomodamos de menos a más ingresos.
En México, cinco o casi seis casas pertenecerían a la clase baja; las siguientes cuatro casas serían de la clase media, mientras que sólo una habitación de la última casa representaría a la clase alta mexicana: menos del 1 por ciento de los hogares en México.
A pesar de que la política económica se ha enfocado en las personas en situación de pobreza, la pobreza sigue ahí.
Las casas de la siete a diez, tienen ingresos mensuales entre 20 mil y 80 mil pesos pero en su mayoría son familias poco politizadas. Y en la última casa, si ves su última habitación pensarás “te pasaste”: al interior del 10% más rico del país, hay más desigualdades que en todos los mexicanos en general.´
Ante esta realidad, es fundamental que trabajemos en que la clase media se organice y asuma el poder que tiene, como ocurre en países como Singapur, Nueva Zelanda e Inglaterra, donde los políticos se preocupan por el bienestar de este segmento.
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En palabras de Denise Dresser en su libro “El país de uno”, ser de clase media en un país con más de 50 millones de pobres es un privilegio. Pero los privilegiados tienen la responsabilidad de retribuirle al país que les ha permitido alcanzar esa posición. La experiencia, el conocimiento y el talento deben utilizarse para hacer de México un lugar más justo. El ascenso social no tiene por qué ser a costa de otros, sino todo lo contrario.
Y la falta de representación política para las clases medias es también una oportunidad en tiempos electorales, pero, más allá de eso, atender sus necesidades no sólo es justo, sino que representa la vía para convertir a nuestro México en un país más equitativo y próspero.