Los aranceles de Donald Trump, la guerra comercial que provocaría recesión mundial: economista

Opinión
/ 21 julio 2025

Históricamente, la disminución de impuestos a las importaciones a nivel global no fue sólo una ocurrencia de algunos gobiernos para dinamizar el intercambio comercial, no sólo fueron decisiones de buena voluntad o de sana diplomacia entre naciones, o disposiciones técnicas para el intercambio; la periódica reducción arancelaria fue una estrategia necesaria y sin retorno para la continuidad del modo de producción capitalista.

La dinámica de acumulación de capital -permanente obtención de ganancias- se potencializó posterior a la segunda guerra mundial, ante la mayoría de los países -sobre todo subdesarrollados- que sostenían economías mixtas con inversión privada, empresas paraestatales o de coinversión pública-privada, y con proteccionismo a través de aranceles, cuotas de importación, subsidios para actividades económicas, entre otras.

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En las décadas de los años sesenta y setenta del siglo pasado la generación de riqueza en países desarrollados generó exceso de liquidez en sus economías, lo que impactó negativamente el nivel de precios y, por tanto, se generó alza progresiva de tasas de interés, con la tendencia de menor inversión y consumo en sus espacios geográficos, es decir menos ganancias.

Fue ineludible colocar dichos excedentes de capital en instrumentos crediticios y/o en inversión directa en países subdesarrollados con menores costos de producción -sobre todo salariales- y obligarles a desregular y a eliminar la “competencia desleal” con empresas del Estado.

La estrategia para despejar economías de países subdesarrollados fue paulatina y multifactorial. Primero: demanda y compra de sus materias primas que tendieron a elevar sus precios; colocación de crédito a tasas de interés atractivas, con respaldo de recursos naturales explotados por los gobiernos; y colocación de capitales en el ámbito financiero de dichos países periféricos.

Vendría después el segundo tiempo de la ofensiva: caída en la demanda de materias primas con la consecuente disminución de sus precios; altas tasas de interés en los créditos contratados por los gobiernos con la banca internacional; y salida de capitales, que provocó depreciación de monedas locales.

El resultado, crisis en los años ochenta: depreciación del tipo de cambio; aumento de precios y elevación de tasas de interés; imposibilidad del pago de deuda externa a la banca internacional; caída de inversión directa y desempleo. “Crisis de la deuda externa” en países latinoamericanos, por supuesto en México.

En la renegociación de la deuda externa se impuso al Fondo Monetario Internacional como interlocutor de la banca internacional acreedora, el cual impuso condiciones para los acuerdos: reducción de aranceles, eliminación de subsidios, venta o liquidación de empresas paraestatales, contención salarial, desregulación, disminución del gasto público, entre otros.

Así se gestó la expansión progresiva del capital a escala mundial, con mínimas barreras y restricciones, de ahí los tratados de libre comercio; la globalización económica como resultado natural del sistema capitalista en su permanente ruta de ampliación de excedentes de capital.

El argumento del gobierno de Estados Unidos para aplicar aranceles son que retorne la inversión para generar empleos, pero esta guerra arancelaria -incluso contra sus aliados y hasta con tintes políticos- provocaría distorsiones y recesión económica mundial.

En el corto plazo las empresas podrían reducir sus ganancias sin pasar el costo arancelario al consumidor, inclusive exportadores e importadores podrían compartir dicho costo, pero esa estrategia no permanecería y, tarde o temprano, aumentarían los precios de mercancías finales, igualmente las tasas de interés, por tanto, se contraerán inversión y empleo, es decir, el efecto contrario a lo que se pretende. Además, la atracción de inversión directa a la Unión Americana enfrentaría el elevado costo salarial comparado con el de países donde actualmente se ubican empresas trasnacionales.

El asunto no es sólo de veleidosas ocurrencias imperiales, porque la apertura comercial y financiera fue la ruta lógica del capitalismo mundial en su más reciente etapa de desarrollo, un punto histórico de no retorno, oponerse a ello afectaría negativamente la dinámica global de acumulación de capital.

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