León XIV: El Papa que el mundo necesita en tiempos de cambio

Opinión
/ 14 mayo 2025

No llega como un reformador radical, sino como un artesano del entendimiento. Como ese pastor que camina con su pueblo y no por encima de él

La elección de Robert Francis Prevost como el nuevo Papa, ahora León XIV, ha sido una sorpresa para muchos, pero para otros ha sido la confirmación de que el Espíritu Santo actúa donde más se necesita. No era el favorito en las quinielas del Cónclave, pero su perfil conciliador, su capacidad pastoral y su origen estadounidense con raíces también en América Latina, lo colocaron en el momento justo para liderar a una Iglesia Católica que, como el mundo, vive momentos de profunda transformación.

En un escenario global marcado por la polarización, la violencia, el desencanto y el escepticismo hacia las instituciones, León XIV ha llegado como una figura inesperada, pero urgente. Su elección es una señal de que el Vaticano ha comprendido que la Iglesia necesita volver a conectar con su base más amplia, con los fieles de a pie y, al mismo tiempo, mostrarse capaz de dialogar con los desafíos contemporáneos: la desigualdad, la inteligencia artificial, el cambio climático, la migración, el rol de la mujer, la justicia social y la pérdida de la fe entre las nuevas generaciones.

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Este nuevo Papa no es un populista, pero tampoco un tecnócrata. No busca los reflectores, pero sabe que el mundo lo observa con lupa. Su primer discurso dejó claro que no será un pontífice complaciente, sino uno dispuesto a abrir puertas, sanar heridas y tender puentes. Su lenguaje, sobrio, pero directo, recuerda a los grandes reformadores de la Iglesia, con un tono pastoral que invita más al diálogo que al dogma.

A diferencia de sus antecesores, León XIV tiene la particularidad de haber vivido de cerca la realidad de América y Europa. Esta doble mirada le da una sensibilidad que pocas veces se ha visto en el papado: la de un hombre formado en la teología, pero moldeado por la pastoral, por las comunidades diversas, por los rostros reales del dolor y la esperanza. No viene a imponer, sino a escuchar. No viene a mandar, sino a guiar.

El mundo, agitado por guerras que se libran en nombre de ideologías, territorios o dioses, necesita líderes que construyan desde el consenso, no desde el enfrentamiento. Y la Iglesia, que en siglos pasados impuso con fuerza sus principios, hoy necesita recordar que su mayor herramienta es la misericordia. En ese contexto, León XIV no llega como un reformador radical, sino como un artesano del entendimiento. Como ese pastor que camina con su pueblo y no por encima de él.

Sus primeros gestos han sido elocuentes: una audiencia con víctimas de abusos, una misa en memoria de migrantes desaparecidos en el Mediterráneo, una reunión con representantes de distintas religiones, y un llamado urgente a las juventudes del mundo a no dejarse vencer por la apatía. En cada uno de esos momentos, el Papa León XIV ha demostrado que la fe no está reñida con la modernidad y que la Iglesia puede ser un actor relevante si deja de hablar solo para sí misma.

Quienes lo ven como una figura de transición podrían equivocarse. En los gestos de este Papa hay una claridad estratégica y una determinación que puede llevar a cambios profundos, incluso si estos no se anuncian con estridencia. A veces, el verdadero cambio no se grita: se encarna.

Pero más allá de sus decisiones o posturas, hay algo en León XIV que ha tocado a millones de personas: su humanidad. Esa mirada serena, ese tono de voz que no pretende convencer, sino acompañar. En un tiempo donde abundan los líderes que apelan al miedo, él apela a la esperanza. Donde muchos alimentan el rencor, él llama a la reconciliación.

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¿Podrá un solo hombre revertir siglos de estructuras rígidas, críticas internas y pérdida de credibilidad? Tal vez no. Pero sí puede marcar el tono de una nueva etapa. Puede recordar que el cristianismo nació como un acto de amor y de comunidad, no de poder ni de exclusión. Y eso, hoy, no es poca cosa.

León XIV será juzgado por sus decisiones, pero también por su capacidad de sostener una Iglesia viva, humana, imperfecta y en camino. Como dijera el papa Francisco: “El mundo no necesita cristianos que conquisten, sino cristianos que abracen”. Quizá el Espíritu Santo eligió a Robert Francis Prevost justo por eso: porque es capaz de abrazar, sin dejar de avanzar.

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