Literalmente, el mundo ardiendo y nosotros persiguiendo lagartijas
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El pasado 27 de julio del presente, hace unos veinte días, el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, abordó el tema medioambiental con un grito desgarrador afirmando: “(...) el cambio climático está aquí. Es aterrador. Y es apenas el comienzo. La era del calentamiento global ha terminado. La era de la ebullición global ha llegado, estamos en la era del horno global”, refiriéndose al tremendo calor que se dejó sentir por todo el mundo el pasado mes y en los principios de este.
Por supuesto, la nota que da respuesta a los comentarios que todos hacemos en la cotidianidad –el calor incesante al que hemos sido sometidos a partir de la llamada “canícula”, no podemos estar sin el clima o que dificultamos dormir durante la noche; la intensidad de los rayos solares es mayor que en otro tiempo o el calor es insoportable– pasó desapercibida o tuvo muy poca cobertura por parte de los medios en general.
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El Servicio Copernicus ya había hecho un ejercicio probabilístico al respecto donde declaraba que viviríamos las temperaturas oceánicas más altas en la historia de la humanidad, donde experimentaríamos las tres semanas y los tres días más calientes que nunca se hayan documentado. Justo lo que vivimos, no sólo en nuestra zona norte, sino en muchas partes del planeta.
Afirmaciones como: los humanos somos los responsables, las consecuencias son claras y trágicas, el cambio climático es aterrador y esto apenas es el comienzo; la acción climática no es un lujo, es una necesidad; aún es tiempo, se requiere la unidad de todos los actores; cambio urgente energías alternativas vs. combustibles fósiles; la responsabilidad es de todos; no más simulaciones, no más engaños; gobiernos, empresas y todos debemos de trabajar juntos; no hay más tiempo para excusas y es tiempo de corregir el rumbo, fueron frases que pronunció el secretario y que, bajo ningún motivo, pueden ser desoídas.
La deforestación, la sobreproducción, el agotamiento de los recursos, el deshielo de los casquetes polares, las oleadas de calor, las lluvias torrenciales que azotan a algunas zonas del planeta –huracanes y tifones–, las sequías que experimentamos en carne propia y el calentamiento de los océanos, entre otras cosas, las hemos provocado los seres humanos y ahora recogemos los frutos que sembramos por nuestra obstinación y necedad de no respetar nuestras relaciones con el medio ambiente y con el otro.
Como afirmó António Guterres: “no más vacilaciones, no más excusas, no más esperar a que otros se muevan primero”, es la respuesta que se antoja den, de una vez por todas, no sólo los gobiernos y las organizaciones, sino a todos los seres humanos, ahí donde cada uno de nosotros somos, nos movemos y existimos.
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La ebullición mundial ya llegó y es tiempo de actuar (cfr. Guterres) y, por supuesto, no se requieren de grandes acciones, esas se las dejamos al Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y su sinergia con los Gobiernos a través de sus jefes de Estado, a los estados y municipios que tienen oficinas que promueven acciones a gran escala y “buscan” implementar las directrices de los acuerdos y los protocolos establecidos.
El asunto es que ni los gobiernos ni las organizaciones han podido con el paquete y eso lo demuestra la realidad, y aunque 194 países se comprometieron en los Acuerdos de París a que la temperatura no suba más de 2 grados y mantenerla en 1.5 centígrados, simplemente no lo han conseguido. Por tanto, es una tarea que nos toca a todos, no con macroacciones, sino con pequeñísimas acciones que volvamos costumbre y donde la cultura medioambiental aflore.
La razón es muy simple, sólo tenemos esta tierra y debemos cuidarla, dejar un mundo en mejores condiciones que el que hemos recibido es sinónimo de justicia y, como afirma la definición de desarrollo sostenible, debemos buscar satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las generaciones futuras. Eso es lo que hemos complicado.
Quejarnos de los tremendos calores que hemos experimentado en los últimos dos meses, de las lluvias, de los fríos y de las inclemencias del tiempo, estarán de más si no nos volvemos conscientes de la responsabilidad compartida que todos tenemos.
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En el microcosmo donde interactuamos, el cuidado de la comida −el desperdicio−, el consumo de energía eléctrica, el cuidado del agua, las pautas de reciclaje; el cuidado de la calle, de la plaza o del parque que nos circunda, el no tirar y el recoger la basura que encontremos; el compartir el coche con algún compañero o vecino; el exigir a las autoridades en esta materia con acciones de resistencia; el evitar el consumo compulsivo, entre otras tantas cosas, será abonarle desde nuestra trinchera como ciudadanos al cuidado del lugar donde vivimos.
Que la CDLFM, la Leagues Cup, la política telenovelera que vivimos todos los días y que alimentan la voracidad de los medios en general, la violencia que nos circunda, no sean cortina de humo que nos impida visualizar la realidad a la que la naturaleza ha respondido debido a nuestra irresponsabilidad.
Sí es importante el progreso, sí es importante la economía y el negocio, sí es importante el tema político, sí es importante el entretenimiento, pero es más importante el cuidado de la casa –el planeta–. Una cosa es cierta, literalmente, el mundo está ardiendo y nosotros andamos persiguiendo lagartijas. Así las cosas.